Nicolás Gómez Dávila
ESCOLIOS
A UN
TEXTO IMPLÍCITO
El amor es el órgano con que percibimos la inconfundible
individualidad de los seres.
La libertad no es fin, sino medio. Quien la toma por fin no sabe qué
hacer cuando la obtiene.
Para Dios no hay sino individuos.
Todo fin diferente de Dios nos deshonra.
Después de toda revolución el revolucionario enseña que la
revolución verdadera será la revolución de mañana. El
revolucionario explica que un miserable traicionó la revolución de
ayer.
Los parlamentos democráticos no son recintos donde se discute,
sino donde el absolutismo popular registra sus edictos.
El amor al pueblo es vocación de aristócrata. El demócrata no lo
ama sino en período electoral.
A medida que el estado crece el individuo disminuye.
No logrando realizar lo que anhela, el “progreso” bautiza anhelo lo
que realiza.
El hombre cree que su impotencia es la medida de las cosas.
La autenticidad del sentimiento depende de la claridad de la idea.
El vulgo admira más lo confuso que lo complejo.
Pensar suele reducirse a inventar razones para dudar de lo evidente.
Negarse a admirar es la marca de la bestia.
El que renuncia parece impotente al que es incapaz de renunciar.
No hay substituto noble a la esperanza ausente.
Las perfecciones de quien amamos no son ficciones del amor. Amar
es, al contrario, el privilegio de advertir una perfección invisible a
otros ojos.
Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad
social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo.
Todo es trivial si el universo no está comprometido en una aventura
metafísica.
Mientras más graves sean los problemas, mayor es el número de
ineptos que la democracia llama a resolverlos.
La legislación que protege minuciosamente la libertad estrangula las
libertades.
Más repulsivo que el futuro que los progresistas involuntariamente
preparan, es el futuro con que sueñan.
La política sabia es el arte de vigorizar la sociedad y de debilitar el
Estado.
La sabiduría no consiste en moderarse por horror al exceso, sino por
amor al límite.
Los argumentos con que justificamos nuestra conducta suelen ser
más estúpidos que nuestra conducta misma. Es más llevadero ver
vivir a los hombres que oírlos opinar.
Pensar como nuestros contemporáneos es la receta de la prosperidad
y de la estupidez.
Dios es la substancia de lo que amamos.
Necesitamos que nos contradigan para afinar nuestras ideas.
La sabiduría se reduce a no enseñarle a Dios cómo se deben hacer
las cosas.
Los prejuicios de otras épocas nos son incomprensibles cuando los
nuestros nos ciegan.
Ser joven es temer que nos crean estúpidos; madurar es temer serlo.
El que menos comprende es el que se obstina en comprender más de
lo que se puede comprender.
Civilización es lo que logran salvar los viejos de la embestida de los
idealistas jóvenes.
Nada más peligroso que resolver problemas transitorios con
soluciones permanentes.
Ser capaces de amar algo distinto de Dios demuestra nuestra
mediocridad indeleble.
De los seres que amamos su existencia nos basta.
¿Cómo puede vivir quien no espera milagros?
El pueblo no elige a quien lo cura, sino a quien lo droga.
Entre la anarquía de los instintos y la tiranía de las normas se
extiende el fugitivo y puro territorio de la perfección humana.
El máximo error moderno no es anunciar que Dios murió, sino creer
que el diablo ha muerto.
Cuando sólo se enfrentan soluciones burdas, es difícil opinar con
sutileza. La grosería es el pasaporte de este siglo.
Comentarios
Publicar un comentario