He leído La imaginación trascendental en la vida, en el arte y en la filosofía, de Fernando Inciarte, y me ha parecido muy interesante. He encontrado esta reseña del libro en el blog Repensar el arte y la trascribo aquí:
Inciarte, F. La
imaginación trascendental en la vida, en el arte y en la filosofía. Eunsa,
Pamplona, 2012, 188 pp.
Este diálogo es el que también podemos encontrar en el libro
póstumo que se acaba de publicar: La imaginación trascendental en la vida,
el arte y la filosofía. Tal y como sugiere la editora, María Antonia
Labrada, esta obra debe ser de las primeras que realizó a su llegada a Alemania
(aproximadamente, de 1960). Posee una gran relevancia, ya que demuestra que los
temas que Inciarte trabajaba al final de sus días, tal y como puede leerse en
las entrevistas que le hicieron meses antes de fallecer, los abordó con gran
hondura desde su juventud.
El problema que se presenta desde los primeros capítulos es
la pugna entre vida, arte y filosofía y sus diferentes combinaciones. Una pugna
que tiene lugar en el ser humano, entre su racionalidad y su naturaleza
sensible, entre la infinitud y su finitud, entre su deseo de conocerse totalmente
y la conciencia de la imposibilidad alcanzar esa meta. Y en esta pugna, según
Inciarte, tiene un papel esencial la imaginación. Puesto que el tratamiento de
este tema no admite sólo una exposición racional (filosófica), en la que se da
ya la determinación, una manera más aproximada de exponer la naturaleza y
alcance de la imaginación trascendental parece ser a través del arte. En
concreto, el autor trae a colación textos de autores como Hölderlin,
Goethe, Keats o Paul Claudel. En ellos el lector encontrará, también, una
experiencia de lectura filosófica de poesía, y la mirada de un filósofo que
descubre en los personajes literarios, en los textos dramáticos, patrones de
acción, tipologías morales, y enseñanzas para la vida.
En el tercer capítulo, el autor se introduce de lleno en el
idealismo trascendental para abordar el problema de cómo es posible el
conocimiento de uno mismo, o cómo abandonarse a la heteronomía sin perder la
autonomía. Para ello examina el yo en Fichte, Schelling y Hegel. Una vez presentadas
las diferentes partes, examina la imaginación trascendental como una posible
solución: puesto que la imaginación trascendental “constituye la condición de
posibilidad de unión de la sensibilidad con la inteligencia” (p. 27), es la que
nos permite captar el heteroconocimiento y el autoconocimiento como dos
momentos parciales que no pueden darse uno sin el otro (p. 65).
Si se extraen las consecuencias de estos planteamientos, tal
y como hace Inciarte, se verá que el conflicto no es sólo cognoscitivo sino
existencial, ya que lo que está en juego es la relación entre la finitud
(humanidad, realidad) y la infinitud (trascendencia, verdad). En este punto es
donde entra el arte, ya que de mano de Schelling, parece que “sólo el arte
consigue, gracias a la imaginación creadora, reconciliar lo irreconciliable,
sintetizar lo infinito con lo finito, la consciencia con la inconsciencia” (p.
73). En la imaginación trascendental se encontraría la determinabilidad según
Fichte, esto es, el estado anterior a la decisión en el que se puede dar
la libertad (p. 103).
Aquí está la clave de los últimos tres capítulos: la
relación entre contingencia (casualidad y libertad) y necesidad. Lo que muestra
la imaginación trascendental, el arte en general con su contingencia, con su
falta de razón de ser, con su inutilidad, es precisamente el milagro que supone
que lo que podía no haber sido de hecho es, siendo la gratuidad de la
existencia la esencia de la belleza (p. 126).
Por su parte, la “función más elevada de la filosofía es el
reconocimiento de su casual necesidad y con ello la gratuidad por existir a
pesar de no ser imprescindible, el agradecimiento de que nada de lo real sea
necesario y sin embargo exista gratuitamente” (p. 148). Pero mientras que esta
enseñanza sólo está presentida, intuida, en el arte, en la filosofía se capta
de manera consciente, por lo que se acerca más a la esfera de la verdad. Esto,
siempre y cuando, no se dé un valor absoluto a la filosofía. Sólo reconociendo
la contingencia de la propia filosofía puede ser expresión fiel de la realidad.
Ahora bien, una de las razones por las que se elige el
idealismo como marco de las explicaciones del libro es porque éste se decanta a
favor del arte y la filosofía frente a la vida, y con ello se muestra cómo se
alcanza la autonomía real, pero no la verdadera (en la que se
asumen los deberes heterónomos con los demás y con Dios). Por ello, el último
capítulo está dedicado a mostrar cómo no tiene por qué haber contraposición con
la vida. En él, de una manera que habría que queda esbozada en el libro pero
queda por desarrollar más ampliamente, se examina la relación entre arte y
moral, o de qué manera puede darse una vida en la que no está contrapuesta
autonomía con heteronomía.
En definitiva, Inciarte sabe extraer las mejores
consecuencias de la filosofía idealista pero, a su vez, no duda en mostrar sus
limitaciones y en apostar en primer lugar por la vida, ya que es realmente en
ella donde nos lo jugamos todo.
Comentarios
Publicar un comentario