Pascal: Examine cada cual sus pensamientos, y los encontrará completamente ocupados en el pasado y en el porvenir. Apenas pensamos en el presente; y si pensamos en él, no es sino para pedirle luz para disponer del porvenir. El presente jamás es nuestro fin: el pasado y el presente son nuestros medios, sólo el porvenir es nuestro fin. Así, jamás viviremos, sino esperamos vivir; y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que no lo seamos jamás.

 139. DIVERTIMIENTO. -Cuando me he puesto a considerar algunas veces las diversas agitaciones de los hombres y los peligros y las penas a que se exponen en la corte, en la guerra, de donde nacen tantas querellas, pasiones, empresas audaces y con frecuencia malas, etc., he descubierto que toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa: el no saber quedarse tranquilos en una habitación. Un hombre que tiene suficientes medios de vida, si supiera estar en casa a gusto, no se marcharía para ir al mar o sentarse en una plaza. No se compraría tan caro un puesto en el ejército si no fuera insoportable el no moverse de la ciudad; y no se buscan las conversaciones y los divertimientos de los juegos sino porque no se puede permanecer en casa a gusto.

Pero al pensar más detenidamente y cuando después de haber encontrado la causa de todas nuestras desgracias he querido descubrir su razón, me he encontrado con que hay una muy efectiva, que consiste en la desgracia natural de nuestra condición flaca y mortal, y tan miserable que nada puede consolarnos cuando nos paramos a pensar en ella.

Cualquiera que sea la condición que nos imaginemos y reunidos todos los bienes que pudieran pertenecernos, la realeza es el más hermoso puesto del mundo, y sin embargo, imaginémosla acompañada de todas las satisfacciones que pudieran corresponderle. Si no tiene divertimiento y si se le deja considerar y reflexionar acerca de lo que es, esta lánguida felicidad no le sostendrá ya, caerá necesariamente en la visión de lo que le amenaza, de las rebeliones que pueden acontecer, y finalmente, en la muerte y en las enfermedades que son inevitables; de suerte que si no tiene lo que se llama divertimiento, helo desgraciado, y más desgraciado que el más ínfimo de sus subordinados que juega y se divierte.

De aquí viene el que sean tan buscados el juego y la conversación con las mujeres, la guerra, los grandes empleos. No es que efectivamente se sea feliz con ello, ni que se imagine que la verdadera felicidad consista en tener el dinero que puede ganarse en el juego, o corriendo la liebre; no lo querríamos si nos lo ofrecieran. Lo que se busca no es este uso muelle y apacible y que nos permite pensar en nuestra desgraciada condición, ni los peligros de la guerra, ni el trabajo de los empleos, sino el ajetreo que nos impide pensar en ello y nos divierte.

Razones por las que se prefiere la caza a la presa.

De aquí viene que gusten tanto a los hombres el ruido y el jaleo; de aquí viene el que la prisión sea un suplicio tan horrible; de aquí viene que el placer de la soledad sea una cosa incomprensible. Y, finalmente, el mayor motivo de felicidad de la condición de los reyes es que se busca incesantemente divertirlos y procurarles toda suerte de placeres.

El rey está rodeado de gentes que no piensan sino en divertir al rey y le impiden pensar en él. Porque por muy rey que sea, es desgraciado si piensa en ello.

He aquí todo lo que los hombres han podido inventar para hacerse felices. Y los que quieren pasar en esto por filósofos y creen que la gente es muy poco razonable al pasar todo el día corriendo tras una liebre, que no quisieran haber comprado, no conocen nuestra naturaleza. Esta liebre no nos ahorraría la visión de la muerte y de las miserias, pero la caza -que nos aparta de aquélla- nos la ahorra.

El consejo que se daba a Pirro de tomarse de antemano el descanso que iba a buscar con tantas fatigas, tropezaba con muchas dificultades.

Decir a un hombre que viva tranquilo es decirle que viva feliz; es aconsejarle tener una condición completamente feliz y que pudiese contemplar a placer sin encontrar en ello motivo ninguno de aflicción. No es, pues, entender la naturaleza.

Por esto los hombres que sienten naturalmente su condición no evitan nada tanto como el reposo; nada hay que dejen de hacer para buscar la perturbación. No es que no tengan un instinto que les haga conocer la verdadera felicidad. La vanidad, el placer de mostrarla a los demás.

Por esto no se sabe censurarlos debidamente; su falta no consiste en que busquen el tumulto, si no lo buscaran más que como un divertimiento; lo malo es que lo buscan como si la posesión de los bienes buscados fuera a hacerles verdaderamente felices, en lo cual se tiene razón de acusar a esta búsqueda de vanidad; de suerte que en todo ello, tanto los que censuran como los censurados no entienden la verdadera naturaleza del hombre.



