Dentro de pocos años, sin duda alguna, las licencias de matrimonio se expenderán como las licencias para perros, con validez sólo para un período de doce meses, y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esta libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino.

Porque los detalles, como todos sabemos,
conducen a la virtud y la felicidad, en tanto que las generalidades
son intelectualmente males necesarios. No son los filósofos sino
los que se dedican a la marquetería y los coleccionistas de sellos
los que constituyen la columna vertebral de la sociedad.
***
Lo cual nos conduce por fin
—prosiguió míster Foster— fuera del reino de la mera imitación
servil de la Naturaleza para pasar al mundo mucho más interesante
de la invención humana.
***—Pero, ¿por qué está prohibido? —preguntó el Salvaje.
En la excitación que le producía el hecho de conocer a un hombre
que había leído a Shakespeare, había olvidado momentáneamente
todo lo demás.
El Interventor se encogió de hombros.
—Porque es antiguo; ésta es la razón principal. Aquí las cosas antiguas no nos son útiles.
—¿Aunque sean bellas?
—Especialmente cuando son bellas. La belleza ejerce una atracción, y nosotros no queremos que la gente se sienta atraída por
cosas antiguas. Queremos que les gusten las nuevas.
—¡Pero si las nuevas son horribles, estúpidas! ¡Esas películas en
las que sólo salen helicópteros y el público siente cómo los actores
se besan! —John hizo una mueca—. ¡Cabrones y monos!
Sólo en estas palabras de Otelo encontraba el vehículo adecuado
para expresar su desprecio y su odio.
—En todo caso, animales inofensivos —murmuró el Interventor, a
modo de paréntesis.
—¿Por qué, en lugar de esto, no les permite leer Otelo?
—Ya se lo he dicho: es antiguo. Además, no lo entenderían.
***
El sentimiento religioso nos compensa
de todas las demás pérdidas. Pero es que nosotros no sufrimos pérdida alguna que debamos compensar; por tanto, el sentimiento
religioso resulta superfluo. ¿Por qué deberíamos correr en busca de
un sucedáneo para los deseos juveniles, si los deseos juveniles
nunca cejan? ¿Para qué un sucedáneo para las diversiones, si seguimos gozando de las viejas tonterías hasta el último momento?
¿Qué necesidad tenemos de reposo cuando nuestras mentes y nuestros cuerpos siguen deleitándose en la actividad? ¿Qué consuelo
necesitamos, puesto que tenemos soma? ¿Para qué buscar algo
inamovible, si ya tenemos el orden social?
***
—Llámelo culpa de la civilización. Dios no es compatible con el
maquinismo, la medicina científica y la felicidad universal. Es
preciso elegir. Nuestra civilización ha elegido el maquinismo, la
medicina y la felicidad. Por esto tengo que guardar estos libros
encerrados en el arca de seguridad. Resultan indecentes. La gente
quedaría asqueada si...
El Salvaje le interrumpió.
—Pero, ¿no es natural sentir que hay un Dios?
—Pero la gente ahora nunca está sola —dijo Mustafá Mond—. La
inducimos a odiar la soledad; disponemos sus vidas de modo que
casi les es imposible estar solos alguna vez.
***
—Pero Dios es la razón que justifica todo lo que es noble, bello y
heroico. Si ustedes tuvieran un Dios...
—Mi joven y querido amigo —dijo Mustafá Mond—, la civilización no tiene ninguna necesidad de nobleza ni de heroísmo. Ambas
cosas son síntomas de ineficacia política. En una sociedad debidamente organizada como la nuestra, nadie tiene la menor oportunidad de comportarse noble y heroicamente. Las condiciones de
ben hacerse del todo inestables antes de que surja tal oportunidad.
Donde hay guerras, donde hay una dualidad de lealtades, donde
hay tentaciones que resistir, objetos de amor por los cuales luchar
o que defender, allá, es evidente, la nobleza y el heroísmo tienen
algún sentido. Pero actualmente no hay guerras. Se toman todas las
precauciones posibles para evitar que cualquiera pueda amar demasiado a otra persona.
***
—Se libraron de ellos. Sí, muy propio de ustedes. Librarse de todo
lo desagradable en lugar de aprender a soportarlo. Si es más noble
soportar en el alma las pedradas o las flechas de la mala fortuna, o
bien alzarse en armas contra un piélago de pesares y acabar con
ellos enfrentándose a los mismos... Pero ustedes no hacen ni una
cosa ni otra. Ni soportan ni resisten. Se limitan a abolir las pedradas y las flechas. Es demasiado fácil.
***
—Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no —dijo el Interventor—. Preferimos hacer las
cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía,
quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma —dijo Mustafá Mond—, usted reclama el derecho a
ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo —dijo el Salvaje, en tono de reto—. Re
clamo el derecho a ser desgraciado.
—Esto, sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre,
el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de
lo que pueda ocurrir mañana; el derecho a pillar un tifus; el derecho a ser atormentado.
Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos —concluyó el Salvaje.
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