Flannery O’Connor decía que “para la mayoría de la gente es mucho más fácil expresar una idea abstracta que describir un objeto que está viendo realmente. Pero el mundo del novelista está hecho de materia”.
Si el pensamiento del autor no puede estar al servicio de la experiencia, la escritura queda como cosa impostada: “si no puedes escribir algo de una experiencia pequeña, probablemente tampoco serás capaz de escribir de muchas otras experiencias. La tarea del escritor es observar la experiencia, no fusionarse con ella”.
Todo lo que se exhibe o se expone en la escritura −o en el pensamiento que se le da al narrador− debe estar hecho desde la observación y la especificidad de los hechos.
Todo arte es el arte de escuchar. Cuanto más miro, más salgo de mi prejuicio. Es difícil mirar lo real sin postergar el juicio, pero para escribir es necesario hacerlo. Muchas veces la gente no mira lo real, no miramos lo que hay. Flannery O’Connor habla de la mirada de lo concreto, dice que no se puede crear compasión desde la compasión.
Simone Weil decía que aprender a observar es la base de todas las artes, menos la música. Se trata de una “disposición del sujeto en la que éste se implica poniendo todo de sí mismo”. La atención “se cualifica por su constancia, que se opone a la dispersión propia de la curiosidad”. También decía que “el conocimiento no se obtiene por la acumulación de lo disperso sino por la profundización continua de lo mismo”. Y que en el ámbito de la inteligencia, la humildad no es otra cosa que atención. Clarice Lispector ha mirado más cuando escribió el cuento de la mujer que no puede salir a la calle con la cara desnuda y se maquilla como una puerta para ir a una fiesta, ahí ella mostró una atención paciente.
¿Por qué hacemos juicios rápidos? Porque nos da angustia mantenernos en la duda. Para escribir, el juicio rápido no sirve. Si yo digo de un personaje “es un aparato”, no digo nada, tengo que especificar qué clase de aparato es. Si digo “me molesta”, “no me gusta”, “no existe”, o “me molesta porque existe” o “es un fantasma”, lo niego, son expresiones rápidas que no definen al personaje. Para escribir debo mantenerme en una duda razonable, quedarme un poco antes del concepto, de la crítica, del juicio rápido.
Hay dos tipos de escritores, los que miran a través de una ventana, como Felisberto Hernández, y los otros, los que se meten con la gente, con la sociedad, con los ricos, con los pobres, con el campo, con la forma de hablar. Generalmente no escuchamos, hacemos juicios de valor. Para escribir hay que saber mirar y saber escuchar cómo habla la gente. Mirar bien a fondo y escuchar a fondo es necesario para los que quieren escribir.
Mansilla, que fue militar, escritor, dandi y el excéntrico sobrino de Rosas, decía que escribir no es escribir bien, sino comunicar una
experiencia.
El lenguaje es lo que es, de lo que me tengo que valer para escribir. Uno tiene un repertorio de palabras propio, pero al mismo tiempo ¿cómo hago para no engolosinarme con ciertas palabras que me fascinan? No hay que dejarse llevar por las palabras, las palabras son arenas movedizas de las que hay que evitar agarrarse.
Además del lenguaje está la puntuación, que es la respiración del texto. La gente que puntúa con frases muy cortas no comunica bien, son como esos pajaritos que hacen pasos cortitos. Un texto de frases cortas es más trabajoso para el lector, porque no hay un sujeto atrás; falta un narrador que hile mínimamente. He notado que según qué profesión tiene el que escribe, cuenta diferente. Los de Letras cuentan largo, los psicólogos cuentan psicológico. Yo, en una época, acostumbrada a dar clases de filosofía, usaba mucho el paréntesis o los dos puntos, que son explicatorios.
No debemos engolosinarnos con las palabras, ni con los adjetivos redundantes, ni con las frases importantes. Al escribir no hay que quedarse en un concepto, hay que quedarse a unos pasos del concepto, un poco antes, sin llegar a él. Hay que darse tiempo y no cerrar. Ahí, en ese lugar antes del concepto, está la literatura, lo que nos hace ver, lo que abre ventanas. Ahí y no en la frase conclusa, inteligente, pedante. Hay que desconfiar de las frases hechas, de los lugares comunes y de los conceptos terminados.
Yo no puedo escribir con antipatías, ni me interesa desarrollar ideas. Me interesa más cómo se mueven, cómo hablan los personajes, de qué modo particular y con qué tono dicen una cosa. Lo que piensa la gente es muy relativo. No hay grandes verdades en materia de ideas; en general, o no tenemos muchas ideas o lo que decimos es bastante
circular y reiterado.
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