¡Cuánto mejor para nosotros si
 todos los humanos muriesen en costosos sanatorios, entre
 doctores que mienten, enfermeras que mienten, amigos que
 mienten, tal y como les hemos enseñado, prometiendo vida
 a los agonizantes, estimulando la creencia de que la
 enfermedad excusa toda indulgencia e incluso, si los
 trabajadores saben hacer su tarea, omitiendo toda alusión a
 un sacerdote, no sea que revelase al enfermo su verdadero
 estado! Y cuán desastroso es para nosotros el continuo
 acordarse de la muerte a que obliga la guerra. Una de
 nuestras mejores armas, la mundanidad satisfecha, queda
 inutilizada. En tiempo de guerra, ni siquiera un humano
 puede creer que va a vivir para siempre. (41)
 Me encanta saber que la edad y profesión de tu cliente
 hacen posible, pero en modo alguno seguro, que sea
 llamado al servicio militar. Nos conviene que esté en la
 máxima incertidumbre, para que su mente se llene de
 visiones contradictorias del futuro, cada una de las cuales
 suscita esperanza o temor. No hay nada como el «suspense»
 y la ansiedad para parapetar el alma de un humano contra
 el Enemigo. Él quiere que los hombres se preocupen de lo
 que hacen; nuestro trabajo consiste en tenerles pensando
 qué les pasará. (42)

 En lo que respecta a su actitud más general ante la
 guerra, no debes contar demasiado con esos sentimientos
 de odio que los humanos son tan aficionados a discutir en
 periódicos cristianos o anticristianos. En su angustia, el
paciente puede, claro está, ser incitado a vengarse por
 algunos sentimientos vengativos dirigidos hacia los
 gobernantes alemanes, y eso es bueno hasta cierto punto.
 Pero suele ser una especie de odio melodramático o mítico,
 dirigido hacia cabezas de turco imaginarias. 
Nunca ha
 conocido a estas personas en la vida real; son maniquíes
 modelados en lo que dicen los periódicos. (43-44)
No había olvidado mi promesa de estudiar si deberíamos
 hacer del paciente un patriota extremado o un extremado
 pacifista. Todos los extremos, excepto la extrema devoción al
 Enemigo, deben ser estimulados. No siempre, claro; pero sí
 en esta etapa. Algunas épocas son templadas y
 complacientes, y entonces nuestra misión consiste en
 adormecerlas más aún. Otras épocas, como la actual, son
 desequilibradas e inclinadas a dividirse en facciones, y
 nuestra tarea es inflamarlas. (46)
 Adopte lo que sea, tu principal misión será la misma.
 Déjale empezar por considerar el patriotismo o el pacifismo
 como parte de su religión. Después déjale, bajo el influjo de
 un espíritu partidista, llegar a considerarlo la parte más
 importante. Luego, suave y gradualmente, guíale hasta la
 fase en la que la religión se convierte en meramente parte
 de la «Causa», en la que el cristianismo se valora
 primordialmente a causa de las excelentes razones a favor
 del esfuerzo bélico inglés o del pacifismo que puede
 suministrar. La actitud de la que debes guardarte es aquella
 en la que los asuntos materiales son tratados primariamente
 como materia de obediencia. Una vez que hayas hecho del
 mundo un fin, y de la fe un medio, ya casi has vencido a tu
hombre, e importa muy poco qué clase de fin mundano
 persiga. Con tal de que los mítines, panfletos, políticas,
 movimientos, causas y cruzadas le importen más que las
 oraciones, los sacramentos y la caridad, será nuestro; y
 cuanto más «religioso» (en ese sentido), más seguramente
 nuestro. Podría enseñarte un buen montón aquí abajo. (47)
Háblale sobre la «moderación en todas las cosas». Una vez
 que consigas hacerle pensar que «la religión está muy bien,
 pero hasta cierto punto», podrás sentirte satisfecho acerca
 de su alma. Una religión moderada es tan buena para
 nosotros como la falta absoluta de religión —y más
 divertida. (53)
En los modernos
 escritos cristianos, aunque veo muchos (de hecho, más de
 los que quisiera) acerca de Mammón, veo pocas de las viejas
