solamente en el vacío existencial florece la libido sexual

Ni todo personaje literario es un enfermo psíquico ni el psicoanálisis es la única o la mejor de las terapias. La crítica literaria de corte freudiano es una intrusión de la psicología en la literatura que, más que aclarar, confunde. Distorsiona a los personajes, los neurotiza.

A no ser que se piense que la palabra de Freud es la más verdadera y definitiva sobre el hombre. Pero no es el caso.


Textos de Víktor Frankl y otros autores sobre el pensamiento freudiano

Freud quedó enmarañado en el ambiente, de un lado mojigato y lascivo de otro, que dominaba en su época, en la llamada cultura victoriana de terciopelo, y en segundo lugar, también en sentido formal, por cuanto todas sus concepciones se basan en un modelo mecanicista, que no por llamarle dinámico -usan­do un eufemismo- resulta un ápice más apro­vechable. (13)

A Max Scheler cabe el honor de haber sido el primero en llamar la atención sobre este punto álgido del psicoanálisis, es decir, sobre la aporía que representa este concepto de «censura de los sueños». La aporía consiste en que la instancia, que durante el sueño reprime, censura y sublima, no puede provenir en modo alguno de los instintos, porque éstos son justamente el quod u objeto de la inhibición y no pueden ser en consecuencia el «quien» o sujeto de la misma. A los alumnos que asisten a mis clases les suelo aclarar este punto, recordándoles que aún no se co­noce el caso de un río que haya construido su propia presa de contención. 

Pero no solamente en lo referente a la «Genealogía de la Moral» ha caído en error el Psicoanálisis, con su hipotética reducción de la misma a la represión de lo instintivo, también ha fallado en lo referente a la teleología que dirige la realidad psíquica, por cuanto el Psicoanálisis reduce el campo visual al suponer que el principio de la homeóstasis, tomado de la Biología, era vigente sin más, no sólo en el ámbito de la naturaleza, sino también en el de la cultura. Esto equivaldría a decir llanamente que el hombre está por naturaleza orientado, o lo que es lo mismo, que toda la actividad humana se puede dirigir a «liquidar y someter las magnitudes de estímulos o de excitaciones que, procedentes de dentro y fuera, llegan hasta él», a cuyo «intento sirve el aparato anímico» (S. Freud, Gesammelte Werke XI, 370). «Los conceptos fundamentales de la motivación humana están pensados por Freud en sentido de. la homeóstasis, es decir, Freud explica cualquier acción como encaminada al restablecimiento de un equilibrio perdido. Sin embargo, la hipótesis de Freud, basada en la Física de su tiempo, según la cual la única tendencia, fundamental y primaria, del ser vivo sería el relajamiento, no está de acuerdo con la realidad. El crecimiento. y la reproducción son fenómenos que se resisten a ser aclarados solamente a base del principio de la homeóstasis» (Charlotte Bühler, Psychologische Rundschau, t. VIII, 1, 1956).

En consecuencia, ni aun en el ámbito de lo puramente biológico tiene validez el principio de la homeóstasis, por no hablar de la dimensión psico-noológica del hombre. «El hombre que crea, por citar un ejemplo, instala lo que hace y lo que produce en una realidad positivamente concebida, mientras que en la tendencia a conservar un equilibrio, del que se acomoda a algo, la realidad es concebida de modo negativo» (1. c.). También Gordon W. Allport toma una actitud crítica y polemista frente al principio de la homeóstasis: «Motivation is regarded as a state of tenseness that leads us to seek equilibrium, rest, adjustment, satisfaction, or homeostasis. From this point of view personality is nothing more than our habitual modes of reducing tension. This formulation, of course, is wholly consistent with empiricism's initial presupposition that man is by nature a passive being, capable only of receiving impressions from, and responding to external goals. This formula, while applicable to opportunistic adjustments, falls short of representing the nature of propriate striving. The characteristic feature of such striving is its resistance to equilibrium, tension is maintained rather than reduced».

(15-17)

Cfr. J. H. SCHULTZ: «Es una deplorable moda de nuestro tiempo la de creer que la Psicoterapia "autén­tica" ha de ser siempre Psicoanálisis. Tales afirmaciones dan como cosa cierta, la opinión, completamente erró­nea, de que una neurosis en el fondo no es sino... una actitud fallida, que proviene, en todo caso, de la pri­mera infancia y que ha arraigado con la correspondiente profundidad en la personalidad, y que, por tanto, cualquier otro tratamiento psicoterapéutico significa sólo un sucedáneo de baja calidad, un tratamiento in­completo o una ilusión vana del médico, etc. Error tan pernicioso sólo ha podido tener su origen en ambientes científicos, donde se ha perdido por completo el contacto con la práctica médica corriente.» (Die seelische Krankenbehandtung, 7ª ed., Stuttgart, 1958, pág. 7.) (28)

