El genio poético elige un sendero estrecho en el que la pasión se sosiega y el sosiego se apasiona

La tendencia hacia lo connotativo, en el lenguaje como en cualquier otro campo, no puede proseguir contra la presión de la realidad. Si es la presión de la realidad lo que controla la poesía, la inmediatez de diversas teorías poéticas ya no es lo que era. Por ejemplo, cuando Rostrevor Hamilton dice: “El objeto de la contemplación es el contenido sumamente complejo y unificado de la conciencia, que se va construyendo mediante la evolución de la actitud subjetiva del perceptor”, no está pensado en un contenido de la conciencia como el que experimenta actualmente cualquier lector de prensa. A modo de ilustración adicional, permítaseme citar la conferencia que dio Croce en Oxford en 1933. Dijo Croce: “Si... la poesía es intuición más expresión, la fusión de sonidos e imágenes, ¿cuál es el material que adopta la forma de los sonidos y las imágenes? Es el hombre entero: el hombre que piensa y dispone, que ama y odia; el que es fuerte y es débil, sublime y patético, bueno y malo; el hombre exultante de vida y el agónico; y junto con el hombre, integrada con él, toda la naturaleza en su perpetua tarea de evolucionar... La poesía... es el triunfo de la contemplación... El genio poético elige un sendero estrecho en el que la pasión se sosiega y el sosiego se apasiona.”


  Resumiendo, la presión de la realidad, creo yo, es el factor determinante del carácter artístico de una era y, asimismo, del carácter artístico de los individuos. La resistencia a esta presión, o bien su elusión en el caso de los individuos de extraordinaria imaginación, cancela la presión en lo tocante a esos individuos.

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Volverá a acordarse de Milton y de lo que se dijo sobre él: que “la necesidad de escribir para ganarse la vida embota la capacidad de apreciar la escritura cuando alcanza la altura de la perfección. Su calidad desconcierta a nuestros apresurados escritores, que están prontos a condenarla por preciosista y afectada. Y si para estos los poderes musicales y creativos de las palabras transmiten poco placer, cuán anacrónica e irrelevante encontrará... la música de los versos de Milton”. Don Quijote le impondrá la tesitura de elegir, de tomar una decisión con respecto a la imaginación y a la realidad; y descubrirá que no se trata de elegir la una a costa de la otra, ni de tomar una decisión que las separe, sino de algo más sutil, del reconocimiento de que, también aquí, entre estos dos polos, existe una interdependencia universal, y de ahí que su elección y su decisión haya de ser que son iguales e inseparables. 
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La verdad es que el deber social que con tanta fuerza se exige es una fase de la presión de la realidad que el poeta (en ausencia de poetas dramáticos) se ve forzado a resistir o eludir en la actualidad. En el Purgatorio y en el Paraíso, Dante seguía siendo la voz de la Edad Media, pero no porque cumpliera con ningún deber social. 
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 El poeta se niega a permitir que su tarea se le imponga. Rechaza tener una tarea y considera que la organización de la materia poética es una contradicción de términos. Sin embargo, la imaginación dota a todo lo que toca de una peculiaridad, y me parece a mí que la peculiaridad de la imaginación es la nobleza, de la que existen muchos grados. La nobleza intrínseca es la fuente natural de otra nobleza que nuestra generación extremadamente terca considera falsa y decadente. Me refiero a la nobleza que constituye nuestra profundidad y nuestra altura espirituales; y si bien sé cuán difícil es formularla, no obstante, me siento obligado a darle un sentido. Nada puede haber más evasivo e inaccesible. Nada se distorsiona tanto ni se disfraza con mayor prontitud. Da vergüenza desvelarla y sus manifestaciones concretas son un horror. Pero ahí está. El hecho de que esté ahí es lo que hace posible invitar a leer y escribir poesía a los hombres con inteligencia y con deseos de vivir. No me refiero a lo moral ni a lo altisonante ni a nada por el estilo. Su estilo es, en realidad, su dificultad, lo que cada hombre debe sentir de forma distinta cada día y por sí mismo. No estoy pensando en lo solemne, en lo portentoso ni en lo pasado de moda. Por otra parte, estoy aludiendo una definición. Si se definiera, quedaría fijada, y no debe fijarse. Como en el caso de las cosas exteriores, la nobleza se descompone en un inmenso número de vibraciones, de movimientos, de cambios. Fijarla es ponerle un límite. Permítanme que se la muestre sin fijarla.
