hombres sin patriotismo y sin moral ¡se constituyen en apóstoles de la civilización y de las luces!

  El pobre ha conservado gran parte de los prejuicios de sus padres, sin sus creencias; su ignorancia, sin sus virtudes. Ha aceptado como regla de sus acciones la doctrina del interés, sin conocer su ciencia; y su egoísmo es tan escaso de luces como lo era antaño su abnegación.

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 Así pues, hemos abandonado lo bueno que el antiguo régimen podía brindar, sin adquirir lo útil que el estado actual de las cosas podría ofrecernos; hemos destruido una sociedad aristocrática y, deteniéndonos complacidos en medio de los escombros del antiguo edificio, parece que queremos inmovilizarnos allí para siempre.


Por mucho que busco en mis recuerdos, no logro hallar nada que merezca incitar mayor dolor ni mayor compasión que lo que está ocurriendo ante nuestra vista. Por lo visto, hoy en día se ha roto el vínculo natural que une las opiniones con los gustos y los actos con las creencias. La correspondencia que desde siempre se hizo notar entre los sentimientos y las ideas de los hombres parece hallarse destruida, y podría decirse que todas las leyes de la analogía moral están abolidas. Aún hallamos entre nosotros cristianos fervientes cuya alma religiosa se deleita nutriéndose con las verdades de la otra vida. Ellos son los que sin duda van a decidirse a favor de la libertad humana, fuente de toda grandeza moral. Al cristianismo, que ha hecho que todos los hombres sean iguales ante Dios, no le repugnará ver que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Pero, por un cúmulo de extraños acontecimientos, la religión se halla involucrada momentáneamente con las potencias que la democracia derroca, y a menudo ocurre que debe rechazar la igualdad que ama, y maldice la libertad como si fuera un adversario, mientras que tomándola por la mano bien podría santificar sus esfuerzos.

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Y un poco más allá veo a otros que, en nombre del progreso, al empeñarse porque los hombres se tornen en seres materialistas, quieren hallar lo útil sin preocuparse por lo justo, ubicar a la ciencia lejos de las creencias y al bienestar desvinculado de la virtud. Al proclamarse campeones de la civilización moderna, se colocan insolentemente al frente de ella, usurpando una plaza que se les deja vacante y que luego deben desalojar debido a su propia indignidad.
 Así que, ¿dónde estamos? Los hombres religiosos combaten la libertad y los amigos de la libertad atacan las religiones; algunas almas de espíritu noble y generoso alaban la esclavitud, y almas indignas y serviles preconizan la independencia; ciudadanos honrados e ilustrados son enemigos de todo progreso, mientras que hombres sin patriotismo y sin moral ¡se constituyen en apóstoles de la civilización y de las luces!

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