Pablo Morterero, a quien no tengo el gusto de conocer, publica en 20 minutos un artículo como réplica del mío en la revista Omnes sobre la presunta homosexualidad de Cervantes. El señor Morterero hace una síntesis de ideología de género donde postula, sin demostrar, la fluidez sexual. Pero en lo que al tema que nos ocupa, no aporta ninguna consideración que haga verosímil la homosexualidad de Cervantes. Desde un victimismo freudiano contemporáneo trata de releer la historia universal bajo una óptica marxista de opresores y oprimidos. Tras darle vueltas a la ruleta durante cien cansinos años a los opresores burgueses, ahora toca el turno a los hombres y a los heterosexuales.
La relectura de la historia desde una ideología
contemporánea que se expone dogmáticamente y que por tanto se presenta como
“verdad” es un abuso de poder epistemológico, muy propio de la petulancia de
sistemas filosóficos de los últimos siglos. Dime de qué presumes y te diré de
lo que careces. Las proclamas contra el dogmatismo de los filósofos antiguos y
medievales son sostenidas no pocas veces por auténticos totalitarios del
pensamiento.
En aras de la loable repulsa contra toda forma de violencia
contra las personas homosexuales se sostiene una auténtica rebelión contra la
naturaleza. Es una filosofía de la ebriedad que niega la evidencia. La mayor
parte, con diferencia, de las relaciones amorosas que aparecen en la literatura
universal no son de carácter homosexual. No hay simetría. Desde la filosofía de
la sospecha, desde la deconstrucción derrideana, desde la infraestructura
marxista y desde la liberación de la libido se pone la historia bocabajo y se
juzga con un vermut en la mano a todos nuestros antepasados como bárbaros.
Pero es una necedad, aunque se declame con lenguajes
crípticos de tecnicismos sexualizados. Aunque la mona se vista de seda, mona se
queda.
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