La manipulación del lenguaje

La principal manipulación es la del lenguaje, y ella es la primera (y casi la única) que se debe combatir. Quien desea engañar, arrimar el ascua a su sardina, distorsiona las palabras, las emplea de modo falaz.

Ejemplo: democracia, que significa gobierno del pueblo. 

El pueblo no existe, es una abstracción. Existen personas, ciudadanos concretos. Una abstracción no puede gobernar y, de hecho, no ha gobernado nunca. Puede gobernar un representante del pueblo, esto es, de los ciudadanos, de los que poseen derecho a voto, o sea, de parte de los ciudadanos. Un representante representa, hace presente a alguien. Pero normalmente un político, al menos en España, no es tanto representante de sus votantes como delegado de su partido, plataforma que se interpone y a menudo opaca a los ciudadanos. 

De modo que una democracia es un régimen político donde toman las decisiones unos individuos que siguen más las directrices de una estructura piramidal llamada partido que las de los ciudadanos que les han votado. Nos acercamos a concluir que una democracia (a la española) es más bien una partitocracia, esto es, una oligarquía: un consorcio de grupos oligárquicos llamados partidos. Se llama democracia a una oligarquía. He aquí el engaño. 

El engaño es llamar a una cosa por otra, no el hecho de que gobiernen unos pocos que se disputan el poder. Porque eso: unos pocos que se disputan el poder es la única forma de gobierno posible en la sociedad humana. No en vano Ronald Syme escribió que todo régimen político es oligárquico "se llame como se llame". 

Solo en grupos reducidos puede hablarse realmente de democracia, en el sentido de que los electores conocen a los elegidos (sin mediación de pantallas), y pueden conocer la realidad de su gobierno (sin propagandistas). Véase una comunidad de vecinos, un pueblo muy pequeño, un departamento universitario... Cuando desaparece esa cercanía y conocimiento entre votante y votado es imposible que haya democracia: hay populismo, dirección de masas, publicidad engañosa, políticas coercitivas, mercadotecnia y mil cosas más. 

El sufragio directo suele ser una pantomima. Véase el caso del Brexit. Se pregunta a los ciudadanos por un proceso del que ni siquiera los parlamentarios conocían bien las consecuencias. Es un insulto a la inteligencia plantear a una masa de millones de personas una pregunta simple con una respuesta bipolar (sí, no), cuando casi ninguna política es simple ni puede ser refrendada por una respuesta simple. También es ridículo que una grave decisión se solvente con una mitad más uno de los votos (caso de un referéndum de independencia), cuando ni siquiera un simple examen puede cambiar de fecha con solo un alumno que se oponga. 

La falacia de identificar democracia y partitocracia se salda con un sinfín de despropósitos, con el espejismo de que el pueblo (lo no existente) es quien lleva las riendas de la sociedad (algo completamente imposible).




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