Con ser tan bello el drama de Zorrilla, la importancia de Don Juan no
 consiste tanto en lo que le sucede como en lo que es: de una parte el mito de
 la energía inagotable; de la otra, el lema de «Yo y mis sentidos», frente a
 todas las leyes humanas y divinas. Por lo primero es ideal permanente del
 espíritu humano; por lo segundo, ideal histórico, que surge en horas de
 crisis, desaparece con la normalidad y reaparece con la nueva crisis. No es
 por mero capricho por lo que se ha pensado tanto en Don Juan en estos
 años, sino porque no había cosa mejor en que poner los ojos. Hay horas en
 que se nos cierra la visión de todos los caminos. Puestos a prueba los
 ideales que nos han movido, no han pasado de ser óptica ilusoria. Al
 entusiasmo ha sucedido el desencanto. Estamos sumidos en problemas
 enloquecedores e insolubles. Y entonces aparece la alternativa del capricho
 absoluto. Las almas apáticas se dejarán vivir; las que sienten la plenitud del
 apetito en medio de un mundo desolado y vacío, ven a Don Juan y se
 preguntan si no tendrá razón.

En efecto: los talentos de los últimos años se han
 encarrilado con preferencia en las actividades especializadas de la ciencia,
 desdeñando más bien las literarias. Pero la guerra mundial ha evidenciado
 la necesidad de someter el ideal de la ciencia especializada a otro superior,
 porque el Prometeo de la invención y del progreso, en que los hombres
 habían puesto tantas esperanzas, lo mismo sirve para curar heridos en los
 hospitales que para fabricar gases asfixiantes, lo que equivale a decir que es
 indiferente a las dichas y desdichas humanas, y no se hable de la ciencia
 pura, porque hace tiempo es cosa averiguada que no podrá decirnos nunca
 ni a dónde vamos ni de dónde venimos. 
***
Ni tampoco se llamará destructor a Don Juan si con precisión se habla.
 En rigor no puede el hombre ni crear ni destruir. Al matar a una persona se
 da de comer a los gusanos. Hamlet observa en el cementerio que con los
 muertos se puede hacer arcilla para tapar los agujeros de un barril de
 cerveza. Crear o destruir no es, en verdad, sino convertir unas cosas en otras
 de mayor o menor estima. Pero si detrás de nuestra tabla de valores no hay
 una escala cósmica, un metro universal, un patrón absoluto, del que
 nuestras medidas no son sino reflejo defectuoso, más o menos erróneo y
 relativo a nuestras perspectivas; si las estimaciones nuestras no tienen más
 valor universal que las de los gusanos; si no hay un Dios en los cielos, Don
 Juan tiene razón.
No me digáis que a un Don Juan de carne y hueso lo prendería la
 justicia. Esto es ignorar su capacidad de adaptación. Don Juan no se dejaría
 encarcelar tan fácilmente. El de Molière conjura este peligro haciéndose
 hipócrita. A mí no me cabe duda de que lo mismo se haría fascista en Roma
 que lord en Inglaterra o comunista en Moscú. Mataría de noche y a solas,
 después de preparar la coartada. Se haría legislador para que le saliese la ley
 a su medida. Se enguantaría las garras, pero conservaría las mañas. Perdería
 quizás algo de su ímpetu, pero aumentaría su perversidad. Y no pongamos
 las cosas en modo subjuntivo. Don Juan existe, en cierto modo. Si no hay
 seres de su fuerza sobrehumana los hay que en maldad nada le ceden.
 Muchos hombres han llegado a la conclusión de que no hay Dios, y los que
 son lógicos obran en consecuencia: todo está permitido. 
***
Y lo que nos dice el Don Juan de Zorrilla es que Dios podrá
 perdonamos a última hora, pero que la historia no perdona, porque su lema
 es «ahora o nunca». Los mejores romanos del siglo V no sólo se habían
 arrepentido de los vicios paganos, sino también del horror al mundo del
 cristianismo primitivo. San Agustín, Orosio, San Jerónimo, además de
 modelos de virtud privada, eran ciudadanos excelentes. ¿Por qué los
 ejércitos romanos, compuestos de buenos cristianos, no prevalecían sobre
 las hordas bárbaras, paganas o heréticas? Porque ya era tarde. A pesar de
 sus santos, la sociedad estaba corroída de voluptuosidad, de pacifismo y de
 avaricia. El tardío arrepentimiento pudo salvar las almas, no el Imperio.
 Tampoco rescata la vida de Don Juan.
***
Si no hay en el universo, y detrás de él, una Armonía de poder, de
 saber y de amor, donde el poder se mantiene sin menguas, porque sabe
 hacerlo y porque todos sus elementos se unen en el amor; si el poder de
 Don Juan no es un préstamo del que deba dar cuenta, y sólo un capricho de
 la naturaleza ciega, nadie tendrá derecho a censurar a su amo porque lo
 malgaste como quiera. Es deber elemental conservar la energía; deber
 superior emplearla para fortalecer entre los hombres el saber y el amor. Pero
 si los deberes no tienen fundamento; si no existe Acreedor con derecho a
 exigimos el pago de las deudas; si no hay deudas y la felicidad es la
 suprema ley, derramemos la energía a capricho, porque esto es el placer, y
 proclamemos de nuevo y finalmente que Don Juan tiene razón. 
***
...el mundo
 culto no ha debatido nunca mas que una sola cosa: la trascendencia o
 intrascendencia del hombre: si somos meramente naturaleza o testigos y
 copartícipes de lo sobrenatural.
 
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