Don
Juan no es un prototipo español, ni menos andaluz. Es un producto de sociedades
decadentes, y, por lo tanto, había paseado ya su cinismo en el declinar de
varias civilizaciones, cuando aún España era un embrión de pueblo, sin
estructura nacional. Es fácil encontrar donjuanes perfectos en Grecia y en la Roma precristiana. En ésta se
había publicado el primer manual, el más cínico y el más perfecto del amor
donjuanesco, que es el Ars amandi, de Ovidio. El mismo Ovidio fue un Don Juan,
con todas sus glorias, con todas sus miserias y con todos sus equívocos. La fuerte y fecunda Edad Media no era
propicia al amor donjuanesco. Es cierto que en la Europa medieval hubo
donjuanes, pero vivieron sin ambiente. La modalidad prototípica del amor en
estos siglos es el amor caballeresco, lleno de espíritu de sacrificio,
monogámico, vencedor de la muerte, o bien la devoción total, silenciosa,
mística, casi asexuada hacia la mujer, más que vista, entrevista, como la de
Dante para Beatriz. Nada en suma, que recuerde al amor de Don Juan.
Gregorio Marañón
El
perdón al Burlador
Esto es lo que yo pienso de Don Juan y de su
leyenda; a saber, que su actitud ante el amor responde a un instinto indeciso y
no a la idea proverbial del varón magnífico, idea glorificada por varios siglos
de literatura nutrida de brillantes apariencias y no siempre de humanas
realidades. Que, a pesar de cuanto se dice, Don Juan no es un prototipo
español, nada tiene que ver con las
actitudes instintivas profundamente típicas de nuestra raza. Don Juan no es una
creación española, ni menos andaluza. Vino a España desde otros países de
Europa, empujado por el huracán renovador y cínico del Renacimiento. Si nació a
la mitología literaria en España fue porque en aquel siglo la fecundidad del
genio español coincidió con una decadencia profunda de la moral nacional. Por
nacer en España, la leyenda de Don Juan surgió unida a elementos religiosos y
fúnebres típicamente ibéricos, que fueron la causa inmediata de su éxito y de
su difusión, pero pronto la figura del
Burlador se despojó de estos elementos locales y de época para convertirse en
uno de los mitos universales y eternos del amor. Finalmente, es lo más probable
que el modelo vivo que impresionó a Tirso de Molina para idear su drama fue el
conde de Villamediana, al que el gran fraile conoció de cerca y cuya vida fue
un trasunto exacto de la del Burlador. Y
ahora, dejemos a Don Juan que duerma en paz en su sepulcro. Al protagonista
real, al conde de Villamediana, le absolvió el rey de sus pecados, y suponemos que le habrá perdonado Dios. El
Don Juan del drama está perdonado también. En la versión de Tirso de Molina, y
en las que le siguieron durante dos siglos, el Dios implacable le condenaba al
fuego eterno. Esto es lo que impedía que fuera un mito completamente popular.
La gente ama al gran bergante y no le quiere ver condenado, de ninguna manera.
En la versión de Zorrilla, la que, todos los años, el día de los muertos pasea
por los escenarios su admirable locura y sus versos inmortales, aparece, al
fin, la innovación que había de infundir para siempre el drama de Don Juan en
la conciencia de la multitud: en el instante supremo, cuando ya queda sólo un
grano en el reloj de la vida del seductor, Doña Inés, con su candor celeste,
arranca al pecador del Infierno y lo gana para la gracia eterna. Pues bien;
nosotros, los profesores impertinentes, no vamos a ser menos que los reyes y
que los poetas. Digamos, pues, como ellos: ¡Que duerma en paz!
La civilización es sólo el triunfo de las cosas nobles, es decir, de las cosas que no son inmediatamente necesarias, sobre las cosas imprescindibles. Todo el progreso humano se basa en la creación de artificios que nos permitan, no vivir sin trabajar, pero sí trabajar para crear cosas que no son necesarias para vivir. (27-28)
***
Sería, sin embargo, exagerado decir que Don Juan ha pasado definitivamente a la Historia. Su actualidad volverá a florecer. [...] Las actitudes del hombre frente al amor son siempre las mismas, y oscilan, como un péndulo entre dos gestos extremos que invariablemente se repiten: o el amor se conquista y se sublima, o el amor se regala y se profana. Estamos en la fase del amor regalado. Don Juan apenas tiene razón de existir; mas nadie puede asegurar que, algún día, vuelva otra vez a sonar su hora".
No se me había ocurrido esa reflexión tan interesante. De hecho Petrarca, en La vida solitaria, se escandaliza de la afirmación de Ovidio que pide a los dioses morir durante el acoplamiento sexual
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