El lenguaje con la palabra sonora es el paso más directo hacia el espíritu, es el último peldaño de la escalera del arte, por la cual los ángeles bajan y suben, suben y bajan.

 Esta es, efectivamente, la ley de un arte grande. Su grandeza está en proporción directa con el valor de su filosofía y de su teología, que un poeta naturalmente, no necesita estudiar como un filósofo o como un teólogo (si bien esto en el caso extremo de Dante tampoco causa perjuicio alguno; sino respirarlas en la atmósfera de su tiempo o aprenderlas en el catecismo más sencillo. La más somera ojeada sobre la gran literatura del mundo nos lo demuestra. Tras la degeneración de un gran talento poético está, prescindiendo de motivos personales, la degeneración de la filosofía, y donde se desdeña la verdadera teología surge no sólo una filosofía defectuosa, sino también un arte enfermo o contrahecho. O surge, tal vez, la literatura de ciertos escritores de hoy, agraciados con el premio Nobel. La pasión del filósofo es y será siempre: rerum cognoscere causas, conocer las causas y motivos de las cosas, y Lucrecio, aun cuando era un poeta, conservó en su obra esta pasión. La pasión fundamental de Virgilio se dirigió, en cambio, a la res misma en su plasticidad sensible, a su coordinación y a su duro contraste, y, al mismo tiempo, a la fidelidad de la palabra, a la melodía del verso y a la frase soberanamente armoniosa, imperial, que se ordena antitéticamente.



El lenguaje con la palabra sonora es el paso más directo hacia el espíritu, es el último peldaño de la escalera del arte, por la cual los ángeles bajan y suben, suben y bajan. 

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La complejidad de nuestras máquinas más complicadas no es, verdaderamente, más que una vergonzosa chapucería ante los complicados aparatos y sus funciones, que crea la
naturaleza. ¿Se da algo más complicado y más dependiente de una infinidad de condiciones que el aparato y el funcionamiento de nuestro ojo? Y, por otra parte: ¿Se da algo más asombrosa y divinamente sencillo que la vista? Aquí está la gran diferencia entre una máquina y la naturaleza: el servicio de aquélla permanece siempre, hasta el final, en la complejidad; nunca es su resultado la redentora simplicidad de un acto vital, y no digamos espiritual.

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En toda elevada o elevadísima cultura, palabra tomada del cultivo del campo, desempeña el trabajo, el labor improbus, un papel análogo; es la condición imprescindible para que algo originariamente gratuito se colme aún más de gracia; a la manera que una sinfonía de Beethoven tiene más plenitud de gracia que una bella canción popular. El triunfo del trabajo auténtico se manifiesta por el triunfo de la gracia.

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todo arte clásico de la creación poética consiste en la limitación y en la omisión. En proporción a aquello que se da, es infinito lo omitido, y casi todo puede ser omitido, a excepción de una cosa: el todo, la totalidad;

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Si lo bello y la belleza se extinguen efectivamente en la existencia del hombre, poco a poco se extingue también lo bueno y lo verdadero, y viceversa, pues estas tres cosas son una. La que más peligro corre es la belleza; por eso la lucha por ella puede ser la más heroica y la más dolorosa. Mucha belleza nace continuamente. Pero se destruye más de la que nace. Y esto es una res lacrimosa. Los físicos dicen que el mundo perecerá por pérdida de calor; sin embargo, el mundo perecerá por pérdida de belleza; lo bello, tan pronto como deja atrás el reino del gusto relacionado con el individuo accidental, ya no es algo relativo, sino algo absoluto; exactamente lo mismo que lo verdadero, tan pronto como deja atrás el reino de los intereses y del pragmatismo, o lo bueno, tan pronto como deja atrás el reino de los instintos y del provecho del individuo accidental. Dios es verdadero, bueno y bello; tan pronto como un poeta toca, aunque no sea más que el extremo de la belleza de Dios, con lo cual toca también el extremo de lo verdadero y de lo bueno, es en su obra necesariamente algo absoluto e imperecedero. Así es Virgilio.


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