Desde el siglo XVI, Dios viene siendo acosado. Lutero inició las restricciones al proclamar: Cristo sí, Iglesia no. La Ilustración se decantó: Dios sí, Cristo no. El siglo XIX concluyó: Humanidad sí, Dios no. Deocidio que consolidó a tres dioses sustitutivos: el dios nación (nacionalismo), el dios Estado (socialismo), y el dios mercado (colonialismo). Deidades que no tardaron en enfrentarse, suceso común en el politeísmo. Disputa cruenta que se saldó con dos guerras mundiales, genocidios, campos de exterminio... más de 200 millones de muertos.
¿Qué ha ocurrido en la literatura? ¿Ha expulsado a Dios? No puede hacerlo. La palabra, como decía Unamuno, es la respiración del alma. Y la literatura es el arte de la palabra, la respiración artística del alma. A Dios se le puede silenciar en el espacio público, pero no en el alma, no en la literatura, ámbito de libertad. Donde hay libertad, anida Dios.
Dios nació en Auschwitz, en el corazón de Etty Hillesum. Jesús nació en la URSS, en la pluma de Josef Brodsky. Un campo de exterminio o un régimen totalitario y ateo no son óbice para que Dios asome su rostro.
¿De qué modos aflora Dios en la literatura contemporánea? De infinitos. Cristo inspira personajes, como Sonia, Aliosha o el príncipe Myskin de Dostoievsky. Jesús está en los poemas de Navidad de Brodsky o en un drama navideño de Sartre. La búsqueda de sentido, antesala de Dios, aparece por doquier. Citemos La muerte de Iván Illich de Tolstoi o la expresión del sinsentido en Kafka, Beckett, Camus o Ionesco.
Dios puede nacer en el exilio (García Morente), en la mente del ateo Frossard o en el alma del inconformista Papini. Surge así una literatura de conversión, con el precedente de Las confesiones de San Agustín. A Dios puede lanzarle un grito una creyente como María Elvira Lacaci o un agnóstico como Dámaso Alonso.
Los viejos dioses sustitutivos -Nación, Estado, Avaricia- siguen vivos en el siglo XXI. El dios Estado, catalizador de los demás dioses, Zeus, digamos, es mesiánico, y suele conformar su religión con fragmentos humanos que flotan a la deriva...
Pero la literatura sigue su curso. Vive fuera de las cárceles mediáticas, políticas y académicas en las que se amordaza a Dios. Los autores pueden viajar a la Edad Media y respirar aire puro. Lo hace Tolkien, C. S. Lewis, Juan Perucho o Álvaro Cunqueiro. La literatura es comunicación y, a pesar de la distancia física, establece un diálogo íntimo entre autor y lector. Newman noveliza su conversión. Edith Stein autobiografía su itinerario espiritual. Chesterton universaliza sus apologías. Los nuevos dioses cuentan con su ortodoxia, pero también son objeto de escarnio literario: Un mundo feliz, Rebelión en la granja, 1984...
Comentarios
Publicar un comentario