«Me preguntas — escribió Czesław Miłosz— qué utilidad tiene leer los Evangelios en griego. Te respondo que es bueno guiar nuestro dedo por letras más perdurables que las grabadas en piedra y que, al pronunciar lentamente sus sonidos, conozcamos la verdadera dignidad del lenguaje». Y esa dignidad también es nuestra dignidad: la del lenguaje, la del amor, la de la intimidad, la de las letras y palabras mudas, la del sufrimiento, la de la memoria y sus cicatrices, la del misterio de la filiación y la paternidad, la del tiempo, la del dolor, la del gozo y la alegría, la del anhelo, la del saber…, la de todo lo que se refleja en este magnífico libro que ha escrito Zena Hitz.
Daniel Capó
¿De qué sirve la vida intelectual? Nos refugia de la angustia. Nos recuerda nuestra dignidad. Es una fuente de conocimiento y comprensión, un jardín en el que se cultiva la aspiración humana, el hueco de un muro al que uno puede retirarse temporalmente de las controversias actuales para obtener una perspectiva más amplia, para recordar que somos dueños de un lote de la herencia humana universal. Todo esto deja claro al menos que es un bien esencial para los seres humanos, aunque sea uno entre otros cuantos.
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En fin, la misma caridad que estrecha mutuamente a los
hombres con el nudo de la unidad, no tendría entrada en las
almas para fundirlas y como mezclarlas entre sí, si los
hombres nada aprendieran por medio de los hombres.
San Agustín, Sobre la doctrina cristiana
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El
placer de aprender fluye naturalmente hacia el placer de
enseñar.
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El
aprendizaje importa por sí mismo, porque los seres humanos
son esencialmente conocedores, o amantes, o ambas cosas.
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Mi peso es mi amor (pondus meum, amor meus…)
San Agustín, Confesiones
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