La democracia en América de Alexis de Tocqueville
D. R. © 2019, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
El pobre ha conservado gran parte de los prejuicios de sus padres, sin sus creencias; su ignorancia, sin sus virtudes. Ha aceptado como regla de sus acciones la doctrina del interés, sin conocer su ciencia; y su egoísmo es tan escaso de luces como lo era antaño su abnegación.
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Así pues, hemos abandonado lo bueno que el antiguo régimen podía brindar, sin adquirir lo útil que el estado actual de las cosas podría ofrecernos; hemos destruido una sociedad aristocrática y, deteniéndonos complacidos en medio de los escombros del antiguo edificio, parece que queremos inmovilizarnos allí para siempre.
Por mucho que busco en mis recuerdos, no logro hallar nada que merezca incitar mayor dolor ni mayor compasión que lo que está ocurriendo ante nuestra vista. Por lo visto, hoy en día se ha roto el vínculo natural que une las opiniones con los gustos y los actos con las creencias. La correspondencia que desde siempre se hizo notar entre los sentimientos y las ideas de los hombres parece hallarse destruida, y podría decirse que todas las leyes de la analogía moral están abolidas. Aún hallamos entre nosotros cristianos fervientes cuya alma religiosa se deleita nutriéndose con las verdades de la otra vida. Ellos son los que sin duda van a decidirse a favor de la libertad humana, fuente de toda grandeza moral. Al cristianismo, que ha hecho que todos los hombres sean iguales ante Dios, no le repugnará ver que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Pero, por un cúmulo de extraños acontecimientos, la religión se halla involucrada momentáneamente con las potencias que la democracia derroca, y a menudo ocurre que debe rechazar la igualdad que ama, y maldice la libertad como si fuera un adversario, mientras que tomándola por la mano bien podría santificar sus esfuerzos.

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