La conciencia es una autoridad, la Biblia es una autoridad; lo mismo la Iglesia, lo mismo la antigüedad, lo mismo las palabras de los sabios, lo mismo las lecciones hereditarias; las memorias históricas, los adagios de la ley y las máximas de Estado, los sentimientos, los presagios y las ideas preconcebidas son otras tantas autoridades
Keble era hombre que no se guiaba a sí mismo y formaba sus juicios por procedimientos de razón, por indagación o argumentos, sino por autoridad, tomada esta palabra en sentido lato. La conciencia es una autoridad, la Biblia es una autoridad; lo mismo la Iglesia, lo mismo la antigüedad, lo mismo las palabras de los sabios, lo mismo las lecciones hereditarias; las memorias históricas, los adagios de la ley y las máximas de Estado, los sentimientos, los presagios y las ideas preconcebidas son otras tantas autoridades. A mi parecer, solía sentirse más feliz siempre que podía hablar u obrar bajo una de esas sanciones primarias o exteriores y podía valerse de razonamientos principalmente como medios de recomendar o explicar lo que tenía ya títulos para ser aceptado antes de toda prueba. Profesaba incluso ternura, a pesar de Bacon, por los ídolos de la tribu y la caverna, del foro o plaza y del teatro. Lo que Keble aborrecía instintivamente era la herejía, la insubordinación, la resistencia a lo establecido, las pretensiones de independencia, la deslealtad, la innovación, el espíritu de crítica y censura. Y tal era el principio capital de la escuela que con el correr de los años se formó en torno a él. No es fácil señalar los límites de su influencia en sus días, pues multitud de hombres que no profesaban su enseñanza o no aceptaban sus doctrinas particulares estaban, sin embargo, dispuestos o hallaban conveniente para sus fines obrar de la mano con ella.
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