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 Es difícil pensar en nada que sea más anacrónico hoy que la nobleza. Mirándola con franqueza, parece falsa y muerta y fea. El mero hecho de mirarla nos hace comprender vivamente que en nuestro presente, en presencia de nuestra realidad, el pasado se ve falso y está, por tanto, muerto y es, por tanto, feo; y apartamos la vista de él como de algo repulsivo, y apartamos la vista en especial de las características que de alguna manera asume: lo que fue noble en su tiempo, lo que fue grandeza, la retórica de entonces. Pero, así como una ola es una fuerza y no el agua que la forma, la nobleza es una fuerza y no las manifestaciones de que se compone, que nunca son las mismas. Probablemente esta descripción de la nobleza como fuerza será más eficaz que cualquier otra que pudiese haber hecho yo para reconciliarles a ustedes con ella. No es un artificio que el entendimiento haya agregado a la naturaleza humana. El entendimiento no ha agregado nada a la naturaleza humana. Es una violencia interior que nos protege contra la violencia exterior. Es la imaginación que vuelve a presionar contra la presión de la realidad. Parece, en último análisis, tener algo que ver con nuestra autoconservación; y esta es la razón, sin duda, de que su expresión, el sonido de las palabras, nos ayude a vivir la vida. 
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Me parece que lo central de la filosofía es su parte menos valiosa. Obsérvense los tres fragmentos que siguen. El primero, que forma parte de una carta de Henry Bradley a Robert Bridges, dice como sigue: Mi actitud personal hacia todas las filosofías, antiguas y modernas, es muy escéptica. No es que desprecie la filosofía ni a los filósofos; pero yo creo que el universo del ser es demasiado vasto para que lo pueda comprender ni siquiera el más grande de los hijos de Adán. Captamos, creo yo, vislumbres de los problemas reales, quizá incluso de las soluciones reales; pero cuando formulamos nuestras preguntas, me temo que sustituimos los problemas reales por los ilusorios.
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 Definir la poesía como la versión no oficial del ser la coloca en contraposición a la filosofía y, al mismo tiempo, establece una relación entre ambas. En la filosofía, tratamos de aproximarnos a la verdad mediante el razonamiento. Sin duda esto es una afirmación práctica. Si decimos que en la poesía tratamos de aproximarnos a la verdad mediante la imaginación, esto es también una afirmación práctica. Debemos concebir la poesía como, por lo menos, igual a la filosofía. Si la verdad es el objetivo de ambas y si una considerable cantidad de personas se muestran muy escépticas con respecto a todos los filósofos, entonces, para no extenderme sobre el particular, debe haber un número aún más considerable de personas que se muestren escépticas con respecto a todos los poetas. Dado que esperamos de las ideas racionales que satisfagan a la razón y de las ideas imaginativas que satisfagan la imaginación, se deduce que si somos escépticos con las ideas racionales es porque estas no satisfacen a la razón y si somos escépticos con las ideas imaginativas es porque estas otras tampoco satisfacen a la imaginación. Si una idea racional no satisface a la imaginación, es posible, sin embargo, que sí satisfaga a la razón. Si una idea imaginativa no satisface a la razón, consideramos que es un hecho acorde a la naturaleza de las cosas. Si una idea imaginativa no satisface a la imaginación, nuestras expectativas resultan frustradas. Por otra parte, y por último, si una idea imaginativa satisface a la imaginación, no es indiferente el hecho de que no satisfaga a la razón, aunque concedemos que estaría completa como idea si también satisficiera a la razón. De este análisis deducimos que una idea que satisfaga tanto a la razón como a la imaginación, si fuese, por ejemplo, una idea de Dios, establecería un principio y un final divinos para nosotros, sobre el cual, desde ese momento, la razón por sí sola, en el mejor de los casos, haría una propuesta, y sobre la cual, desde ese momento, la imaginación por sí sola se limitaría a meditar. Esto es un ejemplo. Parece algo elemental, desde este punto de vista, que el poeta, con objeto de realizarse, debe lograr una poesía que satisfaga tanto a la razón como a la imaginación. De ahí no se sigue que a largo plazo el poeta vaya a encontrarse en la situación en que se encuentra ahora el filósofo. Por el contrario, si el final del filósofo es la desesperación, el final del poeta es la realización, puesto que el poeta encuentra en la poesía una sanción para la vida que satisface a la imaginación. Así pues, la poesía, que hemos venido concibiendo como al menos igual a la filosofía, bien puede ser superior. Pero el terreno de la definición es casi el terreno de la apologética. El aspecto de todo esto puede cambiar un poco si consideramos, no que no se haya encontrado una definición aún, sino que no existe ninguna.
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Shelley nos proporciona una aproximación cuando nos presenta una definición en lo que él califica de “sentido general”. Dice de la poesía que la crea “esa facultad imperial cuyo trono se halla entre cortinas dentro de la naturaleza invisible del hombre”. Dice que un poema es la imagen misma de la vida expresada en su verdad eterna. Es “en realidad algo divino. Es al mismo tiempo el centro y la circunferencia del conocimiento... el registro de los mejores y más felices momentos de los mejores y más felices entendimientos..., detiene las apariciones fugitivas que rondan por los interludios de la vida”. 