 advertencias sobre las Vanidades Mundanas, la Elección de
 Amigos y el Valor del Tiempo. Todo eso lo calificaría tu
 paciente, probablemente, de «puritanismo». ¿Puedo señalar,
 de paso, que el valor que hemos dado a esa palabra es uno
 de los triunfos verdaderamente sólidos de los últimos cien
 años? Mediante ella, rescatamos anualmente de la
 templanza, la castidad y la austeridad de vida a millares de
 humanos. (56)
Dirás que son pecadillos, y, sin duda, como todos los
 tentadores jóvenes, estás deseando poder dar cuenta de
 maldades espectaculares. Pero, recuérdalo bien, lo único que
 de verdad importa es en qué medida apartas al hombre del
 Enemigo. No importa lo leves que puedan ser sus faltas, con
 tal de que su efecto acumulativo sea empujar al hombre
 lejos de la Luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no
 es mejor que la baraja, si la baraja es suficiente para lograr
 este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es
 el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros
 bruscos, sin mojones, sin señalizaciones. (63-64)
El sentimiento de propiedad en general debe estimularse
 siempre. Los humanos siempre están reclamando
 propiedades que resultan igualmente ridículas en el Cielo y
 en el Infierno, y debemos conseguir que lo sigan haciendo.
 Gran parte de la resistencia moderna a la castidad procede
 de la creencia de que los hombres son «propietarios» de sus
 cuerpos; ¡esos vastos y peligrosos terrenos, que laten con la
 energía que hizo el Universo, en los que se encuentran sin
 haber dado su consentimiento y de los que son expulsados
 cuando le parece a Otro! Es como si un infante a quien su
 padre ha colocado, por cariño, como gobernador titular de
 una gran provincia, bajo el auténtico mando de sabios
 consejeros, llegase a imaginarse que realmente son suyas
 las ciudades, los bosques y los maizales, del mismo modo
 que son suyos los ladrillos del suelo de su cuarto. (98-99)
 ...en el clima intelectual que al fin hemos logrado
 suscitar por toda la Europa occidental, no debes preocuparte
 por eso. Sólo los eruditos leen libros antiguos, y nos hemos
 ocupado ya de los eruditos para que sean, de todos los
 hombres, los que tienen menos probabilidades de adquirir
sabiduría leyéndolos. Hemos conseguido esto inculcándoles
 el Punto de Vista Histórico. El Punto de Vista Histórico
 significa, en pocas palabras, que cuando a un erudito se le
 presenta una afirmación de un autor antiguo, la única
 cuestión que nunca se plantea es si es verdad. Se pregunta
 quién influyó en el antiguo escritor, y hasta qué punto su
 afirmación es consistente con lo que dijo en otros libros, y
 qué etapa de la evolución del escritor, o de la historia
 general del pensamiento, ilustra, y cómo afectó a escritores
 posteriores, y con qué frecuencia ha sido mal interpretado
 (en especial por los propios colegas del erudito), y cuál ha
 sido la marcha general de su crítica durante los últimos diez
 años, y cuál es el «estado actual de la cuestión». Considerar
 al escritor antiguo como una posible fuente de conocimiento
 —presumir que lo que dijo podría tal vez modificar los
 pensamientos o el comportamiento de uno— sería
 rechazado como algo indeciblemente ingenuo. Y puesto que
 no podemos engañar continuamente a toda la raza humana,
 resulta de la máxima importancia aislar así a cada
 generación de las demás; porque cuando el conocimiento
 circula libremente entre unas épocas y otras, existe siempre
 el peligro de que los errores característicos de una puedan
 ser corregidos por las verdades características de otra. Pero,
 gracias a Nuestro Padre y al Punto de Vista Histórico, los
 grandes sabios están ahora tan poco nutridos por el pasado
 como el más ignorante mecánico que mantiene que «la
 historia es un absurdo». (123-124)
 
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