Qué voz ay ha llegado a mis oídos.
Qué palabra tan llena de dulzura,
que me eleva sin orden ni mesura,
y me transporta a montes recorridos
otrora por Petrarca y los vahídos
de los cuerpos y almas en juntura
do mis piernas vibrando van sin ruidos.
Son aullidos de cántares sagrados,
extasiando la casa de Anastasia
por el pie de la
ninfa y por su mano
de mujer no de Italia ni Barbados:
de señora de la lejana Asia
pues viene de la China esta soprano.
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