Y por esto, cuando se les reprocha el que aquello que buscan con tanto ardor no puede satisfacerles, si respondieran, como debieran hacerlo bien pensado, que no buscan con ello sino una ocupación violenta e impetuosa que les desvía de pensar en sí mismos y que por esto se proponen un objeto atractivo que les encante y les atraiga con ardor, dejarían sin réplica a sus adversarios. Pero no responden esto porque no se conocen a sí mismos. No saben que lo que buscan no es la presa, sino la caza.

La danza: hay que pensar dónde se van a colocar los pies.

El gentilhombre cree sinceramente que la caza es un gran placer y un placer real; pero el carnicero no es de esta opinión.

Se imaginan que si hubiesen obtenido este cargo reposarían con placer, sin darse cuenta de la naturaleza insaciable de su codicia. Creen buscar sinceramente el reposo, y en realidad no buscan sino la agitación.

Tienen un secreto instinto que les lleva a buscar en el exterior el divertimiento y la ocupación, instinto que procede del resentimiento de sus continuas miserias; tienen otro secreto instinto, residuo de la grandeza de nuestra primera naturaleza, que les hace conocer que la felicidad no se halla efectivamente más que en el reposo y no en el tumulto; y con estos dos instintos contrarios se forma en ellos un proyecto confuso que se esconde de su vista en el fondo de sus almas y les lleva a tender al reposo por la agitación y a figurarse siempre que la satisfacción de que carecen les vendrá si, superando ciertas dificultades, pueden abrirse por esta vía la puerta al reposo.

Así transcurre toda la vida. Se busca el reposo combatiendo algunos obstáculos; y cuando se han superado, el reposo se hace insoportable; porque o se piensa en las miserias que se tienen o en las que nos amenazan. Y aunque nos viéramos bastante defendidos por todas partes, el aburrimiento, con su autoridad privada, no dejaría de brotar del fondo del corazón, donde tiene raíces naturales, y de llenar el espíritu con su veneno.

Así, es el hombre tan desgraciado, que se aburriría sin causa ninguna de aburrimiento por el propio estado de su complexión; y es tan vano, que estando lleno de mil causas esenciales de aburrimiento, la menor cosa, como un billar y una bola que empuja, bastan para divertirle.

Pero, me diréis, ¿qué se propone con todo esto? Gloriarse mañana entre sus amigos de que ha jugado mejor que otro. Así, los otros sudan en sus despachos para mostrar a los sabios que han resuelto una cuestión de álgebra que no se hubiera podido encontrar hasta aquí; y tantos otros se exponen a los últimos peligros para vanagloriarse después de una plaza que han tomado, y tan tontamente para mi gusto; y, finalmente, los otros se matan para anotar todas estas cosas, no para ser más sensatos, sino solamente para mostrar que las conocen, y éstos son los más tontos de la compañía, porque lo son con conocimiento, mientras que puede pensarse de los otros que no lo serían si poseyeran este conocimiento.

Un hombre pasa su vida sin aburrirse jugando todos los días un poco. Dadle todas las mañanas el dinero que puede ganar cada día, con la condición de que no juegue: le haréis desgraciado. Se dirá tal vez que lo que busca es la diversión del juego y no la ganancia. Hacedle, pues, jugar sin apostar; no se encenderá y se aburrirá. No es, pues, la simple diversión lo que busca: una diversión lánguida y sin pasión le aburrirá. Es menester que se encienda y se pille a sí mismo, imaginándose que sería feliz ganando lo que no quisiera que se le diera, a condición de no jugar, con el fin de que se forme un motivo de pasión, y que con él excite su deseo, su cólera, su temor, por el objeto que se ha formado, como los niños se asustan de la cara que se han embadurnado.

¿De dónde viene que este hombre, que hace pocos meses perdió a su hijo único, y que, apesadumbrado por procesos y demandas, estuviera esta mañana tan emocionado, ahora ya no piense en ello? No os sorprendáis: está absorto en ver por dónde pasará este jabalí que los perros persiguen con tanto ardor desde hace seis horas. No necesita más. El hombre, por muy lleno de tristeza que esté, si se puede obtener de él que se embale en algún divertimiento, helo feliz durante este tiempo; y el hombre, por feliz que sea, si no está divertido y ocupado por alguna pasión o por alguna diversión que impida desbordarse al aburrimiento, pronto estará triste y desgraciado. Sin divertimiento no hay alegría, con el divertimiento no hay tristeza. Y es también esto lo que constituye la felicidad de las personas de gran condición; el que tienen un número de personas que les divierten y poseen la capacidad de mantenerse en este estado.