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 En uno de los libros verdaderamente notables de hoy, La vida de las formas artísticas, Henri Focillon dice: La conciencia humana está en perpetua búsqueda de un lenguaje y de un estilo. Asumir la conciencia es asumir al mismo tiempo la forma. Incluso en niveles que están muy por debajo de la zona de la definición y la claridad, existen formas, medidas y relaciones. La principal característica del espíritu es que constantemente está describiéndose a sí mismo.
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Cézanne hablaba muy a menudo en sus cartas del temperamento del artista, y si bien nosotros queremos significar algo más, lo mismo parece ser que le ocurría a Cézanne. Decía: La fuerza primaria por sí sola, esto es, el temperamento, se basta para guiar a una persona hasta el objetivo que debe alcanzar. También: Con poco temperamento se puede ser un gran pintor. Basta con tener sentido del arte... Por tanto, las instituciones, las pensiones y los honores sólo pueden estar hechos para los cretinos, los golfos y los pícaros.
Y también, en esta ocasión a Émile Bernard: Sus cartas me son preciosas..., porque su llegada me saca de la monotonía que produce la incesante... búsqueda del único objetivo... Soy capaz de volver a describirle... cómo se capta esa parte de la naturaleza que al entrar en nuestra línea de visión da lugar al cuadro. Ahora bien, el tema a desarrollar es que cualquiera que sea nuestro temperamento o poder en presencia de la naturaleza– debemos reproducir la imagen de lo que vemos. Y, por último, a su hijo: Sin duda que se debe conseguir sentir por uno mismo y expresarse a uno mismo lo suficiente.
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Lo que es cierto para la experiencia del poeta, sin duda, es cierto para la experiencia del pintor, la del músico y la de cualquier artista. Entonces, si cuando hablamos de liberación queremos decir el éxodo; si cuando hablamos de justificación queremos decir una especie de justicia de la que no teníamos conocimiento y con la que no contábamos; si cuando experimentamos una sensación de purificación podemos pensar en la creación de una identidad, es evidente que la experiencia del poeta no es de rango inferior a la experiencia del místico, y podemos estar seguros de que en el caso de los poetas, los pares de los santos, esas experiencias no son de rango inferior a las experiencias de los propios santos. Lo que importa es la índole de la experiencia. No se trata de identificar ni de emparentar figuras desiguales; es decir, no se trata de hacer santos de los poetas ni poetas de los santos.
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El filósofo demuestra que el filósofo existe. El poeta se limita a disfrutar de la existencia. El filósofo concibe el mundo como un enorme pastiche, o bien, en palabras suyas, el mundo viene a ser como el percipiente. Así, Kant dice que los objetos de la percepción están condicionados por la naturaleza del entendimiento en lo que respecta a su forma. Pero el poeta dice que, en cualquier caso, la vie est plus belle que les idées. Apenas es necesario decir que los hombres más o menos irracionales solo son más o menos racionales;
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Existe una vida al margen de la política. Esa es la vida que vive el joven como poeta viril, en una especie de atmósfera radiante y creativa. Es la vida de esa atmósfera. Allí el filósofo es un extraño. El placer que siente allí el poeta es el placer de concordar con el mundo radiante y creativo en el que vive. Es la concordancia que Mallarmé encontró en el sonido de La vierge, le vivace et le bel aujourd’hui (El virgen, el vivaz y el bello hoy) y que Hopkins encontró en el color de The thunder-purple seabeach plumed purple-of-thunder (Desde púrpura playa con estruendo en sus plumas purpúreas)*. El propósito indirecto, o tal vez sería mejor decir el efecto invertido de los soliloquios infernales y de los poemas más celestiales, y en un sentido general de toda la música que se toca en las terrazas con público a la luz de la luna, parece ser el de conseguir una concordancia con la realidad. Es el mundo* de la imaginación en el que el hombre imaginativo disfruta y no el mundo adusto de la razón. El placer es el placer de las facultades que crean una verdad a la que no se puede llegar únicamente por medio de la razón, una verdad que el poeta reconoce por la sensación. La moralidad de la atmósfera radiante y creativa del poeta es la moralidad de la sensación correcta.
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Burckhardt considera el estatus de la poesía en varias épocas, entre diversos pueblos y clases, preguntándose en cada ocasión quién canta y escribe, y para quién. La poesía es la voz de la religión, de la profecía, de la mitología, de la historia, de la vida normal e, inexplicablemente para él, de la literatura. Dice: Es algo sumamente sorprendente que Virgilio, en aquellas circunstancias, pudiera ocupar su alta posición, pudiera dominar toda la época siguiente y convertirse en una figura mítica. ¡Cuán infinitamente extensas son las gradaciones de la existencia, desde el rapsoda épico hasta el novelista de hoy!
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En Signature, decía hace poco James Wardrop: La tarea de la prensa consiste en abastecer a un público limitado de un número potencialmente ilimitado de textos idénticos.

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