viernes, 14 de junio de 2019

Sin libertad no hay amor

Ser amado no es solo escuchar "te quiero". Ser amado es escuchar "te quiero" de alguien que podría haber guardado silencio o decirnos "no te quiero". 
Lo que da valor al amor, lo que constituye el amor en amor, es la libertad. Sin libertad no hay amor. 
Por eso un robot no puede amar: puede sonreír, puede acariciar, puede derramar lágrimas, pero no amar, porque no es libre. Y no es libre porque no es un ser intelectual y volitivo, capaz, por tanto, de ir contra la razón y aún contra su propia libertad. Un robot no ama porque no es libre, porque carece de alma, de alma racional. El alma es forma de un cuerpo orgánico, pero el alma humana, aun presente en cada milímetro del cuerpo, no se reduce a él. 
(Por cierto, Quevedo afirmó que sería polvo, mas polvo enamorado, porque, a ver, ¿el amor es combustible?)
Una computadora puede calcular más rápido que una mente humana, pero no es lo mismo la ratio que el intellectus. El hombre no solo razona, sino que intelige: alumbra conceptos, aprehende ideas, ideas a las que, desde su libertad, puede teñir de una impronta personal creativa y ética.
Un ser humano con sus capacidades razonadoras disminuidas o lesionadas siempre será persona frente al computador más potente: una máquina. Alguien con síndrome de Down puede alumbrar conceptos, puede, sobre todo, amar o decidir no hacerlo. La sonrisa sincera de un ser humano vale más (en términos de aporte humano) que la operación más compleja de la máquina más poderosa. 
Vivimos tiempos de intenso materialismo, tiempo por tanto, de reduccionismo, de mirada ciega hacia al ser humano, o tuerta. Como escribió Ionesco: "el hombre no es solamente un animal social prisionero de su tiempo". Ni es solo animal, ni es solo social, ni es reductible a lo corpóreo, ni a la materia. 



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