Tened cuidado. ¿Qué otra cosa es ser superintendente, canciller, primer presidente, sino hallarse en una condición en la que desde la mañana se tiene un gran número de personas que vienen de todas partes para no dejarles una hora al día en que puedan pensar en sí mismos? Y cuando están en desgracia y se les envía a sus casas de campo, donde no carecen ni de bienes ni de criados para servirles en sus necesidades, no cesan de sentirse miserables y abandonados porque nadie les impide pensar en sí mismos.

146. El hombre está visiblemente hecho para pensar; ello constituye toda su dignidad y todo su mérito; todo su deber consiste en pensar como es debido. Ahora bien: el orden del pensamiento está en comenzar por sí mismo, por su autor y por su fin.

Pero ¿en qué piensa el mundo? Jamás piensa en esto; sino en bailar, en tocar el laúd, en cantar, en hacer versos, correr la sortija, etc., en luchar, en hacerse rey, sin pensar en qué es ser rey y qué es ser hombre.

147. No nos contentamos con la vida que tenemos en nosotros y en nuestro propio ser; queremos vivir, en la idea de los demás, una vida imaginaria, y nos esforzamos por esto en parecerlo. Trabajamos incesantemente en embellecer y conservar nuestro ser imaginario, descuidamos el verdadero. Y si tenemos tranquilidad, o generosidad, o fidelidad, nos apresuramos a hacerlo saber, con el fin de vincular estas virtudes a nuestro otro ser, y estaríamos dispuestos a arrancárnoslas para unirlas al otro; preferiríamos ser poltrones con tal de adquirir la reputación de ser valientes. ¡Gran signo de la nada de nuestro propio ser el no estar satisfecho del uno sin el otro, y de canjear con frecuencia el uno por el otro! Porque quien no muriera por conservar su honor sería infame.

171. MISERIA. -La única cosa que nos consuela de nuestras miserias es el divertimiento, y, sin embargo, es la más grande de nuestras miserias. Porque es lo que nos impide principalmente pensar en nosotros, y lo que nos hace perdernos insensiblemente. Sin ello nos veríamos aburridos, y este aburrimiento nos impulsaría a buscar un medio más sólido de salir de él. Pero el divertimiento nos divierte y nos hace llegar insensiblemente a la muerte.

172. No nos limitamos jamás al tiempo presente. Anticipamos el porvenir, como demasiado lento en venir, como para apresurar su curso; o recordamos el presente para detenerlo como demasiado pronto, tan imprudente que erramos en los tiempos que no son nuestros, y no pensamos en el único que nos pertenece; y tan vanos, que pensamos en los que ya no son nada, y dejamos escapar sin reflexión al único que subsiste. Es que de ordinario el presente nos lastima. Lo ocultamos de nuestra vista, porque nos aflige, y si nos es agradable, nos pesa el verlo escapar. Tratamos de sostenerlo para el porvenir, y pensamos en disponer las cosas que no están en poder nuestro, para un tiempo a que no estamos seguros de llegar.

Examine cada cual sus pensamientos, y los encontrará completamente ocupados en el pasado y en el porvenir. Apenas pensamos en el presente; y si pensamos en él, no es sino para pedirle luz para disponer del porvenir. El presente jamás es nuestro fin: el pasado y el presente son nuestros medios, sólo el porvenir es nuestro fin. Así, jamás viviremos, sino esperamos vivir; y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que no lo seamos jamás.

[...]

Si están molestos en el fondo de su corazón por no tener más luz, que no lo disimulen: esta declaración no tiene nada de vergonzoso. La única vergüenza es carecer de ella. Nada acusa más la extrema flaqueza de espíritu que el no reconocer la desgracia de un hombre sin Dios; nada indica más claramente una mala disposición de corazón que el no desear la verdad de las promesas eternas; nada más cobarde que hacer bravatas contra Dios. Dejen, pues, estas impiedades para los que son lo bastante mal nacidos para ser verdaderamente capaces de ellos; sean por lo menos personas honradas si no pueden ser cristianas, y reconozcan finalmente que no hay más que dos clases de personas que puedan llamarse sensatas: o los que sirven a Dios de todo corazón, porque le conocen, o los que le buscan de todo corazón porque no le conocen.

