Guerra al trastorno bipolar.

Al inicio del capítulo tercero de La sociedad del espectáculo, de Guy Debord  (Naufragio, 1995), se trascribe este texto

«Una nueva y animada polémica se desarrolla
en el país, en el frente de la filosofía, a propósito
de los conceptos “uno se divide en dos” y “dos
fusionan en uno”. Este debate es una lucha
entre los que están por y los que están contra la
dialéctica materialista, una lucha entre dos
concepciones del mundo: la concepción proletaria
y la concepción burguesa. Aquellos que sostienen
que “uno se divide en dos” es la ley
fundamental de las cosas están del lado de la
dialéctica materialista; aquellos que sostienen
que la ley fundamental de las cosas es que “dos
fusionan en uno” están contra la dialéctica
materialista. Los dos lados han trazado una
neta línea de demarcación entre ellos y sus
argumentos son diametralmente opuestos. Esta
polémica refleja, sobre el plan ideológico, la
lucha de clases aguda y compleja que se vive en
China y en el mundo.»
La Bandera Roja de Pekín,
21 de setiembre de 1964.

Lo cual me recuerda lo que aseveró la profesora de historia en mi instituto sevillano en 1984: que había dos maneras de ser, la dialéctica y la metafísica, y que la buena era la dialéctica. 
En fin, es el típico análisis bipolar marxista o marxistoide, un maniqueísmo inmanente, del que seguimos padeciendo sus resultados: dialéctica izquierda / derecha; conservadores / progresistas; hombres / mujeres... Es un esquema muy simple que ahorra el arduo esfuerzo de pensar la realidad, que no suele ser bipolar. Porque ni la realidad es aritmética, oh Descartes, ni geométrica oh Spinoza, ni física oh Kant, ni lógica oh Hegel...
Leí una diatriba agustiniana contra los maniqueos y me pareció obsoleta. Más adelante reflexioné y me di cuenta de que era muy actual. El maniqueísmo es la respuesta fácil a la complejidad humana. El pesimismo antropológico luterano, humus de ideologías como el marxismo, no cree en la libertad ni en la responsabilidad humanas, no cree en la persona, y por tanto necesita categorías lógicas: clase, género, para abordar lo social, que no lo humano. Pues poca humanidad queda en estos análisis de laboratorio, de biblioteca donde se trata de encasillar la sociedad en silogismos.
En efecto, un materialismo maniqueo donde el bien y el mal se encarnan en clases, en las que no cabe el empresario virtuoso o el proletario vicioso, porque virtud y vicio son categorías que precisan un talento más afinado, menos abstruso, menos abstracto, menos dogmático, para expresarse.
Las falacias intelectuales, cuando se transforman en praxis políticas, dejan muertos sobre la mesa, 100 millones, en concreto, son las víctimas del comunismo.
Sorprende que un sistema tan dogmático como abstruso cual el marxismo haya sido profesado tan religiosamente por generaciones de docentes universitarios. 
Lo que demuestra muchas cosas: 

  1. el carácter gregario del hombre, 
  2. el pánico a quedarse fuera de la manada, 
  3. la fascinación por lo abstruso, aunque no se entienda, o precisamente por ello,
  4. la necesidad de asentir a dogmas, 
  5. el miedo a no disponer de calculadoras mentales que arrojen respuestas contundentes a los enigmas de la historia, etcétera. 

(Por cierto, el misterio del dogma cristiano está en lo que se explica; en cambio, el misterio del dogma marxista está en lo explicado: su propia retórica es abstrusa, ininteligible).
Y demuestra que la mayoría de los docentes universitarios no son intelectuales, sino miembros a disposición de las sectas. Comprendo la alergia de los humanistas frente a la universidad de su tiempo, en que se enfrentaban aristotélicos, platónicos, occamistas... Nihil novum sub sole. 
La alternativa al marxismo no son filosofías neoliberales que adoran el becerro de oro del capitalismo, que es lo que le gusta pensar a los neomarxistas para justificar su mesianismo y profetismo anticapitalista. Esta es la cuestión: no existen solo dos alternativas, la realidad no es bipolar. 
Si por capitalismo entendemos un sistema en que el capital prevalece sobre el trabajo, y el trabajo sobre la persona, entonces es un sistema deplorable. Pero la alternativa al capitalismo de mercado no es el capitalismo de Estado. La defensa de la pluralidad es parte de la solución del problema. Hay que luchar por la justicia, pero sin partidos únicos, sin pensamientos únicos, sin demagogias bananeras.
El trastorno bipolar responde a una concepción infantil del pensamiento que, convertido en política, produce el discurso político que padecemos (si es que se le puede llamar discurso). Una propaganda que trata a los ciudadanos como público potencial de su mercadotecnia y cuya mayor altura intelectual es aquella de que Colón lava más blanco.
Hay que aguantar a demagogos de asamblea de Facultad diciendo eso de que "en una república gobierna el pueblo". Sí, como en la República Democratica Alemana. Como si el pueblo hubiera gobernado alguna vez en alguna parte, como si los gobiernos no fueran, como decía Ronald Syme, "oligárquicos, se llamen como se llamen", y como si en España un diputado fuese "representante del pueblo". Son "delegados del partido" que votan lo que ordena su jefe de filas, pues no han llegado ahí por mérito y capacidad sino por cooptación del que hace la lista, esto es, amiguismo.

El trastorno bipolar responde a una pleamar de escombros, los escombros de una modernidad "more geometrico", que se ha revelado insuficiente. Esas dialécticas binarias, simplistas público/privado, derecha/izquierda, etcétera, deben dar paso a una comprensión mucho más abierta de los fenómenos sociales, donde prime la competencia profesional sobre el clientelismo político, la libertad de expresión sobre la estructura piramidal partidaria. La rigidez estamental ha sobrevivido en los partidos políticos. De hecho, uno de los principales errores del marxismo es confundir clase con estamento.
Libertad de pensamiento, libertad de expresión, guerra al trastorno bipolar.



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