Con otras palabras, es decir, con las del arzobispo coadjutor de Viena, doctor Franz Jachym, se podría decir: «No acabo de ver claro por qué razón haya de tener yo acceso a casa solamente por y a través del sótano y por qué toda reparación de la misma haya de efectuarse siempre comenzando desde abajo». Al traer esto a cuento nos viene a las mientes que ha sido el mismo Freud quien juzgó al Psicoanálisis del siguiente modo: «Yo me he parado en el subterráneo y en el parterre del edificio y no he salido de allí»; esto escribía en una carta a Ludwig Binswanger. (30 y 31)

Indudablemente que primero se ha de comenzar por poner en orden todo aquello que –si me es lícito expresarme así significa o representa las condiciones naturales de posibilidad para la existencia espiritual y personal del hombre; la equivocación está tan sólo en pretender localizar, de una manera tendenciosa y exclusivista, el origen de todas las perturbaciones en la zona de lo psíquico, como continuamente se viene haciendo. Esto equivaldría a localizarlas erróneamente, puesto que no solamente lo psíquico, sino tam­bién lo somático y lo noético pueden ser el origen de la enfermedad. Y el Psicoanálisis, desde el punto de vista de la etiología, es culpable de par­cialidad en dos aspectos, quiero decir, su hori­zonte visual está coartado por dos antiparras, sólo que no las lleva a la derecha y a la izquierda, sino una arriba y otra abajo, porque de un lado, al aferrarse a la psicogénesis, olvida la somatogénesis, y de otro la noogénesis de las afecciones neuróticas. (33)

Viktor E. Frankl. La idea psicológica del hombre. Rialp, Madrid, 1979.



Como queda dicho, el Psicoanálisis deja sin tocar no solamente la somatogénesis, sino también la noogénesis de las afecciones neuróticas; pero resulta que las neurosis no han de arraigar necesariamente en el complejo de Edipo, o en un sentimiento de inferioridad; también pueden asentarse en un problema de orden espiritual, sobre un conflicto moral, o bien en una crisis existencial.

El Psicoanálisis nos ha llamado la atención sobre la voluntad de placer, lo que podríamos llamar el principio de placer, y la Psicología individual nos ha hecho familiar el concepto de “voluntad de dominio”, bajo la forma de la tendencia a imponerse, a hacerse valer, pero mucho más profundamente está arraigado en el hombre lo que yo llamo la voluntad de sentido: sus esfuerzos por buscar un pleno sentido a su existencia.

Esta voluntad de sentido se presenta frecuentemente al psiquiatra de nuestro tiempo bajo la forma de su propia frustración. No solamente se da, pues, la frustración sexual, la frustración del instinto sexual, o en un sentido más amplio, de la voluntad del placer, sino también una frustra­ción existencial, como se llama en la Logoterapia, quiero decir, la sensación de la vaciedad o caren­cia de sentido de la propia existencia. Esta sensación acerca de la falta de sentido está muy por encima del sentimiento de inferioridad en lo que se refiere a la etiología de las afecciones neuróticas. El hombre de hoy padece no tanto bajo el sentimiento de tener, tal vez, menor valía que otro cualquiera, cuanto por la sensación de que su existencia carece de sentido. Y justamente, esta frustración es con frecuencia tan patógena, es de­cir, posible causa de afecciones psíquicas, como pueda serlo la tan inculpada frustración sexual. Con esto no está dicho, sin embargo, que ambos tipos de frustración hayan de ser nivelados con el mismo rasero o situados en el mismo plano, es decir, no se ha de cometer el error de equipararlas como cuando se equiparan religión y sexua­lidad, por ejemplo, en la sentencia de un librero que citó N. V. Peale: «Religion is much more po­pular than sex this year.»

El hombre que: padece esta frustración existencial no sabe de nada con lo que poder llenar su vacío existencial, como yo le llamaría. Decía Schopenhauer que la humanidad oscila entre dos polos: necesidad y aburrimiento. Pues bien: hoy día nos da más que hacer, incluso a nosotros los neurólogos, el aburrimiento que la necesidad; la necesidad sexual no ha de ser excluida, sino comprendida aquí-. Porque una y otra vez se pone de manifiesto que, bajo la apariencia de tal o cual caso de frustración sexual, lo que se esconde en realidad es la frustración de la voluntad de sentido: solamente en el vacío existencial, florece la libido sexual. (49-51)

Primeramente se entendió el hombre a sí mismo como una creatura, pero a imagen y semejanza de su Creador, Dios. Luego vino la época de las máquinas e inmediatamente comenzó a sentirse creador y a verse en concreto a través de la imagen de su creatura, o sea la máquina l’homme machine, como decía La Mettrie--. Y ahora nos encontramos metidos de lleno en la época de las máquinas de calcular y pensar. Y ya podemos leer: en la Wiener Zeitschrift für Nervenheilkunde (revista vienesa de neurología), tomo 1954, cómo, según un psiquiatra suizo, una máquina electrónica de calcular se diferencia del espíritu humano solamente en que aquélla trabaja prácticamente sin error, lo que desgraciadamente no se puede decir del pensamiento...

