El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional.
Para ser francos, me vería en un apuro si quisiera citar a
ustedes un solo hecho que, en la historia del arte, pueda ser calificado como
revolucionario. El arte es constructivo por esencia. La revolución implica una
ruptura de equilibrio. Quien dice revolución dice caos provisional. Y el arte
es lo contrario del caos. No se abandona a él sin verse inmediatamente
amenazado en sus obras vivas, en su misma existencia. La cualidad de
revolucionario se atribuye generalmente a los artistas de nuestros días con una
intención laudatoria, sin duda porque vivimos en un tiempo en el que la
revolución goza de una especie de prestigio en el medio de una sociedad
anticuada. Entendámonos: yo soy el primero en reconocer que la audacia es lo
que mueve a las más bellas y más grandes acciones; razón de más para no ponerla
inconsideradamente al servicio del desorden y de los apetitos brutales,
con la intención de un sensacionalismo a toda costa. Apruebo la audacia; no le
fijo, de ningún modo, límites; pero tampoco hay límites para los errores de lo
arbitrario. Si queremos gozar plenamente de las conquistas de la audacia
debemos exigir, ante todo, su perfecta y clara luminosidad. Trabajaremos por
ella al denunciar las falsificaciones que puedan tender a usurpar su lugar. La
exageración gratuita pervierte todas las cosas; todas las formas a las que se
aplica.
Entorpece y embota con su precipitación las novedades más
valiosas; corrompe simultáneamente el gusto de sus adoradores, lo cual explica
que este gusto pase rápidamente, sin transición, de las más insensatas
complicaciones a las trivialidades más chabacanas.
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