Reducen el cosmos a lo que sus calculadoras y tubos de ensayo pueden medir.


Científicos experimentales criados en un materialismo mostrenco siguen empeñados en encontrar la glándula pineal, el gen del mal y el modo de trasladar el espíritu, en que no creen, al disco duro de un ordenador. No entienden que el yo anida en un cuerpo, pero no se reduce a él. No entienden que en un incendio no pueden consumirse nuestros conceptos porque no son combustibles. Reducen el cosmos a lo que sus calculadoras y tubos de ensayo pueden medir. Siempre tuertos para lo humano, no reciben ayuda de los estudiosos de humanidades embarcados en un positivismo desaforado, acomplejados ante los métodos de las ciencias experimentales. Las humanidades están en declive con la connivencia de no pocos de sus estudiosos, por haber renunciado a menudo a la búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza.




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