...lo que en Alemania se llamó romanticismo, fue un grupo especial, una pequeña iglesia...

 lo que en Alemania se llamó romanticismo, fué un grupo especial, una pequeña iglesia, en la cual figuraron ciertamente poetas, críticos y aun filósofos muy notables, pero no de primer orden si se los compara con Lessing y Herder, con Goethe y Schiller, con Kant y Hegel. Con decir que ninguno de estos nombres pertenece a la escuela romántica, fácilmente se infiere que ésta no ejerció la suprema dirección de los espíritus en Alemania, ni por Alemania en Europa. Así y todo, su influjo fué grande, aunque transitorio, como iremos viendo. A esta escuela pertenecen, en mayor o menor grado, los dos hermanos Guillermo y Federico Schlegel, Luis Tieck, Zacarias Werner, Teodoro Hoffmann, Federico Stolberg, Novalis, Brentano, Achim d'Arnim, Lamotte-Fouqué (alemán, a pesar de su apellido francés), el más poeta de todos ellos Luis Uhland, y el profundo místico Goerres.

Menéndez Pelayo: Historia de las ideas estéticas.


Es carácter común a la mayor parte de estos escritores 

  1. el entusiasmo por los recuerdos de la Edad Media; 
  2. el gusto de cierta poesía feudal y caballeresca; 
  3. la exaltación del espíritu teutónico; 
  4. la galofobia, o sea, la aversión a las ideas, costumbres y gustos de los franceses; 
  5. la admiración más o menos sincera y desinteresada por las literaturas menos parecidas a la de sus vecinos, especialmente la inglesa y la española; 
  6. la tendencia a lo sobrenatural y a lo fantástico (que en Werner y Hoffmann degenera en verdadero delirio); 
  7. la efervescencia, no siempre sana, de la pasión, mezclada con cierto idealismo vaporoso y tenue, 
  8. y, finalmente, el culto de la arquitectura gótica, de las noches de luna, de las nieblas del Rhin, de la mitología popular, de las baladas y consejas, de las artes taumatúrgicas y de las potencias misteriosas.
Los teóricos y críticos de esta escuela fueron los dos hermanos Schlegel [...] Guillermo y Federico Schlegel fueron, sin duda, hombres eminentes: 
por ellos hablaron en hermosa lengua alemana Calderón y Shakespeare; 
a ellos se [p. 137] debió la difusión del estudio de la lengua y literatura sanscrita; 
la ciencia de las literaturas comparadas nació en gran parte por sus esfuerzos, de cuyo valor y alcance sólo puede formarse idea quien considere el inmenso camino recorrido desde que ellos dieron el primer impulso; 
nadie tanto como ellos vulgarizó por Europa el espíritu de la crítica germánica; 
su nombre fué invocado en todas las batallas románticas de París, de Milán o de Madrid; 
la disertación sobre las dos Fedras es una fecha inemorable en la evolución de las ideas dramáticas; 
a las lecciones de G. Schlegel debió Mad. de Staël la relativa independencia de su criterio... 
[...] Hablemos, pues, no del Guillermo Schlegel, maestro de Enrique Heine en la Universidad de Gottinga, y condenado por él a la cadena perpetua de la parodia, en compañía de Mad. de Staël, sino del brillante agitador literario Augusto Guillermo de Schlegel (1786-1845), pontífice del romanticismo y autor de las Lecciones de literatura dramática, el mejor libro de crítica teatral que había aparecido en Alemania después de la Dramaturgia de Lessing.
[...]

Las Lecciones de F. Schlegel sobre la Historia Moderna, su Filosofía de la vida, su Filosofía de la Historia, son producciones de altísimo valor, algo nebulosas es cierto, pero henchidas de altos pensamientos que las ponen al nivel de lo mejor que ha producido la escuela providencialista. 

  1. Las ideas de la vida interior, de la caída y de la redención, de la voluntad divina y de la libertad humana, 
  2. la revelación primitiva latente bajo los símbolos más diversos, 
  3. el triple principio del Verbo, del Poder y de la Luz, 

