Se rinde culto a lo nuevo. Se busca lo nuevo por nuevo, y se desecha lo antiguo por antiguo. Lo nuevo sustituye a lo bueno. El futuro sustituye al paraíso. El presente se vive como un continuo viaje hacia lo nuevo.
Un primer momento kainolátrico está en Descartes: la duda metódica, empezar desde cero. Empezar desde cero es imposible. Solo podría hacerlo Dios. El hombre no es un ser independiente ni autónomo en sentido estricto. El hombre es de-pendiente de sus padres. No se ha dado el ser ni la vida. Necesita durante años de cuidados externos para sobrevivir. Posee una herencia genética, un cuerpo, un espíritu, unas facultades. Aprende una lengua que le es dada. Nace en una sociedad, una cultura, unas tradiciones. Es imposible empezar desde cero, un espejismo, un ejercicio voluntarista. La novedad que provenga de esa ruptura ilógica será una novedad viciada ab origine por la arbitrariedad, disfrazada de razón matemática.
Un segundo momento kainolátrico es la Revolución francesa, el romanticismo, el desprecio por la mímesis, el culto a la originalidad. El presupuesto teórico de Descartes es ahora una acción política que, en su devenir, se convierte en genocidio, masacre, cañonazo a la muchedumbre, guillotina. En efecto, eso, en cierto modo, es empezar desde cero o, quizás, destruir desde cero.
Un tercer momento kainolátrico es el de las vanguardias de comienzos de siglo XX, y el de la Revolución bolchevique. Las vanguardias experimentan en las artes esa búsqueda insaciable de novedad, que se convierte en paradigma del arte contemporáneo, del pensamiento y aún de la política.
El cuarto momento kainolátrico es el de la era jipi, de la industria anticonceptiva, de la posmodernidad, del delirio de la ideología de género. La novedad explota en todas direcciones, pero sobre todo arremete contra lo tangible: el cuerpo. Es la rebelión del idealismo narcisista contra la corporeidad. La novedad de matar a los padres, en lugar de honrarlos; la novedad de cambiar de sexo; la continua novedad de la fluidez sexual e identitaria.
La adolescencia es una etapa kainolátrica. Es justo y necesario que lo sea. Probablemente, la principal novedad que descubre un adolescente es él mismo. El problema no es la adolescencia, sino que esta se prolongue hasta los 80 años. Adolescentes en cuerpo de adulto convierten los partidos políticos en pandillas de verano. Políticos adolescentes viven inmersos en cambios continuos, en juegos circenses para captar la atención sobre ellos mismos.
"La moral de la cantidad está en el origen de este frenesí de goces rápidos, cogidos a un ritmo de pesadilla, que obsesiona a parte de la juventud", escribe Charles Moeller. Cuando la mocedad se prolonga indefinidamente, cuando se rinde culto a la juventud, ese frenesí de goces rápidos se convierte en un modus vivendi. Y se rehúye el compromiso con el objeto de usar y tirar parejas. Detrás de las paranoias de la ideología de género también está el de experimentar (presuntos) goces diferentes.
Internet y las redes sociales son un paraíso para el culto de lo nuevo. En ellos pueden encontrarse continuas novedades. La mente humana, convertida en un tiovivo, disfruta feliz de la novedad continua. ¿Qué es instagram, facebook, twitter sino proveedores masivos de novedades?
No se busca lo bueno, lo mejor, lo óptimo, lo excelente. Se busca lo nuevo. Para discernir lo bueno de lo malo, lo mejor de lo bueno, lo excelente de lo mejor... hace falta pensar, y pensar es arduo. Es más fácil sentir, ver, oír, tocar. Y los sentidos internos y externos ansían la excitación de la novedad. Solo el intellectus y la ratio pueden frenar la vorágine sensorial. La ratio, narrativa, aún es temporal. El intelecto, agente del concepto, va más allá del tiempo. Pero el culto a lo nuevo detesta ir más allá del tiempo: vive en él, goza en él. El tiempo es su eternidad.
La palabra talismán de los pedagogos del día es "innovación". No se busca ni aprender ni enseñar, sino innovar. En mi caso, cuando llegué a la universidad buscaba aprender lengua y literatura, latín y griego... No pretendía innovación alguna, sino conocimiento, sabiduría.
“La fascinación ante lo sensible es una de las características del espíritu contemporáneo –escribe Moeller-. La ausencia de vida interior es su contrapartida".
En efecto, el afán de novedades es incompatible con la vida interior. El homo habilis (potenciado por las leyes educativas) se superpone al homo sapiens. Santa Teresa se disparó hacia la sabiduría mística cuando descubrió lo que significaba el recogimiento. El recogimiento es la antítesis del kainólatra, del abducido por el móvil en que nos hemos convertido.
Fluid self: máscara del narcisismo
Cada uno es muy libre de imaginar e imaginarse lo que quiera. Al fin y al cabo, la imaginación no tiene límites, o si los tiene, no son advertidos de modo inmediato. Pero nuestra voluntad, nuestra capacidad de decidir no es ilimitada. Yo puedo decidir vender millones de libros, pero ello no significa que los venda.
