Daniel Pennac, Como una novela, Anagrama, Barcelona, 1993.
p. 19: ¡Qué pedagogos
éramos cuando no estábamos preocupados por la pedagogía!
p. 24: La lectura es un
acto de creación permanente.
p. 31:Una de las
funciones esenciales del cuento, y, más ampliamente, del arte en general, que
consiste en imponer una tregua al combate de los hombres.
p. 32: La gratuidad,
que es la única moneda del arte.
p. 84: Amar, a fin de
cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos
repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitados
por libros y por amigos.
p. 92: No somos
los emisarios del libro sino los custodios jurados de un templo cuyas
maravillas proclamamos con unas palabras que cierran sus puertas: “¡Hay que
leer! ¡Hay que leer!”
p. 93: Hay que leer: es
una petición de principio para unos oídos adolescentes. Por brillantes que sean
nuestras argumentaciones…, sólo es una petición de principio.
Aquellos de nuestros
alumnos que hayan descubierto el libro por otros canales seguirán lisa y
llanamente leyendo. Los más curiosos guiarán sus lecturas por los faros de
nuestras explicaciones más luminosas.
Entre los “que no leen”,
los más listos sabrán aprender, como nosotros, a hablar de ello, sobresaldrán en el arte inflacionista del
comentario (leo diez líneas, escribo diez páginas), la práctica jíbara de
la ficha (recorro 400 páginas, las reduzco a cinco). la pesca de la cita
juiciosa (en esos manuales de cultura congelada de que disponen todos los
mercaderes del éxito), sabrán manejar el escalpelo del análisis lineal y se
harán expertos en el sabio cabotaje entre los “fragmentos selectos”, que lleva
con toda seguridad al bachillerato, a la licenciatura, casi a la oposición...
pero no necesariamente al amor al libro.
Quedan los otros
alumnos.
Los que no leen y se
sienten muy pronto aterrorizados por las irradiaciones el sentido. Los que se creen tontos…
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