No somos mamíferos bípedos con tendencia a aparearse y emparejarse, sino personas humanas, creadas a imagen y semejanza de Dios, capaces de dar su palabra, de amar, de tutear a Dios y a los hombres, de vivir en comunión con Dios y los hombres en el mundo y en el cielo.

No somos mamíferos bípedos con tendencia a aparearse y emparejarse, sino personas humanas, creadas a imagen y semejanza de Dios, capaces de dar su palabra, de amar, de tutear a Dios y a los hombres, de vivir en comunión con Dios y los hombres en el mundo y en el cielo.

El pensamiento produce palabras, y la voluntad permite entregarlas. Amar es entregarse a otro. Voltaire dijo que el amor no es otra cosa que el contacto de dos epidermis. Cristo, en cambio, afirmó que nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos. Compara y elige.

Con los animales compartimos sueño y nutrición, apareamiento y emparejamiento. Lo genuinamente humano es la capacidad de pensar, de no ser por tanto esclavos de lo inmediato, y de amar, que permite comprometerse, es decir, enviarse por completo hacia el futuro. El hombre es el único habitante de la tierra que puede amar, o sea, entregar su vida, y por tanto su futuro. 

La cultura de la pareja, despreciadora del matrimonio, es una cultura poco humana, pues menosprecia lo más genuinamente humano, que es la capacidad de compromiso. Esta cultura es, per se, contraceptiva, y los hijos que se deciden, por concesión y siempre que no perturben la vida de la mascota, se ven privados de la estabilidad de la unión de sus padres, absolutamente necesaria para crecer como personas. Los niños no precisan tres idiomas, deporte, danza y música. Precisan, sobre todo, unos padres que se quieran de verdad, es decir, que subordinen su éxito social a la familia.


La concepción de la sexualidad vulgarizada en este final y comienzo del milenio es materialista, y por tanto pobre, sesgada, reductiva, y miope. La doctrina cristiana sobre la sexualidad es un monumento de la inteligencia. En particular, la teología del cuerpo desarrollada por Juan Pablo II es un prodigio de humanidad, de espiritualidad. No se puede decir nada más elevado del cuerpo humano que afirmar que, tras la encarnación del Verbo, el cuerpo humano es cuerpo de Dios. No se puede enaltecer más la sexualidad humana cuando se afirma que es ocasión para participar del poder creador de Dios.

La contracepción lo que impide que nazca es, sobre todo, el amor.

El pansexualismo que respiramos, híbrido de Freud y jipi "colocado", es una piltrafa intelectual. Es preferir una pintada callejera al Museo del Prado. Es mudar la primogenitura cristiana y humanista por un plato de lentejas.

La teología del cuerpo de Juan Pablo II, Los cuatro amores de C. S. Lewis o la encíclica Deus caritas est de Benedicto XVI permiten atisbar la enorme riqueza de la tradición judeocristiana en colaboración con la grecolatina.


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