la creencia de que el extremismo sexual, el cultivo de lo patológico puede restaurar la existencia personal a la plenitud de la realidad
Los ideales románticos de amor, especialmente el acento puesto en el incesto, dramatizan la creencia de que el extremismo sexual, el cultivo de lo patológico puede restaurar la existencia personal a la plenitud de la realidad y negar de algún modo el grisáceo mundo de la clase media. Es lícito ver en el tema byroniano de la condenación por el amor prohibido y en el Liebestod wagneriano sustitutos de aquellos perdidos peligros de la acción revolucionaria. El artista se convierte en héroe. En una sociedad reducida a la inercia en virtud de la autoridad represiva, la obra de arte llega a ser la quintaesencia de la proeza. Esa es la aspiración expresada en el Benvenuto Cellini de Berlioz, en La obra de Zola. Shelley fue más lejos; aunque exteriormente acosado e impotente, el poeta es el "legislador no reconocido" de la humanidad. O, como lo proclamó Víctor Hugo, el poeta es el mago, el nigromante divinamente dotado que actúa en la vanguardia del progreso humano. Lo que deseo considerar no son estas proposiciones en sí mismas, sino que quiero sólo indicar el grado de exasperación, de alienación que existía entre la sociedad y las fuerzas creadoras del espíritu.
Todas estas corrientes de frustración, de ilusoria liberación y de irónica derrota, están registradas con precisión sin igual en las novelas y en la vida privada de Flaubert. El personaje de Emma Bovary encarna, en un nivel cruelmente trivializado, las despertadas y frustradas energías de sueños y deseos que a mediados del siglo XIX no podían satisfacerse. La educación sentimental es el gran "anti-Bildungsroman", el testimonio de una educación “que se aparta” de la vida sentida y se dirige hacia el sopor burgués. Bouvard et Pécuchet es un largo lamento de hastío, de náusea ante los valores de la clase media aparentemente inquebrantables. Y también está Salammbô. Escrita casi exacta mente en la mitad del siglo, esta novela frenética y sin embargo congelada sobre una guerra bárbara sedienta de sangre y sobre un dolor orgiástico nos lleva al centro de nuestro problema. El sadismo del libro, su aflicción apenas contenida por el salvajismo, proceden inmediatamente de lo que nos cuenta Flaubert sobre su propia condición de vida. Desde la adolescencia Flaubert no había sentido sino “insaciables deseos” y “un tedio atroz”.
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