Eutanasia, una ley injusta

 Antonio Barnés. Doctor en Filología.

 

No existe el derecho al suicidio asistido porque no existe el deber de matar a un inocente.

No hay derecho sin deber correlativo. Si existe derecho a la educación es porque padres y gobernantes poseen el deber de proveer a ese derecho. Los derechos no son palomas que salen de un sombrero por obra de un prestidigitador, responden a hechos, se relacionan con deberes. Nadie puede exigir que se le ayude a suicidarse porque pues nadie está obligado a facilitarlo, por mucha compasión que pueda sentir. Existe el deber de socorro, pero no el deber de homicidio, aunque se le denomine con el eufemismo de eutanasia (buena muerte). No hay buena muerte sin justicia, y justicia es la voluntad de dar a cada uno lo suyo. Lo “suyo” del enfermo o del moribundo es la medicina, el afecto, la compañía, los cuidados paliativos, desarrollados eficazmente en la actualidad.

No es bueno el encarnizamiento terapéutico, ni se puede obligar a emplear medios desproporcionados para mantener la vida, pero no es lícito quitar la vida de nadie por acción u omisión simplemente porque el interesado (o sus familiares o facultativos) lo solicite.

Una ley de eutanasia es un abuso de poder, pues ninguno, tampoco el Estado, posee un derecho de vida o muerte sobre los ciudadanos.

La ley de eutanasia es ilegal. No es recta ordenación de la razón: es desorden torcido de un falso sentimiento de compasión, que encubre el afán de aligerar el erario público, disminuir el número de comensales, enriquecer a trabajadores de la muerte... Y no está dirigida al bien común. La eutanasia no protege al enfermo ni al moribundo. Los pone entre la espada y la pared, los conmina a solicitar su eliminación, los acucia con conciencia de sobrantes.

La eutanasia constituye un abuso de parlamentarios que han perdido el norte, que se sienten investidos del derecho a decidir sobre el bien y el mal, que suplantan el papel de Dios. La eutanasia atenta contra la dignidad de la vida humana. Cierra el círculo abierto con el aborto, hace ya 35 años en el caso de España. El legislador se juzga autorizado para promover la eliminación de seres humanos antes de su nacimiento, y ahora el homicidio con excusa de compasión y de una libertad mal entendida.

La eutanasia pervierte la medicina, la profesión médica. Un médico es un sanador, no un verdugo. La medicina conlleva sentido de justicia. Eso significa, en latín, la palabra “medicus”: el que indica lo que es justo, lo que está en el “medio”: entre la crueldad (encarnizamiento) y la compasión homicida (eutanasia). ¿Dónde están los médicos ante la ley de eutanasia? ¿Dónde está el juramento hipocrático? ¿Dónde sus protestas, sus manifestaciones, sus movilizaciones, sus proclamas? ¿O es que solo les interesa el sueldo? En esto no les aplaudo.

Hace unos años, en una mesa redonda que yo moderaba, un profesor de filosofía del derecho defendía la eutanasia argumentando que la libertad humana era absoluta. Qué disparate. ¿Cómo ha de ser absoluta una dimensión de un ser limitado y contingente como es el hombre? ¿Acaso nos hemos dado la vida, hemos decidido en qué lugar y hora nacer? ¿Acaso somos inmortales? La libertad del hombre es finita como finito es el hombre. Un ser humano puede decidir suicidarse, jamás exigir que se le ayude a hacerlo. ¿O se busca en la ley la aquiescencia que la conciencia no puede dar? Y si la libertad de un hombre es absoluta, también lo es la de todos los demás hombres, que pueden negarse a satisfacer la petición de su congénere. ¿O es que el Estado debe subvenir a cualquier necesidad emanada de una pretendida libertad absoluta? ¿Y si la libertad absoluta proclama la necesidad de eliminar a judíos o a propietarios, el Estado ha de complacer también a nazis y comunistas?

Un partido que promueve la eutanasia es un partido totalitario, que en lugar de gobernar, dirigir la nave, se erige en Leviatán, absorbe el papel de sumo pontífice y, como tal, decide sobre la vida y la muerte. Los votantes de estos partidos son corresponsables: si conscientes, por conscientes; si inconscientes, por borregos, tontos útiles de una partitocracia deplorable, revestida de democracia.

La eutanasia es una ley gravemente injusta. Legislarla sin escuchar a expertos (como ha hecho el Parlamento español) es antidemocrático. Aprobarla en tiempo de pandemia es obsceno. Injustos, antidemocráticos y obscenos son calificativos atribuibles también a los votantes de esos partidos, si no exigen una rectificación.




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