La idea de que un código no necesita dejar lugar para el principio que lo contradice, de que no hay necesidad de un límite para su aplicación es el espíritu del totalitarismo
La idea de que un código no necesita dejar lugar para el principio que lo contradice, de que no hay necesidad de un límite para su aplicación —lo cual es el espíritu del totalitarismo—, no es simplemente una de las consecuencias del eclipse de la antiestructura en la modernidad. Eso sin duda es verdad. Pero también es verdad que primero estuvo la tentación de poner en vigor un código que no tolera límite alguno. Haber cedido a esta tentación es lo que ayudó a la secularidad moderna, en todos sus sentidos, a cobrar existencia.
[...] una consecuencia del eclipse de la antiestructura fue la propensión a creer que no era necesario limitar el código perfecto, que se podía y debía aplicar sin restricciones. Ésta ha sido una de las ideas que guiaron a los diversos movimientos y regímenes totalitarios de nuestra época. Había que transformar completamente la sociedad y no debía permitirse que ninguna de las limitaciones tradicionales a la acción obstaculizara esa empresa. De manera menos radical, esa idea alienta la estrechez miras con la que los diversos «códigos del habla» de lo políticamente correcto se aplican a ciertos campos, y da un tono positivo a eslóganes tales como «tolerancia cero». La época de la Revolución Francesa es quizá el momento en el que en un único y mismo momento se eclipsa la antiestructura y se evalúa seriamente el proyecto de aplicar un código sin límites morales.
Charles Taylor: La era secular.
[...] cómo pasamos de un estado, en 1500, en el que era difícil no creer en Dios, a nuestra actual situación, poco después del 2000, en la que ello se ha convertido en algo sencillo para muchos. Una forma de presentar nuestra situación es afirmar que muchas personas son felices viviendo en pos de objetivos que son puramente inmanentes, que viven sin tener en cuenta lo trascendente.
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