lunes, 25 de noviembre de 2024

La civilización es sólo el triunfo de las cosas nobles, es decir, de las cosas que no son inmediatamente necesarias, sobre las cosas imprescindibles. Todo el progreso humano se basa en la creación de artificios que nos permitan, no vivir sin trabajar, pero sí trabajar para crear cosas que no son necesarias para vivir.

 Don Juan no es un prototipo español, ni menos andaluz. Es un producto de sociedades decadentes, y, por lo tanto, había paseado ya su cinismo en el declinar de varias civilizaciones, cuando aún España era un embrión de pueblo, sin estructura nacional. Es fácil encontrar donjuanes perfectos en Grecia y en la Roma precristiana. En ésta se había publicado el primer manual, el más cínico y el más perfecto del amor donjuanesco, que es el Ars amandi, de Ovidio. El mismo Ovidio fue un Don Juan, con todas sus glorias, con todas sus miserias y con todos sus equívocos.  La fuerte y fecunda Edad Media no era propicia al amor donjuanesco. Es cierto que en la Europa medieval hubo donjuanes, pero vivieron sin ambiente. La modalidad prototípica del amor en estos siglos es el amor caballeresco, lleno de espíritu de sacrificio, monogámico, vencedor de la muerte, o bien la devoción total, silenciosa, mística, casi asexuada hacia la mujer, más que vista, entrevista, como la de Dante para Beatriz. Nada en suma, que recuerde al amor de Don Juan.

Gregorio Marañón


El perdón al Burlador

   Esto es lo que yo pienso de Don Juan y de su leyenda; a saber, que su actitud ante el amor responde a un instinto indeciso y no a la idea proverbial del varón magnífico, idea glorificada por varios siglos de literatura nutrida de brillantes apariencias y no siempre de humanas realidades. Que, a pesar de cuanto se dice, Don Juan no es un prototipo español, nada  tiene que ver con las actitudes instintivas profundamente típicas de nuestra raza. Don Juan no es una creación española, ni menos andaluza. Vino a España desde otros países de Europa, empujado por el huracán renovador y cínico del Renacimiento. Si nació a la mitología literaria en España fue porque en aquel siglo la fecundidad del genio español coincidió con una decadencia profunda de la moral nacional. Por nacer en España, la leyenda de Don Juan surgió unida a elementos religiosos y fúnebres típicamente ibéricos, que fueron la causa inmediata de su éxito y de su difusión,  pero pronto la figura del Burlador se despojó de estos elementos locales y de época para convertirse en uno de los mitos universales y eternos del amor. Finalmente, es lo más probable que el modelo vivo que impresionó a Tirso de Molina para idear su drama fue el conde de Villamediana, al que el gran fraile conoció de cerca y cuya vida fue un trasunto exacto de la  del Burlador. Y ahora, dejemos a Don Juan que duerma en paz en su sepulcro. Al protagonista real, al conde de Villamediana, le absolvió el rey de sus pecados,  y suponemos que le habrá perdonado Dios. El Don Juan del drama está perdonado también. En la versión de Tirso de Molina, y en las que le siguieron durante dos siglos, el Dios implacable le condenaba al fuego eterno. Esto es lo que impedía que fuera un mito completamente popular. La gente ama al gran bergante y no le quiere ver condenado, de ninguna manera. En la versión de Zorrilla, la que, todos los años, el día de los muertos pasea por los escenarios su admirable locura y sus versos inmortales, aparece, al fin, la innovación que había de infundir para siempre el drama de Don Juan en la conciencia de la multitud: en el instante supremo, cuando ya queda sólo un grano en el reloj de la vida del seductor, Doña Inés, con su candor celeste, arranca al pecador del Infierno y lo gana para la gracia eterna. Pues bien; nosotros, los profesores impertinentes, no vamos a ser menos que los reyes y que los poetas. Digamos, pues, como ellos: ¡Que duerma en paz!



La civilización es sólo el triunfo de las cosas nobles, es decir, de las cosas que no son inmediatamente necesarias, sobre las cosas imprescindibles. Todo el progreso humano se basa en la creación de artificios que nos permitan, no vivir sin trabajar, pero sí trabajar para crear cosas que no son necesarias para vivir. (27-28)

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Sería, sin embargo, exagerado decir que Don Juan ha pasado definitivamente a la Historia. Su actualidad volverá a florecer. [...] Las actitudes del hombre frente al amor son siempre las mismas, y oscilan, como un péndulo entre dos gestos extremos que invariablemente se repiten: o el amor se conquista y se sublima, o el amor se regala y se profana. Estamos en la fase del amor regalado. Don Juan apenas tiene razón de existir; mas nadie puede asegurar que, algún día, vuelva otra vez a sonar su hora".

1 comentario:

  1. No se me había ocurrido esa reflexión tan interesante. De hecho Petrarca, en La vida solitaria, se escandaliza de la afirmación de Ovidio que pide a los dioses morir durante el acoplamiento sexual

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