únicamente esta continua asimilación de lo que el pasado proporciona puede hacer de éste algo vivo para el presente y para el futuro
La única ventaja que nos procura el disponer de grandes obras literarias consiste en la ayuda que nos prestan para nuestro desenvolvimiento personal. Por sí mismas, en cuanto hazañas realizadas por sus autores, no hubieran perdido nada de su verdad o de su grandeza si hubiesen desaparecido antes de nuestra instalación en la vida. Nada podemos suprimir o añadir a su pasado valor o a su dignidad propia. Sólo ellas, en cuanto representan un alimento apropiado y no un veneno, pueden agregar algo al actual valor y dignidad de nuestro espíritu. Los clásicos extranjeros tienen que volverse a traducir e interpretar para cada nueva generación, con el fin de devolverles su antigua naturalidad y mantener viva y apta para su asimilación su humanidad perenne. Los mismos clásicos vernáculos tienen que volver a ser comprendidos por cada lector. únicamente esta continua asimilación de lo que el pasado proporciona puede hacer de éste algo vivo para el presente y para el futuro. La crítica viva, la auténtica y legítima apreciación de lo que se ha realizado, es el interés que nos devenga todos los años el irrecuperable capital del genio humano.
Las razas teutónicas que habían conquistado a Europa comenzaron a dominarse y a comprenderse a sí mismas. Se hicieron protestantes, es decir, protestaron contra el mundo romano. Una infinita fuente de vida parece brotar de su seno. Sucesivamente se vuelven hacía la Biblia, hacia la ciencia, hacia el patriotismo, hacia la industria; piden nuevos objetos para amar y mundos nuevos para conquistar, pero poseen demasiada vitalidad o demasiada poca madurez para permanecer en cualquiera de estas cosas. Un demonio les dirige, y este demonio, divino e inmortal en su peregrinaje, es su más recóndita entraña. Es su insaciable voluntad, su radical coraje. Más aún, aunque ello sea algo difícil de comprender para el no iniciado: su voluntad es la creadora de todos esos objetos con los cuales a veces se divierte, a veces se distrae, pero nunca se amansa. Su voluntad extrae de la nada todas las oportunidades y todos los peligros únicamente para satisfacer su apetencia de acción. En esta función ideal radica toda su realidad. Una vez alcanzada, pasa a otra cosa. Como los episodios de un sueño transcurrido, sonríe a ellos y los olvida. El espíritu que los imaginó para luego rechazarlos permanece fuerte e impoluto; ansía nuevas conquistas sobre nuevas ficciones. Eso es el romanticismo, una actitud frecuente en la poesía inglesa y característica de la filosofía alemana. Fue adoptada por Emerson y pareció acordar con el espíritu americano, por cuanto expresaba la confianza en sí misma de una juventud plasmadora del mundo y la fe mística en la voluntad y en la acción. El más grande monumento erigido a este romanticismo es el Fausto de Goethe.
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