Los campesinos pobres no tenían más remedio que ingresar en el sistema «encomendándose» al señor. Perdían su libertad económica; vinculados a la tierra, ya no podían abandonarla. Hadriano, que favorecía el crecimiento de los latifundios, introdujo una práctica jurídica, la enfiteusis, consistente en el derecho a ocupar una tierra que hubiera estado vacante durante diez años. Por esta vía se trataba de aumentar la producción agraria, favoreciendo de hecho la ampliación de latifundios: eran los únicos capaces de resolver el problema. Cada latifundio, equiparado ahora con los dominios imperiales, se consideraba como una villa; con este nombre se designaría en Europa a las pequeñas agrupaciones urbanas campesinas. El dominus villae asumió funciones judiciales y de representación, y cada administrador, conductor villae, procuraba aumentar las obligaciones que pesaban sobre los colonos, a los que se incorporaban también antiguos esclavos manumitidos. Procedentes de una u otra condición, se fundían todos en una misma calidad, la servidumbre. Los siervos no eran objetos venales, pero estaban vinculados a la tierra de tal modo que, cuando ésta se vendía, la acompañaban preceptivamente sus ocupantes. Era una condición ambivalente. El campesino no podía abandonar la tierra, pero tampoco podía ser privado de ella, que era su modo de vida. Es lo que debemos tener en cuenta para entender las recomendaciones de San Benito y otros fundadores de europeidad. Suprimir de golpe la servidumbre hubiera podido causar un daño tremendo. Es un error muy serio el que cometen los historiadores fieles a la ideología marxista cuando llaman a la servidumbre «modo de producción feudal». El feudalismo es, en Occidente, un primer paso hacia la libertad.
Desde principios del siglo III, si no antes, la Iglesia asumía, lo mismo que el Imperio, la defensa de la romanidad. Ireneo recordaba asimismo cómo la racionalidad del ser humano, sostenida por Platón, es capaz de descubrir, aunque de modo imperfecto, la existencia de un Dios creador; sólo la revelación permitía completar y perfilar adecuadamente esa idea. En su obra fundamental, Adversus haereses, el santo obispo de Lyon daba un paso importante. La fe nos permite descubrir cómo la naturaleza humana, dañada por el pecado original y «recapitulada» por Cristo, puede alcanzar su plenitud en la salvación. Porque Jesús, nacido en cuanto hombre de la Virgen María, siendo Dios, ha tomado carne humana para «rehacer al hombre a imagen y semejanza de Dios». Tenemos instalada una de las piedras básicas de la «europeidad», el reconocimiento de esa elevada dignidad. No era necesario relegar el saber helenístico.
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