Se litiga si hay o no hay espíritu, si hay o no hay alma, y con probar nosotros que la hay, lo habremos probado todo. ¡De haber alma, tiene que haber mejor vida; tiene que haber Dios; tiene el hombre que responderle de sus actos; hay necesidad de Moral; podremos subsistir sobre la tierra!

 He concluido mi larga y laboriosa tarea. Creo haber probado, señores Académicos, con razones filosóficas al principio, y después con el propio testimonio de las Letras y de las Artes, que la Belleza es una incógnita metafísica como la Verdad y la Bondad, de las que nuestra limitada razón sólo vislumbra desde la tierra algunos pálidos reflejos: he intentado demostrar que estas tres ideas madres son distintas entre sí (pero consustanciales en esencia) y distintas sus esferas de acción (pero concéntricas y armónicas), de tal suerte que nunca llegan a contradecirse: y he deducido, en consecuencia de todo, que, si la Moral no puede considerarse como exclusivo criterio de belleza artística, tampoco puede haber belleza artística indiferente a la Moral, a menos que se niegue la indivisible unidad de nuestro espíritu.

No os habrán sorprendido, por lo demás, la viveza y el calor con que he tratado un asunto que hasta ahora sólo había dado margen a ceremoniosos torneos didácticos; pues demasiado sabréis que la teoría de el Arte por el Arte está hoy relacionada con otras a cual más temible y que juntas socavan y remueven los cimientos de la sociedad humana. Comenzose por pedir una Moral independiente de la Religión: pidiose luego una Ciencia independiente de la Moral: en voz baja empieza ya a exigirse que independiente de la Moral sea también el Derecho, y a grito herido reclaman los Internacionalistas, dejándose de contemplaciones y yendo derechos al bulto, que se declaren asimismo independientes de la Moral las tres entidades sociales: el Estado, la Familia, el Individuo. ¡Es decir, Señores, que los ateos, pasando del humanismo sin Dios al humanismo sin alma, y del humanismo sin alma al bestialismo (última palabra de los materialistas), reniegan ya juntamente del Dios del cielo, de los Reyes de la tierra, de la autoridad histórica, de todo vínculo social, de la sociedad misma, de la propiedad, de la casa, de la esposa, de los hijos, hasta de sí propios, o sea de su condición de criaturas racionales, pidiendo, en cambio, a la luz del petróleo y entre las ruinas causadas por el incendio, la anarquía universal, el amor libre y la irresponsabilidad de las acciones humanas!

Pues bien: en circunstancias tan pavorosas y terribles; sin parar mientes en que el soberbio edificio de esta civilización negativa tiembla ya bajo nuestros pies, es cuando hay maestros de estética que se atreven a proponernos que el Arte, el gran elemento conservador, prescinda también de sus aspiraciones espirituales, de los dictados de la conciencia, del amor al Bien, de todo respeto a la Moral! ¡Proceden, en verdad, lógicamente esos peregrinos doctores si, como presumo, pertenecen a la extrema izquierda de la filosofía novísima! ¿Para qué la Moral, si no hay Dios, si no hay alma, si no hay hombre, si no hay más que fenómenos físicos sobre la tierra? Pero vosotros, oradores, poetas, músicos, escultores, pintores, arquitectos, que vivís la vida del espíritu, y vosotros también, meros aficionados a las Letras y a las Artes, que acudís a estas solemnidades académicas, y a los Teatros, y a los Liceos, y a las Exposiciones artísticas, ganosos de útiles y dulces espectáculos que consuelen y animen vuestro corazón en este siglo de la materia por la materia; vosotros rechazaréis altivamente esa teoría sacrílega, fruto ponzoñoso de un nuevo satanismo, enemistado con el Bien, que desea proscribir la Moral de todas partes, que ya ha reducido mucho el imperio de la Virtud, y que hoy nos declara sin rebozo (en nombre de no sé qué Belleza sin alma) que quiere ser dueño de practicar el mal! ¡Para vosotros, la fe en Dios, la augusta idea de la inmortalidad del espíritu, los triunfos sobre las pasiones terrenales, los sacrificios del egoísmo animal, la penitencia, la limosna, la castidad, el perdón de los agravios, el amor al enemigo, serán siempre la verdadera vida y la verdadera sublimidad del hombre en este bajo mundo! ¿Cómo no, si triunfar del cuerpo, redimir el alma, sobreponer lo moral a lo físico, es el atributo esencial y genérico que distingue al ser humano de la bestia?