son el alma de la Filosofía de la Historia, tal como Federico Schlegel la define: «restauración progresiva en la humanidad de la imagen borrada de Dios, mediante la Gracia que sin cesar va creciendo en los diferentes períodos del mundo, desde la revelación primitiva hasta la revelación de redención y de amor, que es el centro de la historia, y desde ésta hasta la consumación de los siglos». De todos los libros de filosofía de la historia escritos en nuestro siglo bajo la inspiración del criterio católico, el de Schlegel es, sin duda, el que encierra más vastas y profundas concepciones.
Estas mismas ideas han pasado a su monumental Historia de la Literatura Antigua y Moderna, libro breve en volumen, pero rico de elevadísimos pensamientos, y no indigno ciertamente del ambicioso título que lleva, puesto que en él, por primera vez, apareció tratada la historia literaria como una ciencia [p. 147] filosófica. [1] Claro es que nadie ha de ir a buscar en una obra de esta clase noticias detalladas de autores y de libros, sino direcciones e ideas generales; pero bien se ve que éstas han nacido del estudio inmediato de los monumentos literarios, y son fruto de una vasta y riquísima cultura. El mismo Enrique Heine, que acusa a F. Schlegel de examinar todas las literaturas desde un punto de vista elevado, sí, pero que nunca es otro que el campanario de una iglesia gótica, reconoce que no hay mejor libro sobre la la materia, aun incluidos los trabajos de Herder, que, por otra parte, no alcanzan la generalidad y extensión que los de Schlegel, pero que también nacieron, como los suyos, del intento de buscar la poesía en las fuentes más diversas, rompiendo así los exclusivismos nacionales y clásicos que por tanto tiempo habían pesado sobre el arte.
[...]
Siempre, no obstante, es a sus ojos la comedia de costumbres y todo arte realista un arte inferior en cotejo con el destino primero y original [p. 149] de la poesía, que es conservar y embellecer los recuerdos y las tradiciones de un pueblo y consagrar bajo formas brillantes la memoria de un pasado glorioso. Hasta cuando expresa los fenómenos exteriores de la vida, debe la poesía servirse de ellos para excitar la vida, más noble, de los sentimientos interiores. Pero todas las simpatías de Schlegel están en favor de la tradición, «base material, cuerpo visible de la poesía». 
[...]
La vindicación de la antigua literatura latina es uno de los puntos más importantes del libro de Schlegel. La acusa, es cierto, de haber olvidado las antiguas tradiciones nacionales y patrióticas, de haberse esforzado vanamente en imitar formas extranjeras que, arrancadas del suelo natal, parecen siempre plantas de invernadero; pero con esto y todo le concede majestad e importancia propias, por razón de la gran idea romana, que es el centro de gravedad de toda esta literatura, y que le da verdadera excelencia en algunos géneros, sobre todo en la historia. Esta consideración de la grandeza romana llega a ser tan sistemática en Schlegel, que le hace presentar a Horacio, contra toda verosimilitud, como un poeta patriótico, «que ocultaba bajo apariencias frívolas, el entusiasmo por la libertad y el dolor que sentía por la ruina de la república».
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Todavía se muestra F. Schlegel crítico más sagaz, y, para el tiempo en que escribía, más verdadero iniciador, en lo que toca al arte de la Edad Media, a la influencia del cristianismo en las lenguas y literaturas romances, a la invasión del elemento germánico, a los orígenes de la poesía caballeresca, a la verdadera significación de la arquitectura gótica (cuyo simbolismo ha condensado [p. 150] en una página inolvidable, materia hasta hoy de infinitas variaciones y glosas, todas inferiores al modelo). Nuestra literatura le debió estimación singular y más razonada que la de su hermano, porque se fundaba en mayor conocimiento. Del Poema del Cid dijo que tenía más valor que bibliotecas enteras de simples producciones del ingenio y de la fantasía, sin contenido de interés nacional. Bajo este aspecto de nacionalidad, dió a nuestra literatura el lugar primero entre las de Europa, y a la inglesa el segundo. El Quixote fué a sus ojos una especie de poema épico, de género particular y nuevo, cuadro riquísimo de la vida, costumbres y genio de su nación. En Calderón vió, todavía más que en Shakespeare, el apogeo de la belleza romántica y lírica, el espíritu de la simbólica cristiana, considerada como espejo del mundo invisible, el último eco de la Edad Media católica, y la solución más alta del enigma del destino humano. 
[...]
Schlegel muestra singular antipatía contra la novela, que él llama exposición prosaica de la realidad presente; y si es verdad que hace plenísima excepción en favor de Cervantes, es porque en su época la vida real era todavía caballeresca y romántica en España. La exposición indirecta de la realidad cuadra mejor a la poesía, según Schlegel. Es la ventaja de los asuntos tradicionales, en los cuales se puede embellecer el cuadro de lo pasado con todas las riquezas de lo presente y aun de lo futuro, «conduciendo hasta su fin último el laberinto de la vida humana, y haciendo presentir en su mágico espejo una más alta explicación de todas las cosas». Aún llega más allá en otro pasaje, confiando a la futura poesía la misión de exponer «la vida misteriosa del alma en el hombre y en la naturaleza».
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Fuera de esta flaqueza, de la cual se libraron pocos entre los primeros románticos alemanes, todos más o menos soñadores y visionarios, hay en el libro de Schlegel una elevación tan constante de miras, una tolerancia tan ejemplar aun en los ardores de la polémica, un respeto tan grande a la especulación filosófica y a los derechos del pensamiento, un espíritu a la vez tan científico y tan cristiano, un convencimiento tan viril y tan sincero, [p. 153] que a la vez que hacen para siempre venerable el nombre de su autor, dejan en el ánimo de quien lee la impresión más sana y duradera. No es tanto ideas literarias lo que se saca de él como una cierta manera de pensar noble y resuelta, que puede condensarse en aquellas dos fórmulas suyas «la palabra eterna», «lo positivo divino», de las cuales él esperaba y esperamos nosotros, no sólo las magnificencias del arte del porvenir, sino la paz intelectual y moral del mundo. «Entonces se difundirá por los reinos del arte un nuevo espíritu de vitalidad, y aparecerá una poesía de verdad humana más elevada, que no se concretará a imitar, como vano juego de imaginación, las tradiciones de algún siglo o de alguna raza aislada, sino que expondrá al mismo tiempo, bajo el velo simbólico del mundo de los espíritus, la tradición de la eternidad, la palabra del alma».

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