Adentrarse en la complejidad del latín, comprender las resonancias etimológicas
(tanto a nivel lingüístico como conceptual), desentrañar su estructura y gozar de sus
bellezas estilísticas… todo esto es una manera de conocerlo mejor, de encontrar los
remedios aun antes de que surjan los problemas, y al propio tiempo de practicar una
felicidad sumamente especial: la felicidad que nace, por decirlo con Aristóteles, del
deseo de interpretar, de ir un poco más allá de la evidencia. ¿Por qué, realmente,
reducir el saber a información inmediata o al utilitarismo de las respuestas mecánicas,
por qué renunciar a la reflexión y a la aventura intelectual? ¿Por qué creer que el
presente solo es el momento que se vive y que la Antigüedad clásica sea algo inútil
que hay que relegar al desván? ¿Por qué no comprender que la historia de nuestras
vidas no es más que una fracción de la historia y que la vida comenzó mucho antes de
que naciéramos nosotros y que la existencia de un individuo es mucho más auténtica
si se inscribe en un marco que trascienda los límites del registro civil?
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