Las máquinas carecen de intimidad, no aman. Amar no es acariciar, sino entregar el yo a otro. Una máquina no conoce en libertad

 El hombre, la mujer que contemplan los humanistas, es la persona completa y concreta, no un término abstracto como ciudadanía, sociedad, clase o género… y ni siquiera los humanistas ven al hombre como mero individuo de una especie, sino como a un ser personal, capax Dei, capaz de Dios. Un homo sapiens, llamado a conocer y a amar en libertad. Que puede conocerse a sí mismo, que posee intimidad. Un ser moral, que puede elegir entre el bien y el mal.

Las máquinas carecen de intimidad, no aman. Amar no es acariciar, sino entregar el yo a otro. Una máquina no conoce en libertad. Un hombre puede negarse a conocer los mecanismos que hacen posible la bomba atómica o a desvelarlos, si los conoce. Una máquina no es libre, ni moral: no es buena ni mala.

La persona humana de los humanistas no es un mero homo habilis, ejecutor de instrucciones, súbdito del Estado, consumidor del mercado, siervo de la burocracia o de la moda ideológica, un surfista en medio de los cambios. El hombre sabe, sabe que sabe, y se cuestiona cualquier información. Saber no es acumular datos. Es relacionar los datos, interpretarlos, conectar la parte con el todo, desenmascarar los sesgos ideológicos.

El hombre es un ser en busca de sentido. El sentido, el significado, es más importante que el poder y el placer. La tecnología es una gigantesca máquina de poder, y puede producir un enorme bienestar físico. El humanista escucha a Cicerón cuando afirma que la felicidad radica en la virtud, en ser más y no en tener más, en la vida buena, y no en la buena vida. El humanista escucha a Sócrates cuando asegura que es preferible sufrir la injusticia que cometerla.

El humanista pone la máquina al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la máquina. 

El humanista no busca la salvación en la ciencia, ni en el Estado, ni en el mercado, ni en la técnica. El hombre no puede redimirse a sí mismo. Ni la ciencia, ni el Estado, ni el mercado, ni la técnica pueden restaurar la quiebra moral que experimenta el hombre. Y el camino del perfeccionamiento moral, de la virtud, es personal.

 


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