Todo juicio crítico supone un encuentro de dos sensibilidades: la del autor de la obra de arte y la del crítico o intérprete. Dicho de otro modo: lo que llamamos interpretación es el resultado de un proceso en virtud del cual nuestra propia personalidad actúa como filtro para la expresión de otra persona. Esto es evidente en el caso de la ejecución musical, pero vale también para cualquier tipo de imitación. Sin embargo, conviene subrayar que esa evidencia no es necesariamente tal para los contemporáneos. Puesto que la intrepretación de una obra de arte consta de dos elementos: el elemento original, que proporciona el artista antiguo, y el que añade sü intérprete posterior, hay que esperar a que este segundo elemento pertenezca también al pasado, para que se transparente, como sucedería en el caso de un palimpsesto o de un manuscrito realizado con tinta invisible. Por lo general, los contemporáneos no tienen conciencia de ese elemento añadido, puesto que éste corresponde al sentimiento común de la época, está en el aire que se respira; la conciencia que de él tienen no es mayor que la que una persona sana tiene de sus propias funciones fisiológicas. Pero si dejamos que pasen unos años (que no necesitan ser muchos) veremos que el punto de vista cambia de una manera imperceptible pero inevitable; la investigación histórica y filológica va modificando los datos de un problema; determinados aspectos de la personalidad de un artista, antes ocultos, pasan al primer plano, y como resultado de ello ya no sentimos igual que nuestros padres, o que nosotros mismos ayer. p. 36.
¿Cuáles son las características de la memoria estética en el arte? Según Russi, su incapacidad de ser aprehendida en el nivel de los sentidos. Las sensaciones concomitantes que la conciencia aprehende a través de la percepción de una obra de arte sólo pueden perdurar como memoria, y sólo en la memoria pueden ser vividas. La obra de arte es un objeto alusivo: según los diferentes materiales a que recurre la expresión, éste apela directamente a uno u otro aspecto del alma, y a través de la memoria sugiere los demás aspectos. Las diferentes artes no cooperan como lo hacen los sentidos; cada arte trabaja en su propio terreno; una característica de la experiencia estética consiste en que a través de un solo arte se logra expresar el arte en general; por el contrario, con la suma de los esfuerzos de todas las artes sólo se consigue que unas estorben a las otras. En la experiencia sensible sucede precisamente lo opuesto: sólo puede aprehenderse un objeto si intervienen todos los sentidos. La grandeza de una obra de arte siempre consiste en conceder a
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la memoria la posibilidad de establecer —a partir de los datos sensibles que presenta determinado arte— cierto margen de indeterminación en lo que al resto se refiere. En esto reside la diferencia entre la memoria práctica y la memoria estética:
mientras que en la primera la respectiva sensación real puede reemplazar a la sensación imaginada, la memoria estética, en cambio, es sustancialmente memoria, porque ninguna sensación real, ninguna suma de sensaciones reales puede reemplazar a las sensaciones que a través de esa memoria se ofrecen a la conciencia.
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