La batalla no es contra la fe, sino contra la razón

 La batalla contra la razón posee fuertes raíces en el fideísmo de Lutero y su menosprecio de la filosofía. El fraile alemán produjo un grave quebranto en el matrimonio fe-razón que constituía el alma de la civilización cristiana. El cree para entender y entiende para creer había instaurado una tutela de la razón y una vigilancia sobre la fe. Dinamitado el puente entre la fe y la razón, la razón iniciaría una marcha triunfante. La razón emancipada caminaría orgullosa, pero acechada por la emoción, que no descansa. Ese camino triunfal terminaría, pasados los siglos en el Auschwitz racista, en el gulag comunista y en el abortorio estadounidense: dos sistemas de exterminio, uno colectivista y otro individualista. 



Un jalón importante de esta historia se sitúa en Rousseau. Su buen salvaje, trasunto del mito de la edad de oro, es rebelión contra la razón civilizatoria. Del buen salvaje se deriva el culto a lo primitivo. Se desprecia la Divina Comedia, la Capilla Sixtina y la música de Bach en beneficio de la choza.

Al culto por lo primitivo rusoniano hay que sumarle el culto romántico a la cultura. Lo primitivo, lo originario, lo nativo, el indeterminado "pueblo" y su(s) lengua(s) se erigen en absoluto y se adoran. Aquí nace el nacionalismo. Primitivismo y nacionalismo son primos hermano: plagas irracionales que azotan la cultura contemporánea.

La mítica edad de oro sustenta la utopía comunista. El primitivismo irracional alimenta el psicoanálisis: culto al instinto frente a la opresora racionalidad.

La ideología de género es fruto de una filosofía de la ebriedad, negadora de la evidencia y, por tanto, irracional. 

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