Creonte y Spinoza, a la mayor gloria del Estado

"Certum est, quod pietas erga patriam summa sit, quam aliquis praestare potest".

Es cierto, escribió el filósofo Baruch Spinoza, que la piedad para con la patria es la suprema piedad que alguien puede prestar.

Creonte, en la Antígona de Sófocles, dos mil años antes, pronuncia unas palabras parecidas, en traducción de Assela Alamillo (Gredos, 1981):

Y al que tiene en mayor estima a un amigo que a su propia patria no lo considero digno de nada. Pues yo — ¡sépalo Zeus que todo lo ve siempre! — no podría silenciar la desgracia que viera acercarse a los ciudadanos en vez del bienestar, ni nunca mantendría como amigo mío a una persona que fuera hostil al país, sabiendo que es éste el que nos salva y que, navegando sobre él, es como felizmente haremos los amigos.

y más adelante:

Y quien habiendo transgredido las leyes, las rechaza o piensa dar órdenes a los que tienen el poder, no es posible que alcance mi aprobación. Al que la ciudad designa se le debe obedecer en lo pequeño, en lo justo y en lo contrario.

No todo el mundo está de acuerdo con estos principios. Hay quien ha distinguido entre el César y Dios, y entre lo que se debe a uno y a otro.
En la Edad Contemporánea el ascenso del poder estatal ha sido continuo, llegando al paroxismo en los estados totalitarios.
¿Es el Estado quien crea a la persona? ¿Es el Estado lo absoluto, "sanador y elevador" del ser humano? ¿La persona y la familia son anteriores al Estado? ¿Es el hombre para el Estado o el Estado para el hombre?
Para los romanos, la pietas es sentimiento, conciencia, virtud, que hace reconocer y cumplir los deberes hacia los dioses, los padres y la patria. Este orden, que trae el diccionario de Gaffiot, es el que yo comparto. Comprendo que es más difícil repartir entre tres que entre uno, pero el monismo no es santo de mi devoción. Me inclino por el pluralismo. Además, sin patres no hay patria. Nuestra entrada en el mundo es a través de los padres: no nos engendra el Estado.


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