La dictadura de la fantasía

Hugo Friedrich: La estructura de la lírica moderna, Seix Barral, Barceloba 1974:
 
el tiempo inte­rior constituirá el refugio de una lírica que huye de la congoja de la realidad.

Rousseau logró también en muchas otras obras suyas esa supresión de la diferencia entre fantasía y realidad. Sólo la fantasía, dice en la  Nouvelle Hcloise, puede darnos la felicidad; la realización, en cambio, la mata. “El país de la ilusión es el único del mundo que merece ser habitado; es tal la nulidad de la naturaleza humana que sólo le resulta bello aquello que no es” (VI, S). A ello se añade el concepto de fantasía creadora, que partiendo de la disposición del sujeto, es capaz de crear lo no existente y aun de situarlo por encima de lo existente (Confessions, II, 9). Jamás se valorará como es debido la importancia semejante frases para la poesía futura. No obs­tante, Rousseau habla impulsado por un sentimen­talismo de la felicidad teñido de matices personales. Si lo eliminamos, veremos que la fantasía lia sido audazmente elevada a la categoría de potencia que, aun sabiendo lo engañosas que son sus cualidades,quiere por convicción que la nada —que Rousseau entiende todavía como negación cu el sentido moral — no permita otra actividad del espíritu que la imaginaria: sólo ésta satisface la necesidad de reve­lación de lo más íntimo. Con ello se suprime la obli­gación de medir los productos de la fantasía con la realidad. La fantasía se ha convertido en absoluta.

Y así la volveremos a encontrar en el siglo xix, exas­perada hasta erigirse en dictadora y definitivamente liberada de los matices sentimentales que tuviera en Rousseau.

(…)

el genio — dice (Diderot)— tiene derecho a la brutalidad e incluso al extravío; precisamente los más sorprendentes y desagradables de éstos son los que arrebatan; el genio irradia erro­res que deslumbran; arrebatado por el vuelo de águi­la de sus ideas, el genio construye edificios a los que la razón no alcanzaría jamás; sus creaciones son combinaciones libres, que él ama como si fueran poe­mas; sus posibilidades van mucho más allá que el mero producir o descubrir, y por lo mismo “para el genio, los términos de verdad o mentira han dejado de tener valor preciso”. En los párrafos que extrac­tamos se recurre con frecuencia al concepto de fanta­sía, que es la fuerza motriz del genio. Lo que se con­cede a éste se concede también a aquélla: uno y otra son libres movimientos de las fuerzas espirituales, cuya calidad sólo se mide según las dimensiones de las imágenes creadas, según la eficacia de las ideas, segúu una dinámica pura ya no supeditada al contenido, que ha dejado tras sí las diferencias entre bien y mal, verdad y mentira. El paso que desde aquí ha­brá que dar para llegar a la fantasía como dictadora de la poesía posterior, tampoco será muy largo.
 
 

En 1859 Baudelaire escribía: “El romanticismo es una bendición celestial o diabólica a la que debemos estigmas eternos.” Esta frase traduce con toda exactitud el hecho de que el romanticismo, incluso cuando muere, deja impresos sus estigmas en sus herederos. Estos se rebelan contra él precisamente porque sienten su influjo. La poesía moderna es romanticismo desromantizado.


La amargura, el sabor a ceniza, la desolación, son experiencias fundamentales forzadas, pero al mismo tiempo cultivadas por el romántico. Para la antigüe- dad clásica y para toda la cultura que de ella deriva hasta el siglo xviii, la alegría era el supremo valor espiritual que indicaba que el sabio o el creyente, el caballero, el cortesano, el hombre culto perteneciente ' a la “élite” social, hablan alcanzado la perfección. El dolor, en cambio, a menos que fuera transitorio, era considerado como un valor negativo y, por los teólogos, como un pecado. A partir de las expresiones de congoja prerrománticas, empero, la situación se invirtió. La alegría y la serenidad desaparecíeron de la literatura y en su lugar aparecieron la melancolía y el dolor cósmico. Éstos no requerían ningún factor que los provocara, sino que se alimentaban de sí mis- mos y se convirtieron en los atributos de la nobleza de alma.





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