Que un sacerdote desde el púlpito anime a los fieles a "amar al mundo apasionadamente" es cuando menos sorprendente, pues si la memoria no nos falla, los tres enemigos del alma eran "el mundo, el demonio y la carne". O el sacerdote nos mueve a que amemos al enemigo o los sentidos de la palabra "mundo" son diferentes o incluso contradictorios. Estas son sus palabras (más adelante se define como un sacerdote "que ama apasionadamente el mundo"):
Un hombre sabedor de que el mundo —y no sólo el templo— es el lugar de su encuentro con Cristo, ama ese mundo, procura adquirir una buena preparación intelectual y profesional, va formando —con plena libertad— sus propios criterios sobre los problemas del medio en que se desenvuelve; y toma, en consecuencia, sus propias decisiones que, por ser decisiones de un cristiano, proceden además de una reflexión personal, que intenta humildemente captar la voluntad de Dios en esos detalles pequeños y grandes de la vida.
En efecto. El "mundo" al que alude el sacerdote en su homilía es el creado por Dios en el Génesis bíblico, cuyas partes son calificadas por el Hacedor como "buenas". Y el "mundo" tildado de enemigo que cita el catecismo es el manchado por el pecado. Que haya mal en el mundo no significa que el mundo sea malo. Que el hombre a menudo cause mal en su vida y en lo que le rodea no quiere decir que todo en él sea pernicioso.
Lo he enseñado constantemente con palabras de la Escritura Santa: el mundo no es malo, porque ha salido de las manos de Dios, porque es criatura suya, porque Yaveh lo miró y vio que era bueno. Somos los hombres los que lo hacemos malo y feo, con nuestros pecados y nuestras infidelidades. No lo dudéis, hijos míos: cualquier modo de evasión de las honestas realidades diarias es para vosotros, hombres y mujeres del mundo, cosa opuesta a la voluntad de Dios. Por el contrario, debéis comprender ahora —con una nueva claridad— que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir.
"Amar a mundo apasionadamente" restaura la percepción originaria de Dios, y pone ante nuestros ojos tantas realidades naturales y culturales dignas de alabanza: paisajes, fauna, flora, constelaciones, obras literarias, pinturas, esculturas, composiciones musicales, etcétera, etcétera. Y, sobre todo, diría yo, tantas acciones y productos sencillos sin ningún particular valor artístico que millones de personas realizan cada día, y que pueden sintetizarse en el sintagma "trabajo bien hecho".
Lo que quiere decir el sacerdote, que se llamaba Josemaría Escrivá de Balaguer y pronunció su homilía en 1967, es que vale la pena amar al mundo apasionadamente porque el mundo es bueno, el ser humano muy bueno, y Dios un Padre maravilloso que nos quiere ayudar a hacer un mundo mejor. Que para la mayoría de los cristianos el mundo no es un lugar del que huir sino en el que vivir; que el desierto fueron 40 días en la vida de Cristo, y 30 años los que pasó entre casas, calles, vecinos, animales y campos.
Se insiste en que vivimos en una cultura hostil o indiferente hacia el cristianismo. No creo que la cultura actual "en bloque" posea esas características, pero es indudable que Dios y la fe cristiana han visto reducir su peso en la vida social y personal de, sobre todo, los países occidentales. Bien. ¿No era hostil el Imperio romano al cristianismo? ¿No lo fue el islam en su presencia hispánica? ¿No hubo en la Europa cristiana duros enfrentamientos entre familias y Estados? ¿No ha estado medio mundo durante el siglo XX gobernado por regímenes hostiles a la religión? ¿Estamos peor que en otras épocas? ¿Cómo de peor?
Sea lo que fuere, a cada generación de cristianos le corresponde anunciar el evangelio a sus conciudadanos. ¿Qué opción tomar? Hay muchas opciones. Cada caminante siga su camino.
Unos se ubicarán en un desierto "virtual" donde encontrarse a solas con Dios y consigo mismo y desde allí "volver" al mundo renovado.
Otros se ubicarán en una opción que podemos llamar "benedictina" de inmersión en comunidades nítidamente cristianas en las que la liturgia y la teología ilumine sus vidas y les preserve de una mundanización siempre al acecho.
Otros se ubicarán en el amor apasionado al mundo y en la búsqueda de Dios en medio del trabajo y de las circunstancias de la vida ordinaria, sin despreciar ninguna actividad humana honesta, sin pensar que la política es putrefacta por definición y los negocios son explotadores por sistema. Esta opción aspira, es palabras de San Josemaría, a que haya "un puñado de hombres suyos en cada actividad humana", donde suyo significa contemplativo, buen profesional, con piedad de niño y doctrina de teólogo. No hace falta evadirse de las actividades del mundo para mantener una intensa vida litúrgica, de oración y de estudio y meditación de la Sagrada Escritura y de textos de padres y santos.
Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos.
—Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo. (Camino 301).
Viva la opción "benedictina", pero viva también la opción de los primeros cristianos, que vivieron una vida normal entre sus conciudadanos. No cambiaron el dónde sino el cómo. Y podían recibir el alimento de su vida comunitaria sin apartarse de familiares, vecinos o compañeros de trabajo.
La actitud de un cristiano no puede ser defensiva, sino propositiva. Juan Pablo II no se limitó a reaccionar (acción-reacción) ante una concepción de la sexualidad contraria a la antropología clásica y cristiana: construyó toda una teología del cuerpo.
"¡Influye tanto el ambiente!", me has dicho. —Y hube de contestar: sin duda. Por eso es menester que sea tal vuestra formación, que llevéis, con naturalidad, vuestro propio ambiente, para dar "vuestro tono" a la sociedad con la que conviváis. |
El cristiano no se recluye para no ser infectado por los virus malignos, dialoga propositivamente, propone una visión, que no es uniforme, que trata de respetar la dignidad de la persona humana. Actúa libre y responsablemente:
Pero a ese cristiano jamás se le ocurre creer o decir que él baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas. Tenéis que difundir por todas partes una verdadera mentalidad laical que ha de llevar a tres conclusiones:
a ser lo suficientemente honrados, para pechar con la propia responsabilidad personal;
a ser lo suficientemente cristianos, para respetar a los hermanos en la fe, que proponen —en materias opinables— soluciones diversas a la que cada uno de nosotros sostiene;
y a ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra Madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas.
Muy bueno!!!! Gracias!!!
ResponderEliminarMagnífico.
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