Hoy nos acecha el peligro -al menos aquí lo presiento yo- de un nuevo homunculismo. El peligro de que el hombre se malentienda otra vez a sí mismo y de nuevo interprete falsamente su propia imagen, como un «nada más que... ». Porque los tres grandes homunculismos que hasta ahora se han dado -el biologismo, el psicologismo, el sociologismo, esto es lo que han hecho: presentarle la imagen de sí mismo, pero desdibujada, caricaturesca, como la que re­produce un espejo cóncavo no bien enfocado: así no era el hombre «otra cosa que» un autómata de reflejos, un mecanismo de instintos, un meca­nismo psíquico o un simple producto de los coe­ficientes de producción, respectivamente. A esto había quedado reducido el hombre, el hombre a quien el Salmista llamaba paulo minor Angelis, a que, por tanto, había colocado muy poco por debajo, de los seres puramente espirituales. Lo, auténticamente humano- era, en todo caso, exclui­do del, hombre. Y no lo olvidemos: el homunculismo puede hacer historia, mejor dicho, la ha hecho ya. Recordemos solamente la historia de los últimos años, cuando, según, la concepción dominante, no era el hombre otra cosa que un producto de la herencia, o del mundo en torno (Umwelt), o de la «sangre y –el suelo», como en­tonces se decía, y en las catástrofes históricas a que nos ha empujado a todos, en las catástrofes inherentes a todo homunculismo. De todos mo­dos, y según mi modo de ver, de una cualquiera de esas concepciones «homunculísticas» del hom­bre a la cámara de gas solamente hay un paso, el paso de la consecuencia lógica. ¡Créanme uste­des, señoras y señores, ni Auschwitz, ni Treblinka, ni Maidanek fueron preparados fundamentalmen­te en los ministerios nazis de Berlín, sino mucho antes en las mesas de escritorio y en las aulas de clase de los científicos y filósofos nihilistas! Y no me cansaré nunca de advertir, sea en el ex­tranjero, sea en ultramar, dondequiera que sea llamado con motivo de mis conferencias, que tam­bién existen filósofos y científicos nihilistas allí donde, por ejemplo, un autor, un Premio Nobel, diga que él, en definitiva, no ve en el hombre «otra cosa que minúsculos aglomerados de in­mundo carbono y agua, los cuales se desintegran de nuevo en sus elementos constituyentes una vez que hayan rodado por unos decenios sobre la su­perficie terrestre». Pero aún hay otro peligro a largo plazo: la corrupción del hombre por la «automatización»; claro que, al fin de cuentas, -para eso estamos los médicos, no sólo para reco­nocer y si es preciso tratar, sino también para prevenir, cuando es posible, las enfermedades, y las enfermedades del espíritu y las del espíritu de su tiempo, y por eso es nuestro deber elevar nuestra voz de advertencia. (53-55)

 Toda Psicotera­pia se hace su Antropología -sin excluir el Psi­coanálisis-: nada menos que el psicoanalista Paul Schilder es quien ha reconocido que el Psi­coanálisis es una «visión de la realidad». Mi opi­nión personal es que toda Psicoterapia se basa en premisas antropológicas, a no ser que el psico­terapeuta no se haya hecho consciente de ello, en cuyo caso se apoya en implicaciones antropo­lógicas. Lo cual es aún más grave: precisamente a Sigmund Freud debemos el descubrimiento del peligro que encierran los contenidos de conciencia, y podríamos añadir las actividades mentales mientras son inconscientes. No tengo reparos en afirmar que en cuanto un psicoanalista ordena al paciente que se acueste en la camilla y que comience a asociar libremente ya le sugiere una concreta imagen del hombre, pero, además, una imagen del hombre que desatiende la auténtica personalidad del paciente, lo que permite al psi­coanalista evitar el encuentro personal de hombre a hombre, de rostro a rostro, frente a frente. Cuando un psicoanalista asegura que él se mantiene al margen de toda valoración, quiere decir que esta misma ἐποχή constituye ya en sí misma un juicio de valores. (85-86)

Comentarios

  1. Por desgracia la Psicosomática sigue siendo la humilde Cenicienta doblegada a silenciar su importancia bajo la gravedad que las teorías colosales de la Psicología Dinámica le imponen como una espada de Damocles que no atraviesa cuerpos sino los fantasmas idealizados de la mítica cueva que Platón inventó. Curiosamente -proviniendo de médicos que parecen entender del "soma"-, la tradición psiquiátríca, pese a su supuesta aplicación práctica, siempre se enraizó a fenomenologías, existencialismos, mecanicismos de cuyo enganche lastrado aún le resulta imposible prescindir en pro de la Gestalt o el constructivismo, por ejemplos de perspectiva más integral,y cuyo criterio selectivo continúa imponiéndose como paradigma de enjundia ensayista.

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