Pero por lo que hace a los que viven sin conocerle y sin buscarle, se juzgan a sí mismos tan poco dignos de preocuparse de sí mismos como dignos de ser objeto de preocupación para los demás; y es menester tener toda la caridad de la religión que ellos desprecian para no despreciarlos hasta abandonarlos en su locura. Pero, puesto que esta religión nos obliga a considerarlos siempre, mientras estén en esta vida, como capaces de la gracia que puede iluminarles, y a creer que en poco tiempo pueden hallarse más llenos de fe que lo estamos nosotros, y que nosotros podemos, por el contrario, caer en la obcecación en que ellos se encuentran, hay que hacer por ellos lo que quisiéramos que se hiciera por nosotros si estuviéramos en su lugar, y moverles a tener piedad de sí mismos y a dar por lo menos algunos pasos para que prueben a ver si encuentran luz. Que concedan a esta lectura algunas de esas horas que tan inútilmente emplean fuera de ella: cualquiera que sea la versión que aporten a ella, tal vez encontrarán algo, y por lo menos no perderán mucho; pero aquellos que aporten una perfecta sinceridad y un verdadero deseo de encontrar la verdad, espero que encontrarán satisfacción, y que quedarán convencidos de las pruebas de una religión tan divina, que he reunido aquí, y en las que he seguido sobre poco más o menos este orden...

268. SUMISIÓN. -Hay que saber dudar donde es necesario, aseverar donde es necesario, sometiéndose donde es necesario. Quien no lo hace no escucha la fuerza de la razón. Los hay que pecan contra estos principios, o bien aseverándolo todo como demostrativo, por no entender de demostraciones; o bien dudando de todo, por no saber dónde hay que someterse; o bien sometiéndose a todo, por no saber dónde hay que juzgar.

277. El corazón tiene razones que la razón no conoce. Se sabe esto en mil cosas. Yo digo que el corazón ama naturalmente el ser universal, y se ama naturalmente a sí mismo, en la medida que se entrega; se endurece contra el uno o contra el otro a su antojo. Habéis rechazado lo uno y conservado lo otro, ¿es que os amáis por razón?

346. El pensamiento constituye la grandeza del hombre.

347. El hombre no es más que una caña, la más débil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarlo: un vapor, una gota de agua bastan para matarlo. Pero aun cuando el universo le aplastara, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y lo que el universo tiene de ventaja sobre él; el universo no sabe nada de esto.

Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. Por aquí hemos de levantarnos, y no por el espacio y la duración que no podemos llenar. Trabajemos, pues, en pensar bien: he aquí el principio de la moral.

412. Guerra intestina del hombre contra la razón y las pasiones.

Si no hubiese más que la razón sin pasiones...

Si no hubiese más que pasiones sin razón...

Pero habiendo lo uno y lo otro, no se puede estar sin guerra, porque no se puede tener la paz con lo uno sin guerra con lo otro: así, el hombre está siempre dividido y es contrario de sí mismo.

413. Esta guerra interior de la razón contra las pasiones ha hecho que los que han querido tener paz se hayan dividido en dos sectas. Unos han querido renunciar a las pasiones y llegar a ser dioses; otros han querido renunciar a la razón y hacerse animales brutos. (Des Barreaux.) Pero no lo han podido ni los unos ni los otros; y permanece siempre la razón que acusa la bajeza y la injusticia de las pasiones y que altera el reposo de los que se abandonan a ellas; y las pasiones están siempre vivas en quienes quieren renunciar a ellas.

418. Es peligroso el hacer ver demasiado al hombre, cuán semejante es a los animales sin mostrarle su grandeza. Es también peligroso hacerle ver demasiado su grandeza sin su bajeza. Es más peligroso todavía dejarle que ignore lo uno y lo otro. Pero es muy provechoso representarle lo uno y lo otro.

Es preciso que el hombre no crea que es igual a los animales ni a los ángeles, y que no ignore ni lo uno ni lo otro, sino que sepa lo uno y lo otro.

470. «Si hubiera visto un milagro, dicen, me convertiría.» ¿Cómo aseguran que harían lo que ignoran? Se imaginan que esta conversión consiste en una adoración que se hace de Dios como un comercio y una conversión tal como ellos se la figuran. La conversión verdadera consiste en aniquilarse ante este Ser universal al que tantas veces se ha irritado y que legítimamente puede perderos en todo instante; en reconocer que no se puede nada sin Él y que no se ha merecido de Él sino la desgracia. Consiste en conocer que hay una invencible oposición entre Dios y nosotros, y que sin un mediador no puede haber comercio con él.

  • Título uniforme: Pensées. Español
  • Título: Pensamientos / Pascal (en formato HTML)
  • Autor: Pascal, Blaise, 1623-1662
  • Publicación: Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 1999
  • Publicación original: Madrid, Espasa Calpe, 1940.
  • Notas de reproducción original: Edición digital basada en la edición de Madrid, Espasa Calpe, 1940.

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