La libélula deposita su néctar húmedo

La libélula deposita su néctar húmedo
y templado en un instante oscuro
y silencioso que sin embargo se hace
eterno.
Es un acto inmóvil que mueve, que daña
sin dañar, toca sin tocar, acaricia
sin acariciar.
La libélula detiene su vuelo por un instante
parece que muere cuando da la vida, tensa
sus alas.
Pero lo hace en silencio aun en medio de 
una muchedumbre ruidosa y estridente
de voces que ríen a carcajadas doradas
por un placer etílico.
La libélula se arrepiente de su néctar
pero ya lo dejó y floreció y polinizó
y sembró su savia de clorofila y 
gotas de rocío.
Imposible más brevedad y al tiempo
mayor fortuna. El instante y lo eterno
poseen la misma duración.
La eternidad no es una sucesión de
eones
sino un chispazo de asombro que llena
el alma en un momento de plenitud
que queda siempre inmóvil
y móvil.
La libélula es ágil. Parece que camina
pero vuela. Parece que vuela pero 
camina. Se detiene para remojar 
sus alas en el estanque 
y se ensimisma y ensimisma.
Es rauda y veloz. Está sin estar
se queda yéndose llega para irse
se muestra para hacerse invisible
mira al suelo con su mente en el techo
pisa la tierra pero su cabeza roza
el cielo.
¡Oh libélula libélula libélula!

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