Por Los cuadernos de Velintonia (José Luis Cano, 1986) desfilan muchos poetas españoles del siglo XX. Es una diario de las visitas que el autor cursa a Vicente Aleixandre en su casa de Velintonia, en Madrid. Poetas de las generaciones del 98, del 27, de la posguerra, de los años 50, 60, 70... hasta mediados de los 80. Vida y milagros de una buena porción de creadores a través de comentarios de unos y de otros, anécdotas, sucedidos, cartas, comidas... Oh, Dios, cuánta mezquindad. Envidias, celos, celotipias, susceptibilidades, odios, venganzas, silencios, murmuraciones, trapisondas, maniqueísmos... Cuánto ego, cuánta actitud rastrera.
Escribieron grandes poemas, tocaron con sus manos la belleza, la crearon. Pero cuánta mezquindad.
La poesía no hace mejores a los poetas (tampoco peores). Sus poemas pueden elevar las almas de sus lectores. Pero las almas de los poetas pueden vivir en medio de una zozobra moral.
Es el misterio de la creación del arte (y del hombre). Los buenos poetas son arcaduces de lo divino. La inspiración existe, y nace el arte de manos humanas con hálito divino.
Pero la bondad es otra cosa. La magnanimidad, la grandeza de ánimo, es harina de otro costal.
Ser bueno, desde luego, no significa ser perfecto, sino humilde, comenzar y recomenzar, llamar al pan pan y al vino vino, perdonar, pedir perdón. Y eso no se gesta en el hacer, ni aún el artístico, sino en el ser, en la intimidad de la conciencia.
Cuánto ego, sobre todo, se derrama de Los cuadernos de Velintonia. Cuánto pensamiento rastrero. "La humildad -escribe Cervantes- es la basa y fundamento de todas virtudes, y sin ella no hay alguna que lo sea. Ella allana inconvenientes, vence dificultades, y es un medio que siempre a gloriosos fines nos conduce; de los enemigos hace amigos, templa la cólera de los airados y menoscaba la arrogancia de los soberbios; es madre de la modestia y hermana de la templanza; en fin, con ella no pueden atravesar triunfo que les sea de provecho los vicios, porque en su blandura y mansedumbre se embotan y despuntan las flechas de los pecados" (El coloquio de los perros).
La poesía, el arte no hace mejores personas a los poetas, a los artistas (tampoco peores, insisto). Porque la catadura moral no se gesta en el hacer, sino en el corazón, en el sentido pascaliano, el sagrario del hombre. "Lo que sale de la boca procede del corazón, y eso es lo que mancha al hombre. Del corazón proceden las malas intenciones, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios, las difamaciones. Estas son las cosas que hacen impuro al hombre, no el comer sin haberse lavado las manos" (Mateo 15, 18-20).
La poesía, el arte, no es redentora, mal que os pese, románticos. Los artistas tocan la belleza, y esta puede transparentarles la bondad, la verdad. Pero ni la bondad, ni la verdad ni Dios se imponen. La libertad está siempre ahí, para rendir culto al yo o para abrirse a los otros y al Otro. La bondad, como la verdad, no se posee. Más bien nos poseen. Pero hay que abrirles la puerta partiendo del reconocimiento de las miserias que anidan en el propio corazón.
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