¿Y si yo, hombre, decido ser mujer, puedo serlo? No parece muy factible. Ni tampoco se entiende fácilmente qué beneficio se obtiene de ello más allá de la percepción de estar autodeterminándose de un modo radical. Definía San Agustín la libertad como la autodeterminación hacia el bien. En el caso del Fluid self, de la identidad líquida, de la que habla Brenda Milis, responsable del departamento creativo y tendencias visuales de Adobe Stock, el bien se identifica con la autodeterminación. Pero es una autodeterminación orientada hacia la esfera sexual, no hacia un modelo moral como el del héroe, el caballero, el cortesano, el sabio o el santo.
La fluidez sexual se ha practicado siempre en contextos de carnavalización. Ahí el travestismo expresa transgresión. Es el mundo de los ritos dionisiacos de la fiesta, el juego, la comicidad que ha estado presente de un modo u otro en todas las culturas, pero en episodios particulares, no en estados permanentes. Se percibían como un juego, una farsa, y se experimentaba el placer propio de estos estados. Hacer de la farsa, del juego, una forma de vida permanente, vivir como si el disfraz de pirata convirtiera en pirata, es algo novedoso (y absurdo), propio, a mi juicio de una cultura de la imagen. Desde las vanguardias de comienzos del siglo pasado la transgresión ha estado muy ligada a lo visual. La invención de la fotografía y la revolución en la pintura que le sucedió han dotado al hombre de una capacidad de representación inusitada. Si a esto le sumamos las posibilidades de diseño que posibilita la informática, la transgresión ha adquirido una dimensión icónica tremenda. Todo el fenómeno trans, toda esta cultura del Fluid self se asienta en su visualización como en su humus. Necesita el espectáculo.
Preguntada por las implicaciones ideológicas del Fluid self, Brenda Millis responde que es una opción progresista, con lo que para ella, y su interlocutor, queda plenamente justificada. Decir progresista significa "bueno". Pero no explica por qué es bueno. Y esa no explicación evidencia la naturaleza voluntarista y emotivista del Fluid self. No hay razones. O mejor, la razón es quiero y me gusta. Voluntad de poder. Voluntad de placer. Pero el hombre, mostró con clarividencia Viktor Frankl, es un ser en busca de sentido al que el poder y el placer no puede satisfacerle plenamente.
Hemos pasado del Dios voluntarista occamiano al hombre voluntarista, emotivista, individualista, narcisista. La venganza contra el hiperracionalismo que deriva en voluntarismo y emotivismo se va al otro extremo. La venganza no es buena consejera. No se puede mutilar ni la lógica, ni la libertad, ni la emotividad sin dejar al hombre mutilado, castrado o masectomizado.
La cultura del Fluid self es narcisista, individualista, de seres humanos instalados en la adolescencia, como avestruces que esconden su cabeza y se niegan a aceptar la condición esencialmente dependiente del ser humano. La libertad como mera autodeterminación es un espejismo, pues somos seres que han nacido sin haber sido consultados, de unos padres no elegidos, y con una vida contingente, transitoria, mortal.
¿No nos gusta ser dependientes? ¿Es malo ser dependientes? ¿Es malo ser lo que somos? Sí, podemos crear, podemos transformar casi cualquier cosa en algo nuevo, con nuestra impronta. Pero ¿podemos crearnos o recrearnos a nosotros mismos en algo tan medular, por ejemplo, como nuestra condición sexual, que modula nuestro cuerpo? Nuestra imaginación puede ser fluida. ¿Lo son también los ovarios o los testículos?
Probablemente la dialéctica infraestructura / superestructura marxista se ha trasladado a la sexualidad. Al fin y al cabo, desde una perspectiva materialista, la libertad puede ser una ilusión; y el pensamiento, una combinación química; pero la sexualidad es algo tangible, visible, corporalmente comprobable. Si la sexualidad es la infraestructura, entonces es lo determinante, lo fundamental, lo básico. La identidad, que tradicionalmente se había basado en la nación, la religión, la cultura, la profesión, etcétera, ahora se ubica en la sexualidad. Por lo que definirse como heterosexual, homosexual, bisexual o transexual se convierte en la clave de nuestro carnet de identidad. Alterar nuestra "infraestructura" deviene en el maximum del poder creativo: la realización del seréis como Dios satánico.
¿Por qué es progresista el Fluid self? Ya que no lo explica Brenda Millis, voy a aventurar hipótesis. Es progresista (bueno, en lenguaje progresista, valga la redundancia) porque es nuevo (kainolatría), porque es lo último (escatolatría), porque se está dando (culto al factum), porque es visualmente fascinante (idolatría), porque es irracional, porque consagra nuestra voluntad y nuestras pulsiones (particularmente las eróticas) como reinas de nuestra vida.
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