"La moda es aun más poderosa sobre la ciencia que sobre la forma de los sombreros"

Fuente

...allí donde hay un grave error de vocabulario es difícil que no haya un grave error de pensamiento.

El bien es la única fuente de lo sagrado. No hay nada sagrado que no sea el bien y lo relacionado con el bien.

La perfección es impersonal. La persona en nosotros es la parte en nosotros del error y del pecado. Todo el esfuerzo de los místicos se orientó siempre a obtener que dejara de haber en sus almas ninguna parte que di-jera "yo". Pero la parte del alma que dice "nosotros" es todavía infnitamente más peligrosa.

solamente, la persona participa más de lo sagrado que la colectividad.
No solamente la colectividad es extraña a lo sagrado, sino que se confunde haciendo de ello una falsa imitación.
El error que atribuye a la colectividad un carácter sagrado es idolatría; en todos los tiempos, en todos los países es el crimen más extendido.

los artistas y escritores más inclinados a considerar su arte como desarrollo pleno de su persona son precisamente en realidad los más sometidos al gusto del público. Hugo no encontraba ninguna dificultad en conciliar el culto de sí y el papel de "eco sonoro". Ejemplos como Wilde, Gide o los surrealistas son todavíamás claros. Los científicos situados en el mismo nivel están también ellos esclavizados a la moda, la cual es aun más poderosa sobre la ciencia que sobre la forma de los sombreros. La opinión colectiva de los especialistas es casi soberana sobre cada uno de
ellos.

El ser humano no escapa a lo colectivo si no es elevándose por encima de lo personal para penetrar en lo impersonal. En ese momento hay algo en él, una parcela de su alma, sobre la cual nada de lo colectivo puede ejercer ninguna influencia. Si él se puede arraigar en el bien impersonal, es
decir, volverse capaz de extraer de ahí una energía, está en estado, todas las veces que piense estar obligado, de volver contra no importa qué colectividad, sin apoyarse sobre ninguna otra, una fuerza sin duda pequeña, pero real.

Hay ocasiones en las que una fuerza casi infinitesimal es decisiva. Una colectividad es mucho más fuerte que un hombre solo; pero toda colectividad tiene necesidad para existir de operaciones, de las que la adición es el ejemplo elemental, que sólo se realizan en un espíritu en estado de soledad.

Cada uno de aquellos que han penetrado en el dominio de lo impersonal encuentran allí una responsabilidad hacia todos los seres humanos. La de proteger en ellos, no la persona, sino todo lo que la persona reviste de frágiles posibilidades de pasaje a lo impersonal.

Es inútil explicarle a una colectividad que en cada una de las unidades que la componen hay algo que ella no debe violar. Primero una colectividad no es alguien, sino por ficción; no tiene existencia, si no es abstracta; hablarle es una operación ficticia. Luego, si ella fuera alguien, sería alguien sin disposición a respetarse más que a sí misma.

Las relaciones entre la colectividad y la persona deben ser establecidas con el único objeto de separar lo que es susceptible de impedir el crecimiento y la germinación misteriosa de la parte impersonal del alma.
Para ello es necesario por un lado que haya alrededor de cada persona espacio, un grado de libre disposición del tiempo, posibilidades para el pasaje a grados de atención más y más elevados, soledad, silencio. Al mismo tiempo hace falta que se halle en la calidez, para que el desamparo no
la obligue a ahogarse en lo colectivo.

Si tal es el bien, parece difícil ir mucho más lejos en el sentido del mal que la sociedad moderna, incluso la democrática. Sobre todo una fábrica moderna no puede estar muy lejos del límite del horror. Cada ser humano es allí continuamente hostigado, espoleado por la intervención de voluntades extrañas, y al mismo tiempo el alma está en el frío, el desamparo y el abandono. El hombre necesita un silencio cálido, se le da un tumulto glacial.
El trabajo físico, aunque sea una pena, no es en sí mismo una degradación.
No es arte; no es ciencia; pero es otra cosa que tiene un valor absolutamente igual al del arte y la ciencia. Porque procura una posibilidad igual ara el acceso a una forma impersonal de la atención.

Exactamente en la misma medida que el arte y la ciencia, aunque de una manera diferente, el trabajo físico es un cierto contacto con la realidad, la verdad, la belleza de este universo y con la sabiduría eterna que constituye su orden.
Por eso envilecer el trabajo es un sacrilegio exactamente en el sentido en que pisotear una hostia es un sacrilegio.

En lugar de alentar el florecimiento de los talentos, como se propuso en
1789, hay que querer y cuidar con un tierno respeto el crecimiento del genio;
porque solo los héroes realmente puros, los santos y los genios pueden
ser un socorro para los desgraciados. Entre los dos, las gentes de talento,
de inteligencia, de energía, de carácter, de fuerte personalidad, obstaculizan
e impiden el socorro. No hay que hacerle ningún daño al obstáculo,
sino dejarlo suavemente de lado, procurando que 10 advierta 10 menos
posible. Y es necesario quebrantar el obstáculo mucho más peligroso
de 10 colectivo, suprimiendo toda la parte de nuestras instituciones y de
nuestras costumbres en las que habite una forma cualquiera del espíritu de
partido. Ni las personalidades ni los partidos prestan jamás oídos a la verdad
ni a la desgracia.

