Una amenaza definitiva a la comunicación entre hombre y hombre

 Las vanguardias declaran que sus movimientos son los únicos que están de acuerdo con nuestra edad tecnológica, y quizá tengan razón al sostenerlo. No sólo utilizan ampliamente las técnicas mecánicas, sino que su funcionalidad ilimitada se da la mano con una tecnología dominante que persigue sus objetivos nunca definitivos de construir y afinar objetos abstractos sin perder tiempo en sus implicaciones humanas, es decir, no funcionales.





Para concluir permítaseme tratar brevemente la condición actual y las perspectivas de la poesía, que es la forma más intensa de la comunicación humana. Las vanguardias ya casi no emplean la palabra “poesía”, y hacen bien. Sus productos reciben los nombres más diversos; el más común es el de “textos”. En todo caso, la poesía, la verdadera poesía, todavía existe, aun pese a las recientes tendencias a disolver el lenguaje no funcional; pero también la poesía se ve afectada por la desintegración generalizada de la forma y por la devaluación del sentimiento –y no podía suceder de otro modo.

La poesía se basa en el sentimiento. Incluso la plasmación de una experiencia muy concreta, o de una contemplación muy abstracta, tiene que sustentarse en el sentimiento para llevar a la audiencia al efecto poético específico, a la iluminación focal de la existencia, a “ese sentido sublimado y exaltado de la existencia” –para usar palabras de Richard Blackmur- que había dado origen a esa plasmación. La extraversión radical, la complejidad fenoménica y psíquica de nuestra vida, y en consecuencia la degeneración múltiple del lenguaje en monsergas y trivialidades –todo ello ha producido una dispersión de los sentimientos en las más diversas sensibilidades periféricas, una especie de sutil sensibilidad analítica. Las mentes sensibles al lenguaje, para quienes la magia de la palabra hablada es muy real, se sienten repelidas por las frases que han llegado a ser lugares comunes y que son demasiado triviales para expresar una experiencia personal única en una situación humana única. La devaluación de las palabras se refleja en el sentimiento que les subyace, y de este modo el sentimiento acaba por identificarse con el sentimentalismo, que en realidad es un sentimiento inflado, corrompido, convencionalizado. La incertidumbre del lenguaje a menudo produce una incertidumbre en el sentimiento. La gente se pregunta: ¿De veras estoy sintiendo? ¿Vale la pena sentir?

Este proceso obliga al sentimiento auténtico que puede haber a escapar hacia el anonimato de lo fáctico, a dispersarse en las diminutas sensibilidades emparentadas por experiencias incidentales, o a subsistir ocultas en la sátira o en metáforas crípticamente remotas y concentradas. Por supuesto, todo poema genuino es críptico puesto que se aventura por las fronteras de lo expresable. Pero el nuevo tipo de contracción metafórica es críptico por la lejanía del sentimiento, que se debe al inevitable fastidio lingüístico y a la reserva emocional.

A menudo observamos cómo la poesía degenera en una mera afirmación fáctica, en la narración tan violentamente rechazada por Mallarmé o en una prosa cortada –una prosa pésima, por cierto, ya que toda prosa encadenada de ese modo carece de la oportunidad de seguir sus propios ritmos peculiares. Y no son sólo los escritores ineptos quienes recurren a tales abusos, sino a veces aun algunos poetas importantes, auténticos, como Robert Lowell en sus Lifes Studies. El poema “My Last Afternoon with Uncle Devereux” (Mi última tarde con el tío Devereux), por ejemplo, reproduce magistralmente el ambiente y sabor de la casa de Lowell. Pero ¿por qué tuvo que versificarlo?

No olvidemos lo que es un poema, lo que distingue a la poesía de la prosa: no son las líneas medidas o separadas de cierto modo, sino un lenguaje diferente. El poema es y ha sido siempre una comunicación con afán genuino; el anhelo inmediato de experiencia, sea un destello de lucidez, de gozo o de sufrimiento, busca por razones naturales un lenguaje más intenso, concentrado y vibrante que la prosa, y jamás traiciona su origen musical, “lírico”; busca un lenguaje que se deslice espontáneamente hacia sus ritmos, siendo las medidas sólo las divisiones adecuadas para éstos. Esta sublimación del lenguaje nada tiene que ver con encumbramiento, edificación o enrarecimiento verbal. El tono elevado puede incluir un lenguaje cotidiano y hasta popular, pero aun en sus más osadas innovaciones debe seguir siendo la expresión auténtica del poeta, una esencialización de su habla normal; o para decirlo a la inversa: en su vida diaria, el poeta debe tener la capacidad innata de esa elevación. La autenticidad o falsedad del tono lo revelará sin dejar lugar a dudas.

La forma poética no es arbitrariamente aplicable a cualquier “contenido”. Lo que pueda decirse en prosa no debería esforzarse en verso. Sólo lo que no pueda decirse de otro modo que el poético es digno de ser versificado, y de hecho produce un verso auténtico, que no es sino la forma que expresa una experiencia elevada. Incluso cuando poetas como Brecht o Peter Weiss en su Investigación utilizan el verso para presentar meros hechos escuetos, lo hacen con un sentido inverso, sardónico, con el fin de subrayar un contraste aberrante con lo que se dice. Mas también aquí lo que determina la forma es el afán poético.

Lo anterior no significa que sólo se requiere un afán ineludible para crear un verdadero poema. La realización plena de un poema exige una labor en ocasiones muy ardua. “El maestro y señor –dice Valéry- te ha dado la chispa; tu misión consiste en hacer algo con ella.” Los problemas de este “hacer” –los métodos y el estilo- tiene que sopesarse y discutirse, pero para que la poesía lo sea genuinamente, el “hacer” nunca debería hacerse profesional, aunque en nuestros días lamentablemente tiende muchas veces a serlo.

Aún tenemos entre nosotros, en todos los países, poetas verdaderos y hasta grandes, voces pletóricas de humanidad en medio de la creciente deshumanización. Pero en vista de la ubicua emulación ciega de la ciencia y la tecnología, que tiende a monopolizar los objetivos humanos sin ser capaz de establecer esos objetivos, de otorgarnos alguna guía para conducir nuestras vidas, creemos podemos dudar seriamente de la supervivencia de la poesía con el advenimiento de las “máquinas ultra-inteligentes”. ¿Cuándo tiempo y espacio y terreno fértil le quedará para crecer en las generaciones jóvenes? Observamos cómo el afán poético surge a partir de una actitud de rebeldía en los países oprimidos, todavía lo sentimos atravesar la maleza política e intelectual en la angustia y rebelión de los poetas occidentales. Pero ya no es posible posponer el momento de advertir a nuestra juventud ese grave y vital peligro que es el dominio general del cientificismo, es decir, de la mentalidad científica (que se debe distinguir de la verdadera ciencia, con su valor inestimable, aunque no con validez ilimitada), y de animar y apoyar a los jóvenes que ya han sentido nacer en ellos la rebeldía; es hora de advertirlos contra la tendencia actual de considerar nuestra vida entera, y hasta la realidad entera, como un complejo de “mecanismos” reconocible y, a fin de cuentas, predecible y reproducible.

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