Cuánta mezquindad, cuánta bandería en nuestro país. Cuánto menosprecio del bien común. Parece que la sola palabra partido ya sugiere la idea de banda, de grupo que busca su bien particular a toda costa. Qué falta de sentido de la justicia cuando se imponen políticas voceadas por grupos minoritarios. Voceadas porque el grito ha de suplir la falta de racionalidad. Cuánto gregarismo, cacareo social. Cuánta falta de sindéresis, de prudencia. Qué lejos queda la palabra justicia cuando se proclama el derecho del fuerte sobre el débil, del sano sobre el enfermo, del adulto sobre el infante.
Qué buen vasallo si hubiese
buen señor. Qué buen país si hubiese buen gobierno. Qué buen gobierno si
hubiese el elemental afán de promover la justicia, esa constante voluntad de
dar a cada uno lo suyo.
Los partidos mayoritarios,
que representan a la mayoría de los ciudadanos, en lugar de llegar a pactos de
bien común, a consensos de justicia, se dedican, alguno al menos, a vender el
país a las minorías más tribales, más descerebradas, más centrífugas. Porque se
carece de todo sentido de nobleza. Solo se busca el aplauso, un poder
desvinculado por completo del sentido del bien común.
Y esto en el país de don
Quijote, de ese personaje que sale a los caminos a defender al débil, que
entiende la vida como un deber y no como un derecho.
Cuánta mezquindad. No hay
ningún ideal de heroismo, solo de demagogia grandilocuente. No hay heroismo y ni
siquiera artificio de lo heroico. Solo
villanía. La bravuconería del noble es sustituida por la bravuconería del
villano. Porque ni siquiera es un noble más o menos despótico que da la cara.
Es un villano gregario, que se refugia en la masa, en la manifestación, en el
voto por imposición de la banda de turno en el parlamento.
Durante la cruel pandemia se
produjo un acto particularmente obsceno. En medio de las muertes por covid, el
parlamento aprobó una ley de eutanasia. Como si hubiese derecho a matar a
nadie, ¡como si hubiese el deber de matar, en lugar de auxiliar, de aliviar el
dolor!
Qué país más cobarde, Dios
mío. Qué poca respuesta de los ciudadanos a semejante tropelía, empezando por
los médicos, y siguiendo por cualquier estamento, pues ninguno se libra. Solo
tímidos grititos de adolescente con acné.
En la campaña electoral casi
nadie ha hablado de eutanasia. Cuánta cobardía. Cuánto deseo de llenar la
barriga, de aliviar la bragueta, de cobrar más y de trabajar menos.
Millones de personas han
votado a los partidos que aprobaron la eutanasia. Les da igual. Votan con el
estómago, con la libido. No les interesan los ancianos, los enfermos, los
desvalidos que, con una ley de eutanasia, se sienten sobrantes, se sienten
empujados a solicitarla (como de hecho sucede en los países con eutanasia desde
hace años).
Cuánta mediocridad, cuánta
villanía de un pueblo que se traga carretas y carretones porque está en otra
cosa, está en las series, está en la operación bikini, está en la zafiedad.
Sus señorías diputadas no
votan en conciencia. ¿Tendrán conciencia? Poseen el gran mérito de ser amigos
de quien hace las listas, y aspiran a calentar su poltrona. Pero un hombre sin
conciencia es un monstruo. Un hombre que se pliega sistemáticamente a lo que
dicta su banda es un mosnstruo. Afortunadamente hay algunas personas que son
capaces de hacer oír su voz, de disonar, e incluso de abandonar su partido si
es el caso. Mientras haya una persona valiente, alguien dispuesto a dar la cara
por la justicia, hay esperanza.
Hay mucha mediocridad, mucho
gregarismo, mucha cobardía, pero podemos cambiar. Un solo hombre, como don
Quijote, aunque esté loco, puede mucho, o precisamente por eso.
Querido Antonio, ¡Cuánto me ha gustado leer este post!. Creo que la desesperanza política (por llamar de alguna manera a ese sentimiento negativo que a veces nos embarga al mirar a nuestra Patria) la superaríamos si tuviéramos en cuenta eso que dices tú: "Mientras haya una persona valiente, alguien dispuesto a dar la cara por la justicia, hay esperanza". Y aun añadiría más: como la victoria será de Él, habrá esperanza incluso aunque fuera ésta una generación absolutamente repleta de cobardes y arrastrados... porque los tiempos de Dios no son los nuestros y entre nuestros hijos o nuestros nietos o biznientos surgirá algún Rodrigo, capaz de volver a poner como fundamento de la política la verdad histórica y social y como finalidad el bien común, la paz y la justicia. Quizá tengamos que reforzar la Fe y pasar por nuestra particular piscina de Siloé aportando las "cuatro cosicas" que nosotros podemos poner sobre la mesa...
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