Todo espíritu encerrado por e11enguaje es capaz solamente de opiniones.
Todo espíritu devenido capaz de asir pensamientos inexpresables a causa
de la multitud de relaciones que se combinan allí, aunque más rigurosos y
más luminosos que aquello que expresa e11enguaje más preciso, todo espíritu
arribado a este punto permanece ya en la verdad. La certidumbre y
la fe sin sombra le pertenecen. E importa poco si tuvo en el origen escasa
o mucha inteligencia, si estuvo en una celda estrecha o grande. Lo único
que importa es que habiendo llegado a la cima de su propia inteligencia,
cualquiera que pudiera ser, haya ido más allá. Un idiota de aldea está tan
cerca de la verdad como un niño prodigio. Uno y otro están separados solamente
por un muro. No se entra en la verdad sin haber pasado a través
del propio anonadamiento; sin haber permanecido largo tiempo en un estado
de extrema y total humillación.

Sólo la operación sobrenatural de la gracia hace pasar a un alma a través
de su propio anonadamiento hasta el lugar en el que se cosecha la sola especie
de atención que permite estar atento a la verdad y a la desgracia. Es
la misma para los dos objetos. Es una atención intensa, pura, sin móvil,
gratuita, generosa. Y esta atención es amor.

Porque la desgracia y la verdad tienen necesidad para ser oídas de la misma
atención, el espíritu de justicia y el espíritu de verdad son uno. El espíritu
de justicia y de verdad no es otra cosa que una cierta especie de
atención, que es puro amor.
Por una disposición eterna de la Providencia, todo 10 que un hombre produce
en todo dominio cuando el espíritu de justicia y de verdad 10 conduce
está revestido del resplandor de la belleza.
La belleza es el misterio supremo de aquí abajo. Es un resplandor que solicita
la atención, pero no le ofrece ningún móvil para durar. La belleza
promete siempre y no da nunca nada; suscita un apetito, pero no hay en
ella alimento para la parte del alma que procura saciarse aquí abajo; sólo
tiene alimento para la parte del alma que mira. Suscita el deseo, y hace
sentir claramente que en ella no hay nada que desear, porque de ella se espera
antes que nada que no cambie.
Si no buscamos recursos para salir del tormento delicioso que ella inflige,
el deseo poco a poco se transforma en amor, y se forma un germen de la
facultad de la atención gratuita y pura.

Así como la desgracia es repelente, la verdadera expresión de la desgracia
es soberanamente bella. Se pueden dar como ejemplos, incluso en los siglos
recientes, Fedra, La escuela de las mujeres, Lear, los poemas de Villon,
pero más todavía las tragedias de Esquilo y Sófocles; y más todavía
la Ilíada, el Libro de Job, algunos poemas populares; y más todavía los relatos
de la Pasión en los Evangelios. El resplandor de la belleza se difunde
sobre la desgracia por la luz del espíritu de justicia y de amor, el único
que permite a un pensamiento humano mirar y representar la desgracia tal
cual es.

Cuando se habla del poder de las palabras se trata siempre de un poder de
ilusión y de error. Pero, por el efecto de una disposición providencial, hay
algunas palabras que, si se hace de ellas buen uso, tienen en sí mismas la
virtud de iluminar y elevar hacia el bien. Son las palabras a las cuales corresponde
una perfección absoluta e inasible para nosotros. La virtud de
la iluminación y del impulso hacia lo alto reside en estas palabras en sí
mismas, en estas palabras como tales, no en ninguna concepción. Porque
hacer un buen uso, es antes que nada no hacerles corresponder ninguna
concepción. Lo que expresan es inconcebible.
Dios y verdad son palabras como esas. También justicia, amor, bien.
El empleo de estas palabras es peligroso. Su uso es una ordalía. Para que
se haga un uso legítimo de ellas, es necesario a la vez no encerrarlas en
ninguna concepción humana y unirles concepciones y acciones directa y
exclusivamente inspiradas por su luz. De otro modo son rápidamente reconocidas
por todos como mentiras.
Son compañeros incómodos. Palabras como derecho, democracia y persona
son más cómodas. En este sentido son naturalmente preferibles a los
ojos de aquellos que, incluso con buenas intenciones, han asumido funciones
públicas. Las funciones públicas no tienen otra significación que la
posibilidad de hacer al bien a los hombres, y aquellos que las asumen con
buena intención desean infundir el bien sobre sus contemporáneos; pero
cometen por 10general el error de creer que primero podrán ellos mismos
adquirirlo a bajo precio.

...la persona solo puede ser protegida contra lo colectivo,
y la democracia asegurada, por una cristalización en la vida pública del
bien superior, que es impersonal y sin relación con ninguna forma política.


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