Como conclusión me quedo con que la actitud hostil del programa socialista respecto a quien «trabaja con la cabeza» no está fundada en hechos psicológicos de ningún tipo.
El inventor ilimitado también es el ideal de las artes y de la religión. La escasa valoración del trabajo intelectual es un punto programático que proviene de teóricos abstractos, de escritorzuelos plumillas y lamentables chupatintas, de poetas de medio pelo e igual talento, que recogieron en el programa su propia liberación y, a la vez, su venganza. A quien «trabaja con la cabeza» le deben agradecer los proletarios no sólo sus programas, sino además sus éxitos.
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