Para mi gusto, Quevedo es el primer escritor castellano. He dicho escritor.
Hay clásicos y clásicos. Quevedo, como Fernando de Rojas, como Santa Teresa, como Góngora, da la impresión de estar creando en cada momento el lenguaje en que se expresa. Los dos fray Luis, por el contrario, parece que lo hayan recibido ya hecho y que lo soporten. Cervantes ocupa un lugar intermedio; cierto que la lengua le lleva y no él a ella; pero, en este dejarse llevar, él mismo se regala y regocija, y bien se nota que da aire y ayuda a quien le lleva, como un buen jinete a su caballo.
Humboldt hubiera dicho que el verbo de Luis de Granada es un ergon, un resultado; mientras que el verbo de Quevedo es una energeia, una energía. Para mí, la proporción de esta energía, de este dinamismo en su lenguaje, es la que nos da la medida de un escritor considerado como artista del verbo.
Alguna vez he explicado el primer precepto de mi retórica ideal. Es aquel que ordena que, bajo la pluma del verdadero escritor, toda palabra sea un neologismo… Así se cumple en Quevedo.
¡Qué vocablos nerviosos y linajudos, como potros finos, los de Quevedo! ¡Qué rápidas y perfectas cópulas de sustantivos y adjetivos! ¡Qué salto de elipsis, qué trágica bacanal en el hipérbaton!… ¡Y aquel impulso frenético que fuerza las nociones vestales y es causa de que los mismos verbos intransitivos se vuelvan violentamente, prolíficamente transitivos!...
En medio de esta orgía de fuerza brilla de pronto la inteligencia hecha malicia, con el frío resplandor de una navaja española, en la revuelta confusión de un fandango popular.
14-II-1918
Eugenio d’Ors, El valle de Josafat, páginas 59-60. Edición de Ángel d’Ors y Alicia García-Navarro. Madrid: Espasa-Calpe, 1998.
JUAN BAUTISTA LA doctrina de San Juan Bautizador es la de que hemos de ser puros por- que estamos en vísperas de la plenitud de los tiempos. San Juan Bautizador es el patrón de la esperanza. No de la esperanza pasiva, sino de la esperanza activa, porque empieza por decir: «Hay que purificarse. > Quiere decir que, si antes no nos puri- ficábamos, ¿de qué nos serviría la plenitud de los tiempos? La gran cosa que aguardas, hombre, tendrá lugar mañana. Pero tú no la sabrás aprovechar, ni tan sólo la sabrás cono- cer si no empiezas por purificarte hoy mismo. Anticípate a los tiempos nuevos. Haz hoy como si ya hubiese acontecido lo que esperas para mañana. Recibe el bautismo. Pueden tener lugar todos los prodigios. Está a punto de arti- cularse el verbo de la liberación. Pero recibe el bautismo. Esta es la doctrina de San Juan el Bau- tizadon
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