Yo lo confieso; cuando volvía de la calle días atrás y encontraba á Marcelino [Menéndez Pelayo] en el comedor de la fonda, desafiando las pulmonías que se colaban por aquellas fauces de la puerta abierta, cogía su mano amiga como un náufrago una tabla. Fuera dejaba yo la marejada de ideas fugaces, de convicciones efímeras, confusas, contradictorias, insípidas ó deletéreas, vaivén inconsciente que la moda y otras influencias irracionales traen y llevan por los espíritus débiles de tantos y tantos que se creen libre-pensadores, cuando no son más que fonógrafos que repiten palabras de que no tienen verdadera conciencia.
Dejaba fuera también ese empirismo antipático que cree nacer de una filosofía y nace de la viciosa vida corriente, sensual y superficial, en la que no hay una emoción grande en muchos meses, ni un rasgo de abnegación en muchos años, ni una lágrima de amor en toda la vida; dejaba fuera la envidia jactanciosa, la ignorancia dogmática... Y aquel espíritu noble y bien educado, clásicamente cristiano, cristianamente artístico, era como un asilo para quien, como yo, flaco de memoria, de voluntad y entendimiento, tiene, por tener algo bueno, un entusiasmo histérico, tembloroso, por la virtud y la belleza, por la verdad y la energía, entusiasmo que unas veces se manifiesta con alabanzas del ingenio y de la fuerza, y otras con reírme á carcajadas, que algunos toman por insultos, de la necedad vanidosa, de la impotencia gárrula y desfachatada, de la envidia mañosa y dañina...
[...]
Querer y admirar á los pocos hombres que de veras valen, y alegrarse de que ellos mutuamente se quieran, y procurarlo, es algo digno de un corazón perfectamente sano.
Leopoldo Alas "Clarín" sobre Marcelino Menéndez Pelayo en Un viaje a Madrid.
Comentarios
Publicar un comentario