La enfermedad de la intelligentsia es la envidia más o menos reconocida - le concedo una entrevista en vez de hacer investigaciones en la Bibliothèque Nationale- de querer jugar y ganar en las dos mesas: tratar de obtener el respeto de sus iguales, una talla más o menos duradera en su disciplina, y el éxito público. Es el gran veneno. Hay que tener mucho orgullo y modestia (tal vez son la misma cosa) para decir no, para rechazar la pretensión de llegar a un público que en realidad no es capaz de juzgar lo que se le presenta sin desplomarse.
Si hay crisis, es precisamente una crisis publicitaria, el pensamiento se ha hecho publicidad...
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El espectáculo es lo contrario del silencio, de la vida privada... y del tiempo. ¡Ya no tenemos tiempo! Hay una especie de accelerando que hace que nos veamos acosados por todas partes, como nunca con anterioridad, y muchas veces por tentaciones muy seductoras que tienen nombres: invitaciones, coloquios, viajes con gastos pagados... Arthur Koestler escribió un libro sobre esas rameras que son los intelectuales, que van de un simposio a una conferencia, de Davos a Estocolmo, de Estocolmo a Buenos Aires... ¡Los seminarios se celebran ahora en los aeropuertos!
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El voto mayoritario no reglamentaría nada, pues la mayoría puede equivocarse por completo. Entonces, se hace teoría, pero no es más que un farol. No hay lugar para las teorías en arte ni en literatura, solamente metáforas de trabajo.
George Steiner, Los logócratas.
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