¿Cómo podemos «enseñar literatura», si no tratamos de averiguar qué efectos tendrá, si los hay, en la calidad y la supervivencia de la sociedad?

 ¿Cómo podemos «enseñar literatura» (ya de por sí un concepto enormemente problemático), cómo podemos dedicar nuestros mejores talentos a la explicación y transmisión de valores filosóficos o estéticos, si no tratamos de averiguar qué efectos tendrá, si los hay, en la calidad y la supervivencia de la sociedad? ¿Cómo pueden divorciarse la erudición y la crítica de la crisis de lo humano sin quedar, a causa de ese mismo divorcio, reducidas a banalidades académicas? No se me ocurre ninguna obra seria que yo haya podido emprender, como escritor de ficción, como crítico, como estudioso y profesor, en la que este no haya sido el asunto cardinal.


la traducción constituye un entrelazado de dos imágenes distintas del mundo, de dos patrones de vida humana completamente diferentes. 

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La ciencia no nos puede decir cómo se implantó la barbarie en la moderna condición humana. No puede enseñarnos a salvar las cosas que nos importan por más que haya contribuido a ponerlas en peligro. Un gran descubrimiento en física o en bioquímica puede ser neutral. Un humanismo neutral es o una pedantería o un preludio de lo inhumano. No puedo expresarlo de modo más exacto o con una fórmula más sucinta. Es un asunto de seriedad y de equilibrio emocional, la convicción de que la enseñanza de la literatura, en el caso de que sea posible, es un oficio sumamente complejo y peligroso, puesto que se sabe que se tiene entre las manos lo que hay de más vivo en otro ser humano. De forma negativa, supongo que esto quiere decir que no se deben publicar trescientas o seiscientas o setecientas páginas sobre un autor del siglo XVI o XVII sin pronunciarse sobre si hoy día vale o no la pena su lectura. O como dijo Kierkegaard: «No vale la pena recordar un pasado que no puede convertirse en presente»

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