La vida intelectual es una forma de recuperar nuestro valor real cuando los juegos de poder y los descuidados juicios de la vida social nos lo niegan

 La vida intelectual es una forma de recuperar nuestro valor real cuando los juegos de poder y los descuidados juicios de la vida social nos lo niegan. Por eso es fuente de dignidad. En la vida social, el conocimiento se suele intercambiar por dinero o por poder, por aprobación o por un sentido de pertenencia a un grupo, para marcar la superioridad de estatus o para lograr un sentimiento de importancia. Estas son nuestras monedas comunes, nuestras formas de trepar o de pisar a los demás. Pero como un ser humano es más que su función social, pueden darse otras formas más auténticas de relacionarse. Estas formas de comunión pueden consistir en la alegre amistad de los ratones de biblioteca o en la perseverante búsqueda de la verdad acerca de algo juntos que se nos haría insoportable de no ser por la compañía de los demás. Si no tuviéramos todos en común una base de humanidad, no podríamos encontrar el sentido a nuestras profundas conexiones interpersonales. Así también, si no hubiera algo en nosotros más allá del valor social que se nos asigna por nuestra riqueza, nuestro estatus social o nuestros logros políticos, no sería fácil considerar por qué merece la pena cultivar nuestra vida interior. De este modo, la vida intelectual, el aprender porque sí, plantea la existencia de un sujeto misterioso: la persona que piensa o reflexiona, que tiene un valor o una dignidad ocultos.



¿Cómo de frecuente es un entorno social plagado de mentiras? ¿Se limita de hecho a los regímenes totalitarios? El filósofo político francés Yves Simon defendió una versión general de la percepción de Levi sobre la importancia de buscar la verdad en entornos totalitarios, afirmando que estar en guardia permanentemente contra las mentiras es necesario en todos los grupos sociales. Simon era un católico antinazi que observó el insoportable espectáculo de la Francia de Vichy desde el exilio en tiempos de guerra. Veía que su aparentemente extraordinario conjunto de circunstancias —una guerra histórica mundial que apartó sus más profundas lealtades— era, de hecho, algo muy común: la tensión que se encuentra siempre y en todo lugar entre el pensamiento y la vida social. Observó: «No conozco, no puedo imaginarme, ningún grupo que no incluya entre sus ideas actuales una enorme dosis de mentiras. Siendo ese el caso, la alternativa es inevitable: o a uno le debe gustar la falsedad, o le debe disgustar el entorno familiar de la vida cotidiana». Simon ve que, si la mentira prevalece en la vida social y si necesitamos para alcanzar nuestra plena humanidad, la vida del día a día con los demás es prácticamente insoportable. Después de todo, ¿en qué consiste la vida social cotidiana? Un comentario despectivo sobre otro grupo; un rumor o una historia destinada a provocar indignación; una noticia que desentierra un miembro de un bando para sacar ventaja; una cruda expresión de lealtad a una institución tan defectuosa como sus denigrados rivales. Todas estas cosas son fundamentales para el tejido de la vida social, especialmente en tiempos en los que la vida social está inusualmente politizada, como sucedía en la época de Simon y como sucede también ahora en la nuestra. Hablamos para sacar provecho: para sentirnos cómodos, para calmar nuestra ansiedad, para participar en las luchas por el poder y el estatus que nos rodean. Nuestro propósito al hablar rara vez es comunicar la verdad sobre algún asunto. De esta manera disminuimos el valor de aquellos a quienes hablamos; los tratamos como herramientas y les negamos dignidad.

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También nos podríamos refugiar de las mareas de mentiras y falsedades en la sencillez: en la apicultura, en el cultivo de tomates, en hacer punto, en dar paseos por el bosque o en la oración. La vida intelectual es solo uno de esos refugios. Pero para muchos de nosotros, incluso la simplicidad no es posible sin un abrumador régimen de abnegación intelectual, sin una búsqueda personal y rigurosa de introspección, guiada por la luminosa claridad de los objetos del intelecto, con la ayuda de muchas almas humanas que han vivido y escrito en el pasado. 

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