En ese terreno, y no en ningún otro (digámoslo con vergüenza y amargura), hay que dar hoy la batalla a los impíos. Ya no se trata de comparaciones y diferencias entre ésta y aquella Moral o entre tal y cual Religión positiva. ¡Ni tan siquiera se trata de si hay o no hay Dios!... El mal está más profundo: la gangrena roe más abajo. Se litiga si hay o no hay espíritu, si hay o no hay alma, y con probar nosotros que la hay, lo habremos probado todo. ¡De haber alma, tiene que haber mejor vida; tiene que haber Dios; tiene el hombre que responderle de sus actos; hay necesidad de Moral; podremos subsistir sobre la tierra!

Defended, pues, ¡oh soldados del sentimiento! los timbres de vuestra naturaleza empírea, de vuestra divina alcurnia! ¡Defended que sois hombres! ¡defended que sois inmortales!... Por lo que a mí toca, mientras aliente y pueda escribir o hablar, seré el paladín del Alma. Ella es mi Dulcinea. En la Religión, en la Historia, en la Poesía, en las Artes, veré siempre lucir su maravillosa hermosura! Digan otros que la señora de mis pensamientos no es más que un vulgar conjunto de fuerza y materia, como el que, según cierto sabio a la moda2, dirige las funciones del cerebro humano. Para mí no dejará nunca de ser la inmortal Princesa de incomparables gracias a quien debo las únicas alegrías que recuerdo sin abochornarme, las horas mejor empleadas de mi vida, mis ensueños poéticos, mi mansa felicidad, el consuelo de todos mis dolores y la inmarcesible esperanza que, como fiel siempreviva, me acompañará hasta el sepulcro.

¡Oh dulce concierto! Espiritual y moral son ideas inseparables. Todo lo que eleva al hombre sobre la materia lo fortifica y lo mejora, bien sea la contemplación de la naturaleza muda, que apenas sabe balbucear su himno de agradecimiento al Criador, bien el divino arte de la Música, que tanto habla al espíritu con los indeterminados acentos de su misterioso idioma. Llora el mortal entonces, sintiendo más que nunca la inefable nostalgia del cielo, y sus copiosas lágrimas, acerbas al principio, son al cabo puras y alegres como aquellas últimas gotas de la lluvia que abrillanta el sol después de la tempestad y que sirven de gala y regocijo al indultado mundo. Indultada de su destierro se cree también la mísera criatura cada vez que el entusiasmo la purifica con aquel noble lloro equivalente a una plegaria, y, presintiendo, en su éxtasis, la hora del perdón y de la libertad, o sea el instante de la benigna muerte, recobra fuerza y virtudes para seguir peregrinando hacia su patria. Y, pues esto es así; pues que nuestra jerarquía sobre la tierra consiste precisamente en vivir fuera del tiempo que se cuenta y del espacio que se mide; pues que los ídolos de barro, las beldades del mundo, nuestras inspiraciones y nuestras obras pasan ante la Eternidad sicut nubes, quasi aves, velut umbra; pues que nosotros mismos somos huéspedes de un día en este pobre globo que se disputan la luz y las tinieblas...., a tal extremo ¡ay de mí triste! que al entrar hoy aquí (aunque tan temprano me habéis llamado), no me aguardan ya los brazos de aquel que amé con filial cariño y cuya sombra amiga todos me recordáis3(como tal vez muy pronto sólo quedará una vaga memoria de mi paso por esta Comunidad); pues que sueño es la vida, humo leve la gloria, nuestras bellezas ilusión, litigios nuestras verdades, y único bien duradero la esperanza de lo absoluto, considerad, Señores, si hay razón y fundamento para que, desdeñando los ideales finitos y buscando digno término remoto a nuestras obras, nos elevemos a la contemplación del Eterno Ser en quien juntamente residen la Suma Verdad, la Suma Bondad y la Suma Belleza.

He dicho.

Discurso sobre la Moral en el Arte

Pedro Antonio de Alarcón



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